martes, 21 de diciembre de 2010

Satisfacción

Hoy es uno de esos días que me siento contento. He acabado ya, por fin, el máster Cultura de Paz que inicié el pasado mes de enero con la defensa ante un tribunal académico del trabajo final de investigación. Ha resultado duro, pero ha merecido la pena. No puedo negar que a lo largo de once meses he tenido que dedicarle mucho tiempo: acudiendo a las clases todos los días por la tarde desde finales de enero hasta principios de junio; haciendo los trabajos correspondientes en cada uno de los catorce cursos; realizando las prácticas y la consiguiente memoria; haciendo un diseño de investigación y finalmente poniéndome manos a la obra para elaborar el trabajo "Influencia de las relaciones de género en la convivencia escolar: estudio de un instituto de Barbate". Hoy te tenido que defenderlo y todo ha ido muy bien. Me muestro, repito, muy satisfecho. He disfrutado mucho, sobre todo durante los primeros meses. En gran medida, también, durante la elaboración del trabajo final. He pasado malos momentos, por qué negarlo, pero no porque lo que hiciera no me gustara, sino por cansancio mental. Creo que el esfuerzo de los primeros meses fue muy grande, compatibilizando la actividad del máster con mi trabajo en el instituto,  con un trasiego diario de viajes por carretera hasta Puerto Real. Me sentí entonces con muchas fuerzas y con ellas seguí durante buena parte del mes de julio, pero después me vine abajo, lo que me obligó a tener que descansar. Desde septiembre he proseguido, con dificultades, pero por fin lo he conseguido. Tengo conciencia de haber aprendido más todavía. Es cierto que ha habido altibajos entre el profesorado, pero en general el balance es bastante positivo. En parte recuperé el espíritu de mi juventud como estudiante, ilusionado por lo que hacía, aunque con la ventaja de la veteranía de mi más de medio siglo de vida. Esta mañana he agradecido públicamente lo aprendido: al profesorado, pero también a los compañeros y las compañeras. Me he sentido como un tío mayor en medio de sobrinos y sobrinas, dada la diferencia de edad y mi complicidad de sentirme un alumno más. Mauro, Luján, Tatiana, Jad, Monsaf, Helfried y Paula han sido colegas en las clases, los trabajos, las preocupaciones, los anhelos, los temores a veces... Hablar, discutir, intercambiar experiencias, exhalar culturas  a veces tan diferentes, darnos ánimos, contarnos confidencias, desahogarnos, todo ello ha sido la tónica de los primeros cinco meses de contacto directo y permanente, y de los siguientes a través, por mi parte, de la red electrónica. En el profesorado ha habido de todo, pero no puedo más que agradecer la ayuda inestimable de Carmen Rodríguez en la elaboración del trabajo final; la ilusión de Antonio Castellanos en su maravilloso y rico mosaico de voces y personajes tan variados en sus dos cursos; las pinceladas de Julio  Rodríguez como un historiador que aportó en el primer día las claves del mundo de nuestros días; las tres sesiones de Beatriz Gallego sobre los métodos en las ciencias sociales; las que impartió el grupo de penalistas y un filósofo del derecho, comandado por Gloria González, para centrarme en el para mí espinoso mundo del derecho; el otro grupo de juristas, esta vez de derecho internacional, que nos puso en contacto con normas y realidades de distintos contextos; las sesiones sobre inmigración con Paco Lara, el profesor Terradillos...; el tratamiento más teórico, desde lo práctico, de los conflictos con Juan Gómez  y hasta la presencia curiosa de Sylvaine y su lógica formal; la página web Tres orillas por la paz que se empeñó Eulogio en que cultiváramos... Por fin he acabado, como lo está haciendo el día. Así que ahora a descansar, que creo que me lo merezco.