Consideraba que el sistema capitalista tenía recursos suficientes para ahogar, mediante una ideología que tenía al consumismo e individualismo entre sus pilares, cualquier pensamiento crítico que pretendiera poner en cuestión su hegemonía. Así, desde ese individualismo no tenía cabida la acción colectiva y solidaria, que estaba, aunque no en exclusiva, en el sindicalismo. Y desde el consumismo no cabía tampoco esa acción colectiva y solidaria, porque sentaba sus bases en la obtención de recursos y productos a costa de otras personas que bastante tenían con sobrevivir, cuando no estaban condenadas a la miseria.
Creo que todos esos argumentos siguen siendo válidos hoy, pues nada ha cambiado en lo sustancial. Sí han surgido, no obstante, algunas novedades. Uno de los temas de debate durante los últimos meses está centrado en las pensiones y más concreto en el retraso de la edad de jubilación. Los gobiernos occidentales están decidiendo o anunciando su retraso. En España, en concreto, se habla de los 67 años. Mucha gente se ha cabreado, lo que resulta lógico, pues considera que ya habrá trabajado y cotizado bastante para cuando cumpla los 65 años, que es, al fin y al cabo, lo que tenía interiorizado como final de su etapa laboral, que en la mayor parte de los casos supera con creces los 30 años.
Lo que está ocurriendo, sin embargo, es que tanto esto como lo que comentaba al principio se han solapado. Se quiere obligar a la gente talluda a trabajar más años para, dicen como falacia (recordad el comentario mío del pasado 3 de enero), mantener equilibrados los fondos de la seguridad social. Si eso fuera así, lo que se está es castigando aún más a las generaciones más jóvenes, que van acumulando el menor tiempo de cotización por tres factores: el retraso en la entrada en el mercado laboral (por la obligación de estudiar hasta los 16 años o querer seguir haciéndolo para formarse más y mejor), la existencia de un paro creciente y el no haberles importado trabajar en precario y sin prestar atención a la normativa laboral.
En los años 90 surgió un debate en los países europeos en torno a la reducción de la jornada laboral a 35 horas semanales. Algunos países, como Francia, lo introdujeron en su reglamentación laboral. En España Izquierda Unida, con el apoyo de algunos sindicatos, como la CGT, lo impulsó y llegó a presentar en 1999 en el Congreso una iniciativa legislativa popular para que se tratara. La mayoría parlamentaria del PP, que gobernaba por entonces, y del PSOE la echó para atrás. No hubo comprensión de la iniciativa por buena parte de la sociedad española y, lamentablemente, por parte de CCOO y UGT. En el primer caso se prefirió dejarse llevar por los valores del consumismo e individualismo que con el PP alcanzaron su zénit cuando vivíamos en plena burbuja especulativa; y en el segundo se prefirió la comodidad de ir defendiendo las conquistas conseguidas, sin entender que eso es siempre insuficiente.
Hoy estamos sufriendo el ataque más duro contra las conquistas sociales obtenidas desde bastantes décadas y que se empezaron a poner en cuestión en los años ochenta. La gran desmovilización que hay en la sociedad española ha sido una de las claves de la gran debilidad que tenemos y que está permitiendo que se sigan reduciendo derechos sociales. Es cierto que sindicatos como CCOO y UGT tienen responsabilidad, pero no toda. Su presencia ha permitido poder haber mantenido bastantes derechos. Actuaron con determinación en las diversas huelgas generales convocadas, incluidas las de 2003 contra el gobierno del PP y la de septiembre pasado contra el del PSOE. No me está gustando su actitud en los actuales momentos, buscando no sé qué acuerdo con el gobierno y la patronal. Sé que hay una parte del electorado que se considera de izquierda que tiene su corazón roto, teniendo un gran malestar por las medidas que se están tomando, pero temiendo que pueda venir el PP, que supondría estar peor. También sé que mucha gente ha perdido o no ha tenido la conciencia suficiente para detectar cuáles son las claves de la actual situación. Hay quien considera, por ejemplo, que “la culpa la tiene Zapatero”, siguiendo el mensaje machacón del PP.
Pese a todo ello, despreciar a los sindicatos no resultaría positivo. Mucha gente que lo hace, ni está sindicada ni ha apoyado las convocatorias de huelga general. Hay mucha gente que exige mucho, pero no pone nada de su parte, no aportando la solidaridad necesaria para poder llevar a cabo una acción colectiva de respuestas a las agresiones. Estoy seguro que la actitud de CCOO y UGT es, al menos en parte, consecuencia del insuficiente apoyo que tienen. Para mí es una muestra de debilidad, pero es que mucha gente apoyó la última huelga general. Hay, además, otros sindicatos que han actuado con mayor coherencia, aunque tenga menos arraigo social, por lo que no se puede poner como excusa a los sindicatos.
En definitiva, existen cauces de participación y colaboración sociales para poder resistir. Lo contrario sería la derrota, que sería definitiva por mucho tiempo. En un artículo magistral publicado hoy en Público Umberto Eco lo acaba con estas palabras: “En lo que respecta a mi convicción de que avanzamos a paso de cangrejo y de que ahora el progreso coincide con la regresión, nos daremos cuenta de que hemos llegado a una situación no muy diferente a aquella del imperio colonial en India, en el archipiélago malayo o en África central; y quien haya llegado felizmente a los 110 años gracias al desarrollo de la medicina, se sentirá como el rajá blanco de Sarawak, sir James Brooke, sobre el que fantaseaba leyendo de niño las novelas de Salgari”.