domingo, 1 de septiembre de 2019

Los orígenes del inicio de la Segunda Guerra Mundial









La Segunda Guerra Mundial fue una consecuencia del tratado de Versalles (1919). El tratado de Locarno (1925), forzado por Francia para garantizar el cumplimiento del primero, permitió una estabilidad internacional pasajera. Pero el acceso al poder en 1933 del partido nazi en Alemania se materializó en la denuncia de los dos tratados y la aplicación de una política de rearme (aumento de gastos, remilitarización del Rin, etc.) y de expansión territorial (Austria, primavera de 1938; Sudetes, verano de 1938; Bohemia y Moravia, primavera de 1939; y Polonia, verano de 1939). Todo ello estaba acorde con la conocida como doctrina del espacio vital, que tenía como objetivo el control total del centro y este de Europa, y de la URSS, con el fin de disponer de recursos naturales y mercados suficientes para mantener a la Gran Alemania.

Paralelamente en el extremo oriente Japón continuaba su política expansionista. Tras la guerra contra Rusia (1904-05) y la ocupación de Corea (1910), se anexionó  Manchuria a costa de China (1932), país que acabó invadiendo en 1937. Hasta la invasión alemana de Polonia el ejército japonés ejerció una fuerte presión sobre la frontera de la URSS, con escaramuzas militares y, ya en mayo de 1939, la invasión de Mongolia. Todo ello obligó a que la URSS tuviera que reforzar su frontera. Iniciada la Segunda Guerra Mundial, Japón se orientó al sureste asiático y Oceanía.

En octubre de 1936 Alemania e Italia crearon el Eje Berlín-Roma; en el mes siguiente Alemania y Japón firmaron el Pacto Antikomintern, al que se unió al año siguiente Italia, conformando de hecho el Eje Berlín-Roma-Tokio. Estas afinidades se completaron con apoyos a la conquista italiana de Abisinia (1935) o al bando franquista en la guerra española de 1936-39.

En septiembre de 1938 Gran Bretaña y Francia acabaron cediendo en el Pacto de Munich, donde se permitió la anexión alemana de los Sudetes. La anexión definitiva de Checoslovaquia en marzo de 1939 no impidió que las dos potencias occidentales europeas rechazaran los intentos por parte de la URSS para llegar a un acuerdo que frenara el expansionismo alemán. 

Por esas fechas Hitler había confesado a un diplomático de la Sociedad de las Naciones: “Todo lo que yo emprendo está dirigido contra Rusia. Si Occidente es demasiado estúpido y ciego para entenderlo, me veré obligado a llegar a una alianza con los rusos y derrotar después a Occidente, de manera que después de su derrota pueda dirigirme contra la Unión Soviética con topas las fuerzas que pueda reunir”*. 

Aislada, pues, la URSS, en agosto de 1939 acabó aceptando la oferta alemana de un pacto de no agresión. El día 23 los ministros de Asuntos Exteriores, Ribbentrop y Molotov, firmaron en Moscú el pacto germano-soviético. Alemania evitaba momentáneamente el efecto tenaza en su flanco oriental, mientras que la URSS ganaba tiempo para preparar su industria de guerra ante un previsible ataque alemán, desplazándola al este de los Urales. Desde determinados ámbitos políticos e historiográficos se hace especial hincapié en la existencia de un protocolo secreto mediante el cual se llevó a cabo el reparto de Polonia, algo que no está documentalmente demostrado. 

Lo que sí es cierto es que la URSS tenía interés en recuperar, de un lado, los territorios perdidos en el tratado de Brest-Litovsk de 1918, como eran el este de Finlandia, las repúblicas bálticas y Besarabia; y de otro, los cedidos a raíz de su derrota en la guerra contra Polonia entre 1919 y 1920, delimitados al este de la conocida como línea Curzon, y parte de Bielorrusia y Ucrania.

La ocupación alemana del oeste de Polonia se inició el 1 de septiembre y dos días después Gran Bretaña y Francia acabaron declarando la guerra a Alemania. Había empezado la Segunda Guerra Mundial.

* En Dimenico Losurdo, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra (El Viejo Topo, 2011, p. 212), citando a Ernst Nolte. 

(Imagen: "Cadáver de caballo", de Otto Dix).