sábado, 21 de septiembre de 2019

Una inmersión por el metro de Moscú






















Visitar Moscú y acercarse a su metro es algo que resulta imprescindible. Estamos ante una obra colosal -en el buen sentido- y deslumbrante. Y muy diferente a los metropolitanos de otras grandes ciudades, de los cuales conozco los de Madrid, Barcelona, Londres, París o Roma. Siendo eminentemente funcional, como lugar de tránsito diario para la gente corriente, que es la mayoría de una sociedad, fue concebida también como un espacio de contemplación y disfrute. En cierta ocasión escuché a Enrique Líster decir en una emisora de radio, entre finales de los años 70 y principios de los 80, que el socialismo en la URSS lo vivió personalmente en la construcción del metro moscovita, donde trabajó durante un tiempo haciendo uso de su experiencia previa en España como cantero. 


Para conocer mejor las entrañas del proyecto y su realización recomiendo un artículo de Marcel Panchard, "El metro de Moscú", en el que se adentra en algunos pormenores de su cronología, los objetivos urbanísticos y los rasgos estéticos. Por mi parte, lo que pretendo ahora es reflejar las sensaciones que tuve durante mi visita el pasado el mes de junio, haciendo un esfuerzo por contextualizarlas. Fue al día siguiente de haber llegado a Moscú y después de haber visitado durante la mañana el monasterio de Sergei Posad, y en cuyo interin tuve la suerte de aprovechar la breve parada en el Centro Panruso de Exposiciones para fotografiar la majestuosa escultura "El obrero y la koljosiana" de Vera Mújina. Un aperitivo apropiado para lo que iba a venir de inmediato.


Entramos en el metro por la estación Prospekt Mira (Avenida del Mundo), de la que ya me llamó la atención que estuviese situada en la planta baja de un edificio. Fue el primer contacto con la apoteosis de mármoles, escayolas, teselas y metales en el que nos fuimos sumergiendo a lo largo de las aproximadamente dos horas que duró la visita. Fue el momento de irnos sorprendiendo de los relieves alusivos a la vida de la antigua URSS y de la simbología característica, en la que la hoz y el martillo o la estrella de cinco puntas cobraban la primacía, sin olvidarnos de la omnipresencia de la figura de Lenin. El objetivo, tal como nos indicó nuestra guía Katia, estaba en visitar algunas de las más bellas estaciones del metro moscovita.


La bajada por las escaleras mecánicas nos llevó al interior de los túneles por los que transitamos en busca de la línea circular, conocida como Koltsevaya, y del andén correspondiente. En Prospekt Mira, dentro de una estética clasicista con esculturas exentas, medallones y casetones en sus bóvedas, contemplamos la abundancia de motivos florales y agrícolas que son propios de la vida campestre.


El siguiente destino fue la estación de Komsomolskaya, a la que llegamos pronto por situarse en la siguiente parada de la línea. Su nombre alude a la organización juvenil del Partido comunista de la URSS y no por un motivo gratuito. Y es que en el proceso de construcción del metro la gente joven jugó un papel importante a la hora de aportar con su trabajo el esfuerzo necesario para que acelerar la finalización de las obras.


En el espacio  de esta estación se despliega una estética que nos recuerda la de un palacio barroco, quizás rememorando los lujosos palacios construidos durante el siglo XVIII en San Petersburgo. La diferencia estriba, sin embargo, en que se trata de un palacio del pueblo, la antítesis de los palacios imperiales y aristocráticos de la era zarista. Y es que, en palabras del que fuera primer comisario del pueblo para la Cultura tras la revolución de octubre de 1917, Anatoli Lunacharski, "el pueblo también tiene derecho a columnatas". Todo ello lo delatan las columnas octogonales con capiteles jónicos, las formas vegetales de las molduras o las lámparas de araña, donde el lujo antaño elitista se ha puesto al servicio de la gente corriente.


Los mármoles y la pintura de tonalidad amarillenta del techo recubren buena parte de la estructura, y cuando no es así, aparecen los mosaicos para recordarnos escenas de algo muy presente en esta sociedad, como es la lucha del pueblo ruso y sus hermanos para hacer frente a las sucesivas agresiones, desde los siglos medievales, de los imperios mongol, sueco, polaco, turco, francés o alemán. Y de este último, por coincidir con el esplendor de la construcción del socialismo y de la URSS, cobra una importancia especial la lucha contra el fascismo entre 1941 y 1945, en lo que gustan denominar como Gran Guerra Patria.


Desde Komsomolskaya nos dirigimos a Novoslobodskaya. A través de sus abundantes vidrieras, obra de los artistas letones E. Veylandan, E. Krests, y M. Ryskin, se tiene la sensación de encontrarse en una catedral medieval. Una de las diferencias formales, eso sí, es que están iluminadas artificialmente con luz eléctrica.


En esta estación también se encuentra uno de los mosaicos más conocidos: el de la "Paz para todo el mundo", cuyo autor, Pável Korin, es uno de los pintores más reconocidos de la URSS. La alegoría de la paz está representada en la figura de una mujer que sostiene un niño sobre sus brazos un niño. Remodelado parcialmente tras la muerte de Stalin, su figura acabó siendo sustituida por las tres palomas que vuelan sobre las cabezas de la mujer y el niño.


La última estación fue la de Kievskaya. Alusiva a la capital ucraniana, está dedicada la antigua república soviética de Ucrania y los lazos de amistad que mantuvo con Rusia, algo que nos puede resultar sorprendente en nuestros días, tal como subrayó nuestra guía. Por lo demás, en los numerosos mosaicos diseñados por A. V. Myzin se reiteran escenas alusivas a la lucha revolucionaria anterior a 1917, los logros económicos de los planes quinquenales, la vida cotidiana o la resistencia contra el fascismo entre 1941 y 1945, en lo que gustan denominar como Gran Guerra Patria. Fuertemente idealizadas, son una fiel muestra del estilo del realismo socialista.


La salida la hicimos por la plaza Karmanitskiy, próxima a la famosa calle Arbat y a la que espero poder dedicar una entrada en otra ocasión. La anécdota derivada del despiste de dos compañeras me permitió, entre otras cosas, fijarme en la fachada exterior del acceso de la estación, donde se sigue manteniendo el recuerdo de la época pasada, como se refleja, por ejemplo, en el medallón que rememora la revolución de 1917. 

Claro que me hubiera gustado haber visitado otras estaciones. Las imágenes que pueden verse a través de la red invitan a que, si se tiene la ocasión de volver a Moscú, se satisfaga el deseo. Y ojalá que pueda hacerlo, cosa que no descarto.