miércoles, 3 de mayo de 2023

Capua, su anfiteatro y el eco de Espartaco

Capua conserva de la época romana su anfiteatro. Edificado a principios del siglo I, durante el mandato del que fue el primer emperador, Octavio Augusto, un siglo después fue reconstruido con Adriano. Se dice que llegó a acoger a unas 40.000 personas, lo que lo convirtió en el segundo de mayor capacidad, después del Coliseo de Roma.

Los antiteatros se encontraban, junto con los teatros, los circos o las termas, entre las construcciones públicas dedicadas al ocio de la gente. En su caso tenían como función ser el escenario de las luchas entre gladiadores y de éstos con las fieras. Posiblemente estos enfrentamientos fueran la diversión favorita para la mayor parte de los ciudadanos, que veían impávidos cómo la sangre fluía en los cuerpos de quienes no eran considerados como personas. Desde una perspectiva propiamente arquitectónica y hasta artística, estamos ante un tipo de construcción donde puede percibirse en mayor grado la capacidad técnica lograda. No debemos perder de vista la enorme cantidad de espectadores que debía acoger, concentrados en un espacio que permitiese ver con nitidez y comodidad los espectáculos.


Los materiales base que se utilizaron fueron la piedra, el conocido como cemento romano (opus caementicium) y el ladrillo, que solían recubrirse de mármol en las fachadas y zonas nobles. Gruesos muros y una red de galerías con bóvedas de medio cañón soportaban el peso, superponiéndose en pisos. Hacia el exterior se veía la fachada vertical abierta con galerías de arcos de medio punto en cada piso. Y en el interior, hacia la arena o foso se extendía el graderío, también llamado cávea. El tránsito para tanta gente se veía facilitado por las galerías abovedas y la disposición en la cávea de numerosos accesos, conocidos como vomitorios. Por último, la arena escondía en el subsuelo las galerías y habitáculos que se destinaban a gladiadores y fieras.  


Entre lo que queda del anfiteatro de Capua, además de lo expuesto en el museo y de lo que puede verse por el exterior del recinto, lo más llamativo para mi fue el paseo que hicimos por la parte subterránea escondida bajo lo que fue la arena. Un recorrido por galerías y habitáculos, a veces de gran angostura, que hace despertar la imaginación, pensando en ese trasiego continuo, intenso y tenso que protagonizaban gladiadores y animales en liza hasta vencer o morir.  

Pero la visita, que en líneas  generales no difirió de la de otros anfiteatros, como los de Itálica, Tarragona, Verona o el mismo Coliseo romano, tuvo para mí otro motivo. Y no por el edificio en sí, pues todavía no se había construido, como por ser el lugar donde se inició uno de los acontecimientos más relevantes de la historia de Roma. Fue en el año -73 (o -74, según otras fuentes) cuando un grupo de gladiadores, esclavos todos, con Espartaco al frente, se rebelaron contra sus amos y acabaron poniendo en jaque durante casi dos años a las autoridades de la República en proceso de construcción imperial. El movimiento se vio apoyado por la mayor parte de las personas esclavas del sur de la península Itálica y alcanzó tal amplitud que el Senado se vio en la obligación de organizar varias legiones para sofocarlo.

El personaje de Espartaco ha pasado a ser un referente histórico de la lucha por la liberación de las personas oprimidas. Su eco, en distintos grados, se sigue manteniendo. No ha faltado que haya sido motivo de tratamiento tanto en el campo de la historiografía como en el de la literatura y el cine. ¿Cómo no recordar la película homónima dirigida por Stanley Kubrick, protagonizada por Kirk Douglas y basada en la novela de Howard Fast?