jueves, 13 de mayo de 2021

Mahmud Darwish, una voz del pueblo palestino a través de la poesía

Es el poeta palestino más conocido y reconocido. Con frecuencia se refieren a él como el poeta nacional. Nació en 1941 en el seno de una familia campesina, en la aldea de Birwa. Situada en la región de Galilea, en el norte de Palestina, siendo niño 
se vio obligado a formar parte de esa multitud de palestinos y palestinas que tuvieron que abandonar sus hogares ante la mirada atenta del ejército sionista. La aldea, como tantas otras, fue arrasada. Era 1948 y acababa de constituirse el estado de Israel, que se apropió, entre otros territorios, de Galilea. Y, como la otra cara de la moneda, se inició para la población palestina al nakba [el desastre].

La población palestina de esa zona se refugió en su mayoría en el vecino Líbano, si bien la familia de Muhmad Darwish pronto regresó a Galilea, residiendo durante en varias aldeas de una forma clandestina. Con el paso de los años fue completando sus estudios, que alternó entre su Galilea natal y el Líbano de acogida. Siendo muy joven se afilió al Partido Comunista de Israel y acabó dedicándose profesionalmente a la actividad periodística, lo que compaginó con la literaria. Trabajó en la revista Al Fayr [La Aurora]. 

Conoció la persecución política y llegó a estar varias veces encarcelado durante la década de los años sesenta. Desde 1970 tomó el camino del exilio, residiendo en varios países, como la URSS, Egipto y Líbano. Formó parte de la estructura alta de la Organización para Liberación de Palestina, desarrollando sobre todo actividades culturales, donde acabó siendo de hecho su máximo responsable. En 1996 pudo regresar a Galilea, donde visitó a su familia, si bien acabó fijando su residencia en la localidad de Ramala, dentro de Cisjordania, uno de los dos territorios que forman parte de la Autoridad Palestina. Allí dirigió la revista Al Karmel, que sufrió el saqueo del ejército israelí en una de las tantas agresiones que se suceden contra la población palestina y sus infraestructuras, instituciones y obras. Enfermo de corazón, falleció en 2008 en un hospital del estado de Texas, en EEUU.  

La obra literaria de Darwish es muy extensa y nunca dejó de viajar por el mundo para propagarla y hacerlo también con la causa de su pueblo. Una traductora de sus poemas al castellano, María Luisa Prieto,  ha escrito sobre él: "Hombre laico y moderno, refinado y elegante, Darwish es un palestino de diálogo, aunque su voluntad no se doblegue fácilmente ni esté dispuesto a hacer concesiones humillantes".

Leer algunos de sus poemas nos acerca un poco a su obra literaria, pero también a las pulsiones del contexto que le tocó vivir desde su más tierna infancia. Darwish no deja de ser una de las voces de un pueblo sufriente, el mismo que estos días está siendo víctima de la enésima agresión por parte del estado de Israel. 


Para nuestra patria

Para nuestra patria,
próxima a la palabra divina,
un techo de nubes.
Para nuestra patria,
lejana de las cualidades del nombre,
un mapa de ausencia.
Para nuestra patria,
pequeña cual grano de sésamo,
un horizonte celeste... y un abismo oculto.
Para nuestra patria,
pobre cual ala de perdiz,
libros sagrados... y una herida en la identidad.
Para nuestra patria,
con colinas cercadas y desgarradas,
las emboscadas del nuevo pasado.
Para nuestra patria cautiva,
la libertad de morir consumida de amor.
Piedra preciosa en su noche sangrienta,
nuestra patria resplandece a lo lejos
e ilumina su entorno...
Pero nosotros en ella
nos ahogamos sin cesar.


La niña / El grito

En la playa hay una niña, la niña tiene familia
y la familia una casa.
La casa tiene dos ventanas y una puerta...
En el mar, un acorazado se divierte cazando a los que caminan por la playa:
cuatro, cinco, siete caen sobre la arena. 
La niña se salva por poco,
gracias a una mano de niebla,
una mano no divina que la ayuda. 
Grita: ¡Padre! ¡Padre! Levántate, regresemos: el mar no es como nosotros.
El padre, amortajado sobre su sombra, a merced de lo invisible,
no responde.
Sangre en las palmeras, sangre en las nubes.
La lleva en volandas la voz más alta y más lejana de la playa. 
Grita en la noche desierta.
No hay eco en el eco.
Convierte el grito eterno en noticia rápida que deja de ser noticia 
cuando los aviones regresan para bombardear 
una casa con dos ventanas y una puerta.


Pasajeros entre palabras fugaces

Pasajeros entre palabras fugaces:
cargad con vuestros nombres y marchaos,
quitad vuestras horas de nuestro tiempo y marchaos,
tomad lo que queráis del azul del mar
y de la arena del recuerdo,
tomad todas las fotos que queráis para saber
lo que nunca sabréis:
cómo las piedras de nuestra tierra
construyen el techo del cielo.

Pasajeros entre palabras fugaces:
vosotros tenéis espadas, nosotros sangre,
vosotros tenéis acero y fuego, nosotros carne,
vosotros tenéis otro tanque, nosotros piedras,
vosotros tenéis gases lacrimógenos, nosotros lluvia,
pero el cielo y el aire
son los mismos para todos.
Tomad una porción de nuestra sangre y marchaos,
entrad a la fiesta, cenad y bailad...
Luego marchaos
para que nosotros cuidemos las rosas de los mártires
y vivamos como queramos.
 
Pasajeros entre palabras fugaces:
como polvo amargo, pasad por donde queráis,
pero no paséis entre nosotros cual insectos voladores
porque hemos recogido la cosecha de nuestra tierra.
Tenemos trigo que sembramos y regamos con el rocío de nuestros cuerpos
y tenemos, aquí, lo que no os gusta:
piedras y pudor.
Llevad el pasado, si queréis, al mercado de antigüedades
y devolved el esqueleto a la abubilla
en un plato de porcelana.
Tenemos lo que no os gusta: el futuro
y lo que sembramos en nuestra tierra.

Pasajeros entre palabras fugaces:
amontonad vuestras fantasías en una fosa abandonada y marchaos,
devolved las manecillas del tiempo a la ley del becerro de oro
o al horario musical del revólver
porque aquí tenemos lo que no os gusta. Marchaos.
Y tenemos lo que no os pertenece: Una patria y un pueblo desangrándose,
un país útil para el olvido y para el recuerdo.
 
Pasajeros entre palabras fugaces:
es hora de que os marchéis.
Asentaos donde queráis, pero no entre nosotros.
Es hora de que os marchéis
a morir donde queráis, pero no entre nosotros
porque tenemos trabajo en nuestra tierra
y aquí tenemos el pasado,
la voz inicial de la vida,
y tenemos el presente y el futuro,
aquí tenemos esta vida y la otra.
Marchaos de nuestra tierra,
de nuestro suelo, de nuestro mar,
de nuestro trigo, de nuestra sal, de nuestras heridas,
de todo... marchaos
de los recuerdos de la memoria,
pasajeros entre palabras fugaces.


Carta de identidad

Escribe
que soy árabe,
y el número de mi carnet es el cincuenta mil;
que tengo ya ocho hijos,
y llegará el noveno al final del verano.
¿Te enfadarás por ello?

Escribe
que soy árabe,
y con mis camaradas de infortunio
trabajo en la cantera.
Para mis ocho hijos
arranco, de las rocas,
el mendrugo de pan,
el vestido y los libros.
No mendigo limosnas a tu puerta,
ni me rebajo
ante tus escalones.
¿Te enfadarás por ello?
 
Escribe
que soy árabe.
Soy nombre sin apodo.
Espero, con paciencia, en un país
en el que todo lo que hay
existe airadamente.
Mis raíces,
se hundieron antes del nacimiento
de los tiempos,
antes de la apertura de las eras,
del ciprés y el olivo,
antes de la primicia de la hierba.
Mi padre…
de la familia del arado,
no de nobles señores.
Mi abuelo era un labriego,
sin títulos ni nombres.
Me mostró el orgullo del sol
antes de enseñarme a leer.
Mi casa es una choza campesina
de cañas y maderos,
¿te complace mi condición?…
Soy nombre sin apodo.

Escribe
que soy árabe,
que tengo el pelo negro
y los ojos castaños;
que, para más detalles,
me cubro la cabeza con un kuffiah*;
que son mis palmas duras como la roca
y pinchan al tocarlas.
Y me gusta el aceite y el tomillo.
Que vivo
en una aldea perdida, abandonada,
sin nombres en las calles.
Y cuyos hombres todos
están en la cantera o en el campo…
¿Te enfadarás por ello?

Escribe
que soy árabe;
que robaste las viñas de mi abuelo
y una tierra que araba,
yo, con todos mis hijos.
Que sólo nos dejaste
estas rocas…
¿No va a quitármelas tu gobierno también,
como se dice?…
 
Escribe, pues…
Escribe 
en el comienzo de la primera página
que no aborrezco a nadie,
ni a nadie robo nada.
Mas, que si tengo hambre,
devoraré la carne de quien a mí me robe.
¡Cuidado, pues!…
¡Cuidado con mi hambre,
y con mi ira!

*Pañuelo palestino.


Nosotros amamos la vida

Nosotros amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella, 
bailamos entre dos mártires y erigimos entre ellos un alminar de violetas 
                                                                                 / o una palmera.

Nosotros amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella.

Robamos un hilo al gusano de seda para construir nuestro cielo y concluir 
                                                                                       / este éxodo.

Abrimos la puerta del jardín para que el jazmín salga a las calles cual hermosa
                                                                                                  / mañana.

Nosotros amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella.

Allá donde estemos, cultivamos plantas que crecen deprisa y recogemos mártires.

Soplamos en la flauta el color de la lejanía, dibujamos un relincho en el polvo 
                                                                                             / del camino
y escribimos nuestros nombres piedra tras piedra. ¡Oh, relámpago! 
ilumina para nosotros la noche, ilumínala un poco.

Nosotros amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella.


Tengo la sabiduría del condenado a muerte

Tengo la sabiduría del condenado a muerte:
no tengo cosas que me posean.
He escrito mi testamento con mi sangre:
¡Confiad en el agua, moradores de mis canciones!.
He dormido ensangrentado y coronado con mi mañana...
He soñado que el corazón de la tierra era mayor que su mapa
y más claro que sus espejos y mi cadalso.
He creído que una nube blanca me ascendía,
como si yo fuera una abubilla con el viento por alas.
Y al alba, la llamada del sereno
me despierta de mi sueño y de mi lenguaje:
vivirás en otro cadáver.
Modifica tu último testamento.
Se ha retrasado la fecha de la segunda ejecución.
¿Hasta cuándo?, pregunto.
Esperaré a que mueras más.
No tengo cosas que me posean, respondo,
he escrito mi testamento con mi sangre:
¡Confiad en el agua,
moradores de mis canciones!”.
Y yo, aunque fuera el último,
encontraría las palabras suficientes...
Cada poema es un cuadro.
Pintaré ahora para las golondrinas
el mapa de la primavera,
para los que pasan por la acera, el azufaifo
y para las mujeres el lapislázuli...
El camino me llevará
y yo le llevaré a hombros
hasta que las cosas recobren su imagen verdadera,
luego oiré lo genuino:
cada poema es una madre
que busca a su hijo en las nubes,
cerca del pozo de agua.
“Hijo, te daré el relevo,
estoy encinta”.
Cada poema es un sueño.
He soñado que soñaba.
Me llevará y le llevaré
hasta que escriba la última línea
en el mármol de la tumba:
“Me he dormido para volar”.
Y llevaré al Mesías zapatos de invierno
para que camine como los demás
desde lo alto de la montaña hasta el lago.


Sin exilio, ¿quién soy?

Extranjero a orillas del río, como al río... 
me ata a tu nombre el agua. 
Nada me devuelve de mi lejanía a mi palmera: ni la paz ni la guerra. 
Nada me incorpora a los Evangelios. 
Nada...
Nada brilla mientras sube y baja la marea entre el Tigris y el Nilo. 
Nada me apea del bajel de Faraón. 
Nada me tiene o hace que yo tenga una idea: 
ni la nostalgia ni la promesa. 
¿Qué haré? 
¿Qué haré sin exilio, sin una larga noche que escrute el agua?
 
Me ata
a tu nombre
el agua...
Nada me lleva de las mariposas de mi sueño a mi realidad: 
ni el polvo ni el fuego. 
¿Qué haré sin la rosa de Samarcanda? 
¿Qué haré en una plaza que bruñe a los rapsodas con piedras lunares? 
Tú y yo nos hemos vuelto tan ligeros como nuestros hogares 
a merced de los vientos lejanos. 
Hemos trabado amistad con los raros seres que habitan las nubes... 
Nos hemos liberado del peso de la tierra de la identidad. 
¿Qué haremos... qué sin exilio, sin una larga noche que escrute el agua?

Me ata
a tu nombre
el agua...
Sólo tú quedas de mí, sólo
yo de ti, un extranjero que acaricia el muslo de su extranjera: 
Oh, extranjera, ¿qué vamos a fabricar en esta calma que apuramos... 
en esta siesta entre dos mitos?
Nada nos tiene: ni el camino ni la casa.
¿Fue este camino así desde el principio,
o acaso nuestros sueños hallaron 
una yegua de los mongoles sobre la colina y nos sustituyeron?
¿Qué haré?
¿Qué
sin
exilio?


A mi madre

Añoro el pan de mi madre,
el café de mi madre,
las caricias de mi madre...
Día a día,
la infancia crece en mí
y deseo vivir porque
si muero, sentiré
vergüenza de las lágrimas de mi madre.

Si algún día regreso, 
tórname en adorno de tus pestañas,
cubre mis huesos con hierba
purificada con el agua bendita de tus tobillos
y átame con un mechón de tu cabello
o con un hilo del borde de tu vestido...
Tal vez me convierta en un dios,
sí, en un dios,
si logro tocar el fondo de tu corazón.

Si regreso,
tórname en leña de tu fuego encendido
o  en cuerda de tender en la azotea de tu casa,
porque no puedo sostenerme
sin tu oración cotidiana.
He envejecido. 
Devuélveme las estrellas de la infancia
para que pueda emprender
con los pájaros pequeños
el camino de regreso
al nido donde tú aguardas.

(Imagen: http://www.poesiaarabe.com/mahmud%20darwish.htm)