El otro día, dentro de la entrada que dediqué a Antonio Roldán sobre su último libro, dedicado a Tomás Iglesias, mencioné una semblanza al personaje allá por 1999. Como ya indiqué, lo hice en Debate Ciudadano de Barbate (n. 40, noviembre), que era el boletín de la Asamblea de IU de Barbate, donde participé en primera línea, tanto en su edición como en la aportación de artículos. En este caso "Tomás Iglesias" formó parte de los algo más que 30 personajes que conformaron una sección del boletín que llevaba el título de Galería. En algunas ocasiones he aprovechado algunos de estos personajes para darles entrada en mi cuaderno, como hice con Clara Campoamor, Blas Infante, Ernesto "Che" Guevara, Fermín Salvochea, Rosa Luxemburg o Hebe de Bonafini. En esta ocasión le corresponde a Tomás Iglesias.
Originario
del municipio vecino de Conil, donde nació hace 50 años, este hombre ha sido
protagonista tres años después de su muerte (Sevilla, 1996) de un episodio
sorprendente, del que él mismo se sonreiría. Persona muy vinculada a la lucha
política durante la transición, allá por los años 70, tuvo claro su opción por
la gente más débil. Abogado de profesión y afincado en la capital andaluza,
participó en la fundación del Sindicato de Obreros del Campo desde su puesto de
asesor laboral, y puso su esfuerzo, su sabiduría y su ilusión en la defensa de
la clase obrera y de las personas que el régimen franquista en decadencia se
encargaba de encarcelar o multar por pedir libertad, amnistía o cosas por el
estilo. Fue militante del Partido del Trabajo de España, ese pequeño, pero
combativo, grupo que estuvo (y en parte continúa a través de buena parte de su
antigua militancia) como el que más en la lucha por las libertades, la
autonomía andaluza, los derechos
sindicales... Desaparecido su partido, no claudicó, continuando en su labor de
abogado laboralista, denunciando la legislación que los gobiernos del PSOE
introdujeron sobre flexibilidad laboral y buscando otros caminos, no por ello
diferentes, como la fundación de la asociación Derechos y Democracia. Dichas
estas cosas, Tomás Iglesias podría ser otra de tantas personas que van quedando
en el recuerdo de su gente más allegada, como quienes tuvieron la idea de
recordarlo a través de una calle de la Sevilla que lo acogió y que fue testigo
de su abnegación. Lo malo es que ha habido también quienes han puesto el grito
en el cielo en nombre de algo como que "lesiona considerablemente nuestros
intereses económicos a la hora de valorar tanto nuestra propiedad como nuestra
condición social". Hubieran preferido que la calle se llamara San Francisco
de Asís, más rentable económicamente por lo que se ve. "Perdónalos, Señor,
porque no saben lo que hacen", se les podría contestar. Pero es que en
este mundo, hoy como ayer, ser rojo (así se insultaba durante el franquismo a
socialistas, comunistas, demócratas y demás) resulta al parecer poco rentable
para tanto mercader (y aspirante a serlo) que pulula por ahí. Qué curioso,
¿verdad, Tomás?
(Noviembre de 1999).