Las religiones monoteístas (1)
Podemos partir de la consideración del judaísmo, el cristianismo y el islam como religiones que tienen un tronco común, aunque hayan surgido en contextos diferentes. El elemento más característico es su carácter monoteísta, a la vez de la existencia de un reconocimiento mutuo de valores y personajes. Del judaísmo se pueden destacar dos momentos en su conformación como religión: uno, expresado en el Antiguo Testamento, el de la tradición de un pueblo que hizo de la creencia y veneración del dios étnico Yahvé el motor de su liberación terrenal y espiritual; otro, expresado en el Talmud, el de su contacto con el mundo helenístico griego, sobre todo desde el siglo –I. El cristianismo, por su parte, surgió de la síntesis del judaísmo, el humanismo greco-latino y las religiones orientales romanas, sin olvidar las tradiciones paganas de los numerosos pueblos con los que acabó poniéndose en contacto el imperio romano y el propio cristianismo. Su conformación ha sido tan compleja, que ha oscilado entre la idea de la unicidad explícita de Dios, considerada finalmente herética, y el dogma de la trinidad, basado en la consideración de tres personas en una, que ha sido la triunfante. El islam se ha ido configurando desde un magma cultural y religioso entre los siglos V y IX (es decir, en un tiempo más amplio, por anterior y posterior, que el momento de referencia codificado de principios del siglo VII) y nuestros días, pasando por distintas etapas y concreciones espaciales en su expansión (península Arábiga, mundo árabe-musulmán, imperio turco, la India, Indonesia…). Mientras que la idea del Yahvé en el judaísmo surge como una divinidad étnica, la de Allah en el islam y Dios en el cristianismo hay que entenderlas desde una dimensión universalista.
Tipos de paz en el judaísmo clásico y aportaciones posteriores
El judaísmo tiene una tradición que ha conformado una ética religiosa y social en la que valores como la armonía, la solidaridad o la concordia son de primer orden. La propia palabra paz es enunciada de numerosas formas, atendiendo a situaciones diferentes. Así, por ejemplo, siguiendo a Mª José Cano (1998), se encuentran palabras como shalom (paz), shalam (hacer la paz), shaqat (calmarse), sheqet (silencio, calma), shiqitat (reposo, calma), shaqet (reposado, pacífico, religioso)… También hay términos que designan situaciones en relación a otras personas o culturas, como hishqit (apaciguar), brit (alianza), qum (consolidar), qum brit (alianza sólida), qarat brit (alianza, que puede ser débil)… No faltan nombres propios relevantes relacionados con lo anterior como ocurre con Shalem (Jerusalén) o Shelomoh (Salomón, el Pacífico).
Independientemente de los lazos existentes entre judaísmo, cristianismo e islam en los momentos de conformación de las dos últimas religiones, en algunos momentos de la historia las relaciones con el islam han sido no sólo de coexistencia, sino fructíferas en distintos ámbitos. Así, al parecer, ocurrió en Al Ándalus, donde se pueden también interpretar como fructíferas las aportaciones que desde el mundo judaico se han hecho a los distintos ámbitos del conocimiento y las relaciones humanas desde una dimensión universal, como se ha manifestado en personajes relevantes del mundo de la cultura, la ciencia, la política o la paz. Personajes como Maimónides, Baruch Spinoza, Albert Einstein o Hannah Arendt pueden servirnos de ejemplo.
Tipos de paz en los orígenes del islam y aportaciones posteriores
En el caso del islam, conviene resaltar en primer lugar cómo su conformación está inserta en un contexto de influencias mutuas entre las tradiciones judeocristiana, incluyendo los elementos heréticos y apócrifos, y la árabe tribal. El islam se puede considerar como un intento exitoso de superación de esas tradiciones mediante la fusión de numerosos elementos, con el resultado de la ordenación cultural de un territorio, la península Arábiga, desde unos postulados de unidad política. Mahoma es el fundador del primer estado árabe, en el cual jugó un papel importante, como lo que correspondió a tantos otros estados, las bases religiosas que sirvieron de argamasa. El islam se presenta, pues, como un elemento de cohesión cultural (en sentido amplio, en el que entra lo social, lo político, lo religioso…), ordenador de un nuevo modelo de relaciones humanas con el fin de limar elementos de las tradiciones tribales árabes en lo referente a las mujeres, la gente pobre, determinados castigos y penas, etc.
Es así como se entiende buena parte de los preceptos coránicos de base solidaria (limosna) o piadosa (oración, peregrinación, las ideas de umma (comunidad de creyentes) o sharia (ley religiosa basada en el Corán y la sunna) o las numerosas formas de regulación de las relaciones entre personas, grupos y estados. Siguiendo a Beatriz Molina (1998 y 2009), el Corán contempla la idea de paz con distintas acepciones, distinguiendo, por ejemplo, salam (paz), aslaha (llegar a un acuerdo, mejorar), salihat (buenas acciones), islah (concordia, educación), sulh (reconciliación)... Cada uno de estas palabras tiene su sentido concreto en lo social, cultural, político, etc. En general el Corán está lleno de términos que reflejan valores de armonía, solidaridad, concordia…
Hemos partido de la idea de que el islam en sus orígenes fue una forma de superación de tradiciones diversas en el contexto de la península Arábiga, abarcando aspectos sociales, políticas y culturales. Su progresiva expansión fue concretando y reinterpretando tanto el magma cultural y religioso del que bebió inicialmente como de los elementos que fue recogiendo en los territorios por donde se fue expandiendo. En la dialéctica entre los principios culturales y religiosos, de base coránica, y el aporte de los nuevos territorios incorporados es donde han ido surgiendo diferentes concreciones espacio-temporales. Es así como se entienden las distintas formas de reglamentar las relaciones entre las personas, las comunidades no islámicas y los propios estados.
En la medida que el islam está ligado, dependiendo del contexto, a un estado, a varios estados o a todo un mundo, se pueden distinguir en él dos ámbitos de relaciones entre su propio mundo y los otros. Así dar al-islam se entiende como el territorio propio del islam, mientras que dar al-hard lo es del territorio de la guerra. En los dos casos existe una regulación mediante el derecho de las relaciones a desarrollar. Es aquí donde surge la idea del yihad, que no debe interpretarse como guerra santa, sino como el esfuerzo, a la vez intelectual y político, por conseguir la paz. Teniendo en cuenta que las relaciones entre estos dos territorios pueden conllevar tensiones y conflictos, el Corán encuentra espacios intermedios donde se pueden establecer negociaciones para llegar a acuerdos: dar al-sulh o territorio de la tregua; y dar al-‘ahd o territorio del pacto.
Al reconocerse al judaísmo y cristianismo como religiones del Libro, las comunidades que formaban sus creyentes tenían el carácter de comunidades protegidas, dimmas, además del componente fiscal. El sentido coránico de la sharía, frecuentemente identificada como ley islámica, hay que interpretarlo como los preceptos divinos que regulan las acciones humanas, donde se mezclan lo espiritual y lo terrenal. El término sharía significa camino a seguir, por lo que desde esta perspectiva hay que entenderlo como una ética conformadora de acciones humanas.
Frente al tópico de un mundo islámico en permanente confrontación con otros mundos, que en el caso de la península Ibérica se dio con el cristiano, Juan José Tamayo (2009, p.287 y ss.) expone una serie de ejemplos durante la Edad Media que demuestran las conexiones y el reconocimiento mutuo entre las dos culturas. Es el caso del filósofo Abelardo, que crea un diálogo entre un miembro de cada comunidad de Al Ándalus. De Francisco de Asís y su, entre otra cosas, impacto por el sentimiento religioso tras su viaje a Palestina. La Escuela de Traductores de Toledo como un modelo de relación cultural fructífera. Ramón Llull, a quien califica de cristiano arábigo. Nicolás de Cusa o Juan de Segovia, defensores de la paz. Bodino, ya en siglo XVI que trató el diálogo cultural en un contexto de guerras religiosas entre cristianos…
En la actualidad la ignorancia, posiblemente mutua, pero clara, desde nuestro mundo hacia el islámico, agravada en el contexto de “choque de civilizaciones”, nos lleva a la necesidad de plantear estrategias de diálogo que abran nuevas vías de relación, convivencia y reconocimiento.
Convivencia y de guerra entre religiones: Al Andalus en la historia
Se ha escrito abundantemente sobre Al Ándalus como un territorio en el que se ha dado la coexistencia de tres culturas. La polémica historiográfica protagonizada en los años 50 y 60 por Américo Castro y Claudio Sánchez-Albornoz puso de relieve, una vez más, las diferencias en la valoración e interpretación de nuestra historia, especialmente en los siglos medievales. Américo Castro resaltó la coexistencia de las tres comunidades como enriquecedora y conformadora del carácter español: “Todos habíamos creído que la España cristiana era un mundo ya dado y fijo sobre el cual caían palabras, literatura o instituciones musulmanas. Sólo después de haber enfocado la Edad media como aspecto de una “situación de vida”, comencé a percibir el sentido de lo islámico en aquella historia” (1982, p. 143). Para él, pues, buena parte de lo que caracteriza nuestra identidad colectiva tiene su origen en el encuentro de las tres culturas, que además no se rompió definitivamente en 1492, sino que tuvo en la población morisca una prolongación. Muy diferente fue la interpretación de Claudio Sánchez-Albornoz, para quien “la España cristiana surgió de la batalla con el Islam y en esa batalla se acuñó el talento hispano (…) que fecundó al modernidad” (1983, pp. 45-46).
El filósofo iraní Rami Jahanbegloo ha denominado paradigma Córdoba (Tamayo: 2009, p. 90) a la experiencia vivida en Al Ándalus, de donde ha destacado dos logros fundamentales: la “creación de un foro cosmopolita para estudiosos e investigadores de las diferentes disciplinas y transmisión del saber helenístico a la Europa medieval”, lo que supuso la base para el inicio del renacimiento europeo a partir del siglo XV.
Emilio González Ferrín (2006), por su parte, ha intentado romper con el mito de Al Ándalus entendido como un puente entre mundos, que lo que ha hecho ha sido crear un estereotipo y como tal, falsificar su realidad. Considera que Al Ándalus fue un espacio de integración en el que se dio una continuidad histórica de un mundo en conflicto y en construcción, tras la crisis del mundo romano, la influencia de Bizancio y la llegada del germano, y la aportación que desde el siglo VIII empezó a llegar desde el mundo árabe-musulmán. Al Ándalus sería la plasmación en un momento histórico concreto de las aportaciones de diversas culturas, desde las ya existentes hasta las provenientes del norte de África y el Oriente, y la conformación de una nueva, la andalusí, con una gran creatividad e influencia tanto hacia el norte de África como hacia Europa. Su caída no la interpreta González Ferrín como la derrota del mundo islámico y el triunfo de lo español en relación a lo europeo. Al Ándalus estaría detrás de la historia europea desde el siglo XV: “bucle de fuentes medievales del que emana el Renacimiento, en ocasiones no distingue ocasionales pares contrapuestos, y las más de las veces contribuye en su acelerada aculturación a un genial majado en el que está plenamente presente Al Ándalus, pero nunca con tal nombre” (2006, p. 574).
Notas
(1) En los dos casos se trata de sus intervenciones en abril de 2010 durante el curso Geoestrategia de lo sagrado, dentro del máster Cultura de Paz organizado por la UCA.
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