jueves, 4 de mayo de 2023

Pompeya, Herculano y el poderoso influjo del Vesubio


En el verano del año 79 el Vesubio despertó de su somnolencia con una enorme fiereza. Fue tal la devastación que provocó, que buena parte de su entorno se vio sepultado por los materiales que arrojó desde sus entrañas. M
i visita reciente a Nápoles y su bahía ha tenido a este pequeño gigante de la naturaleza como uno de los principales referentes, si no el que más. Tuve la suerte de poder verlo cuando el avión descendía hacia el aeropuerto y su silueta me persiguió durante el resto de viaje. Una sensación parecida a la que me ocurrió con el Teide, especialmente durante mi primer viaje a Tenerife. Y en el primer amanecer en Nápoles tuve ocasión de captar su figura desde la habitación del hotel, observándola hacia el este, sin que el tiempo hubiera dado síntomas de la faena que nos deparó dos días después, que era cuando teníamos programado el  ascenso al cráter.


La lluvia y la nieve, en este caso en la cumbre, se cebó con furia y por ello hubo de cancelarse la visita. Eso no impidió que por la tarde pudiéramos hacer la de Pompeya, una de las ciudades sepultadas por el volcán y quizás el más famoso de los yacimientos arqueológicos en los que pueden verse sus efectos. Estuvimos allí, sí, pero con la compañía de una lluvia y un viento que dificultaron el recorrido y, en cierta medida, impidieron que pudiéramos disfrutarlo. 


Vimos, por ejemplo, el trazado de sus calles, el foro, el teatro, los frescos que decoraban los interiores de las viviendas de gente adinerada, algunas fuentes y hasta un lupanar donde los varones daban rienda suelta a su apetito sexual.  


En realidad, resulta difícil deslindar lo que puede verse con lo que pudo ser la ciudad de Pompeya, después que el diluvio abrasador de cenizas volcánicas y la lava enterraran lo que allí había. Aun con ello, es digno de elogio el esfuerzo titánico llevado a cabo por los diferentes equipos arqueológicos en su afán por descubrir lo que se esconde y por reconstruir parte de lo existente dos mil años atrás. Necesitamos saberlo para saber cómo vivían esas gentes. Cómo eran sus casas y cómo las decoraban, como se repartían las diferentes funciones de la ciudad y quiénes las llevaban a cabo...   


La destrucción material trajo aparejada la muerte de sus habitantes, que no pudieron librarse de la inhalación de los gases tóxicos que acompañaron a la gran explosión volcánica y tuvieron que sufrir lo indecible. Las características de la erupción explican que se haya procedido a recuperar las formas de numerosos cuerpos, dentro de esa malvada combinación de una muerte inicial súbita y el sepultamiento inmediato por los materiales volcánicos. En nuestros días podemos ver cómo habían quedado muchos de esos cuerpos por haberse insuflado yeso en los moldes conservados y que se carbonizaron por las elevadas temperaturas.   


La decepción de la visita al Vesubio tuvo como contrapartida que unos días después pudiéramos acercarnos a otras de las ciudades castigadas por el designio de la naturaleza: Herculano, la Ercolano italiana. Situada antaño en la línea de costa y cercana a Pompeya, se encuentra ahora separada del mar por un enorme muro de materiales volcánicos. El tiempo en esta ocasión nos ofreció una tregua, lo que nos permitió ver con más tranquilidad detalles de la vida de sus habitantes. Como ocurrió, por ejemplo, con lo que queda de ese altar dedicado a los lares, las divinidades protectoras del hogar. Con las termas destinadas a las mujeres. Con los restos de maderas carbonizadas, fueran de puertas, camas...

  

Y no puedo olvidarme de la gente esclava, invisible en lo material, pese a constituir buena parte de la población de las ciudades y campos, cuyo esfuerzo sustentó las bases de una civilización opulenta y refinada, de la que disfrutó en mayor medida una minoría rica y poderosa, y también, en grados diferentes, los otros sectores de la población según se descendía en la jerarquía social. Me llamó la atención en algunas casas la pequeña habitación, situada en la entrada, que estaba destinada al esclavo que se encargaba de la vigilancia.     


Tras la famosa erupción del año 79 el Vesubio ha seguido mostrando su poderosa actividad, habiendo sido la última en la fecha reciente de 1944, en plena Segunda Guerra Mundial. También ha seguido manteniendo una gran atracción para las personas. No debemos perder de vista que, gracias a los materiales que aporta, las tierras de su entorno se ven enriquecidas para las prácticas agrícolas, que no dejan de ser la base de la alimentación humana. Y hasta la literatura se ha rendido a ese influjo. Como ocurrió con Marcial, nacido en Bílbilis (la actual Calatayud) y contemporáneo del acontecimiento, que nos dejó escrito esto:

"He aquí el Vesubio, hace poco verde bajo la sombra de los pámpanos; aquí la noble uva había hecho desbordarse las cubas llenas de vino: éstas son las cumbres que Baco amó más que a las colinas de Nisa, en este monte danzaron los sátiros. Ésta era la morada de Venus, más grata para ella que Lacedemonia, este lugar era famoso por el nombre de Hércules. Todo yace sumergido en llamas y en siniestra ceniza: ni los dioses del cielo hubieran querido que esto les fuese permitido".