domingo, 14 de mayo de 2023

Positano, entre el ensueño y la nostalgia


Positano es uno de los pueblos más conocidos de la costa Amalfitana. Tras la Segunda Guerra Mundial, estando por entonces sus habitantes dedicados preferentemente a la pesca, empezó a ser un destino de artistas y gente del mundo de las letras. Luego,  con el paso de los años, se ha convertido en un destino turístico muy transitado. El entorno donde está ubicado, como ocurre con todos los pueblos de esa costa, se caracteriza por disponer de unos paisajes espectaculares, con precipicios rocosos que en otro tiempo resultaban infranqueables. Eso facilitó su protección contra los ataques exteriores. 

Su historia hunde sus raíces en tiempos lejanos. Pero fue en los siglos altomedievales, formando parte de la República de Amalficuando tuvo un momento de esplendor. Como ya he apuntado en otra ocasión, durante los siglos IX y XI ese pequeño estado rivalizó con las otras tres repúblicas marítimas itálicas, esto es, Venecia, Pisa y Génova. Tuvo muy buenas relaciones con el Imperio Bizantino, con centro en Constantinopla (la actual Istambul), y sus comerciantes se relacionaron con territorios del mundo islámico tanto de Asia como del norte de África.   


La belleza de Positano fue reflejada hace un siglo por el pintor alemán Paul Klee, que llegó a decir que "es el único lugar del mundo concebido sobre un eje vertical en lugar de horizontal". Décadas más tarde, 
en 1953, el italiano Alberto Moravia recomendó a John Steinbeck, autor de la novela Las uvas de la ira, que lo visitara, porque, como le transmitió, "allá se alza uno de los más bellos lugares de toda Italia". A su regreso el escritor estadounidense le dedicó un artículo que, entre otras cosas, decía: "es un lugar de ensueño que no parece real mientras se está allí, pero que se hace real en la nostalgia cuando te has ido". Por esos mismos años a su compatriota Patricia Highsmith le inspiró la novela El talento de Mr. Ripley, publicada en 1955. Y para el escritor Stefan Andres y su mujer Dorothee, que era judía, fue el lugar de refugio desde 1937, después que se iniciara en Alemania la persecución contra la comunidad judía. 

  
Pasear por sus calles empinadas produce sensaciones encontradas. Somos muchas las personas viajeras que deambulamos de un lado para otro en busca de los vestigios del pasado, en cualquiera de sus formas, y de esas vistas que se multiplican por doquier cuando se mezclan las casas y los paisajes. Pero es que lo se nos ofrece resulta tentador para los sentidos. 


Uno de los lugares que visitamos fue la iglesia de Santa María Assunta/Asunción, cuya construcción se inició en el siglo X sobre una antigua abadía benedictina, que, a su vez, se asentó sobre una villa de origen romano. Posteriormente ha sido remodelada sucesivamente durante los siglos XIII, XVI, XVII, XVIII y XX, lo que hace que se dé una mezcolanza de estilos que empiezan con el románico, apenas visible; continúan con el barroco, lo más abundante; y acaban con una fachada ecléctica que es poco atractiva. A eso podemos añadir un elemento bizantino, datado en el siglo XIII, que se corresponde con la imagen de la Madonna Nera/Negra, situada en el espacio principal del altar mayor. Para sus habitantes goza de ese fervor que mezcla lo que es pura leyenda con lo propiamente religioso.



El interior, con planta de cruz latina, está formado por tres naves y sobre el crucero se levanta una cúpula semiesférica sobre pechinas y tambor. En el exterior la cúpula luce de una forma especial, gracias a los reflejos que desprenden sus azulejos verdes, amarillos y rojos, hechos a base de esmaltes aleados con plomo y estaño, en lo que se denomina como técnica mayólica.

  

A la salida del templo me llamó la atención la imagen que está representada en la puerta derecha de la entrada principal. Realizada como un relieve sobre bronce, puede verse una figura masculina, con un halo andrógino en su rostro, que cubre parte de su desnudez con un velo semitransparente. Para mí me resulta un misterio que no he sido capaz de resolver, pese a haberlo intentado. 

 

En cuanto a la torre del campanario, separada del templo y construida a principios del siglo XVIII, me llamaron la atención dos cosas: una es el relieve situado sobre el arco de medio punto de su puerta; y la otra, la placa colocada por encima de dicho relieve. En el relieve, que data de los siglos medievales, aparecen representados: un pistrice, monstruo marino con cola de serpiente, que ocupa casi toda la superficie; un zorro, situado en la parte inferior; y varios peces, repartidos. Las connotaciones mitológicas son evidentes, mezclándose lo pagano con lo cristiano. La figura del pristice guarda relación, dentro de la tradición bíblica, con ese enorme pez que se tragó a Jonás. Sin olvidarnos a la vinculación lejana de Positano con el mar. 


Y en el caso de la placa, instalada a principios del siglo XX, está dedicada a Flavio Gioja, que vivió en el siglo XIII y del que se dice que es originario del pueblo. No está claro si nació en Positano o en Amalfi, donde le han erigido una estatua. Pero la confusión puede provenir del hecho de que esa república marítima abarcaba todos los territorios costeros del golfo de Salerno. Y sobre la fama de la que gozó Gioja, deriva de su relación con la brújula y el mecanismo de orientación basado en el polo magnético de la Tierra. Hay una controversia sobre si fue su inventor o si lo que hizo en realidad fue perfeccionar el invento procedente de China.    

Después de casi un mes de la visita a Positano, la verdad es que, como ocurre con tantos otros lugares, podemos hacer nuestras las palabras de Steinbeck acerca de ese ensueño "real en la nostalgia cuando te has ido".