lunes, 9 de octubre de 2023

Cuatro poemas por Palestina

 

A todos los hombres elegantes de la ONU

¡Caballeros de todos los rincones:
Con corbatas en pleno mediodía
y excitantes polémicas,
¿Qué pintáis, decidme, en este tiempo?
 
¡Caballeros de todos los rincones:
El musgo, ya creciéndome en el corazón,
cubrió todos los muros de cristal,
las cuantiosas reuniones,
los vitales discursos,
los espías, las masas, los dichos de las putas...
¿Qué pintáis, decidme, en este tiempo?
 
¡Caballeros!:
Dejad ir a su antojo la luna de los monos,
y veníos para acá,
porque yo hago perder los puentes a este mundo.
Mi sangre está amarilla,
mi corazón caído en el lodo de los votos.
 
¡Caballeros de todos los rincones!:
¡Que sea peste mi afrenta, y sierpes, mi tristeza!
¡Relucientes zapatos de todos los rincones!;
Grita más mi venganza que mi voz.
El tiempo es un cobarde.
¡Y yo no tengo manos!

(Samih al Qasim)


A mi madre

Añoro el pan de mi madre,
el café de mi madre,
las caricias de mi madre...
Día a día
la infancia crece en mí
y deseo vivir porque,
si muero, sentiré
vergüenza de las lágrimas de mi madre.

Si algún día regreso, tórname 
en adorno de tus pestañas,
cubre mis huesos con hierba
purificada con el agua bendita de tus tobillos
y átame con un mechón de tu cabello
o con un hilo del borde de tu vestido...
Tal vez me convierta en un dios,
sí, en un dios,
si logro tocar el fondo de tu corazón.

Si regreso. Tórname 
en leña de tu fuego encendido
o en cuerda de tender en la azotea de tu casa.
porque no puedo sostenerme
sin tu oración cotidiana.
He envejecido. Devuélveme las estrellas de la infancia
para que pueda emprender
con los pájaros pequeños
el camino de regreso
al nido donde tú aguardas.

(Mamhud Darwish)


1950-1967: Palestina
 
El dolor habla la misma lengua en todas partes.
Julio Rodríguez

 
Nuestro ojo se detiene en una tierra seca.
El sol golpea con violencia.
El plano de visión se va abriendo poco a poco. Una madre llora en la arena.
La muerte de un hijo. Se sigue abriendo el plano.  Nuestra pupila enfoca 
                                                                  / desde el aire. Se detiene.
Un campamento. Refugiados. Tierra devastada. Ocupación.
Es Palestina. Es 16 de Diciembre. Es 1950. Allí nace un niño. 
                                                     / Ese niño es mi padre.
Nacer en Palestina significa
tener la mirada llena de alambradas, no poseer más tierra  que la de tus zapatos.
La ocupación convirtió la infancia de mi padre
en una palabra tachada,
en un brusco trayecto hacia la adolescencia.
Corría su niñez en pantalón corto
perseguida por la imagen borrosa de los amigos perdidos,
de otros niños arrancados de la vida a cañonazos.
 
Dice que su infancia fue feliz, con sus dos bolsillos llenos
de palomas muertas hasta los bordes.
Allí vio a la fatalidad, como un habitante más,
cruzando por la calle,
cruzando la alambrada,
cruzando hasta su vida,
la desesperanza empotrada en las costillas.
 
Dice que su infancia fue feliz.
Nunca quise preguntar mucho por su adolescencia.
Porque sé que fue un adolescente abrochado a un fusil
un imberbe bajo el plomo.
No tuvo que ser fácil resolver esa ecuación:
guerra, ocupación y adolescencia.
 
Los primeros años de su vida se fueron por el desagüe de la historia, 
                                    / pisoteados por la bota militar del siglo XX.
 
La guerra lo convirtió
en huérfano de su propia niñez,
en viudo de su los mejores años de su juventud,
en el hijo ilegítimo de la derrota.
Aprendió a correr en 1967.
Transcurría la Guerra de los Seis Días en Palestina.
El desastre lo empapaba todo con sus manos. La muerte se bajó  en su parada,
iba a por él y sus amigos,
a recogerlos en la valla del colegio. Tres jóvenes conforman la escena,
tres jóvenes reclusos.
Dieciséis años, dieciséis ventanas a la catástrofe. Palestina significa catástrofe.
    / Ellos lo saben, nacieron en la tierra equivocada.
    / Para otros tener dieciséis pasaba por invitar a chicas hermosas  
    / a apurar la vida, pero Palestina significa desconsuelo, significa humillación.
 
Palestina es una vista panorámica del desasosiego,
el nombre en árabe de la desesperación.
Palestina es ningún lugar,
una tierra inexistente en los registros,
kilómetros cuadrados de amargura.
 
Como decía: dieciséis años, tres niños asustados, varios tanques a su encuentro.      / Allí vio mi padre a la amistad colgar desangrada de esa valla 
    / que uno de ellos no pudo superar.
 
Corrió. El corrió.
Corrió hacia las montañas, corrió como quien busca otra vida, 
    / algún despiste del destino que le permitiera contarlo.
Debió equivocarse la guadaña
porque quien escribe esto es su hijo.
Este poema es la deuda que tenía con él, con sus pies que nacieron descalzos 
                                                                                             / y sin tierra,
con sus pies doloridos que no pudieron pisar nunca
un metro cuadrado de tranquilidad,
mi deuda con sus pies que corrieron bajo el fuego enemigo,
mi deuda con sus piernas que temblaron bajo el fuego enemigo,
mi deuda con sus manos atadas por el odio enemigo.
 
Gracias padre, por correr para que yo estuviera aquí.
Seguramente en Palestina haya una bala fallada
con mi nombre escrito en el acero.
 
Yo sé que ha pasado el tiempo,
pero no se puede mirar a los ojos a la muerte y regresar intacto. Nadie puede.
 
Palestina significa ocupación, injusticia, derrumbe. 
           / En esto consistió la vida de mi padre allí.
 
Episodios como estos hacen
que uno nunca llegue a ser del todo adulto
y nunca pueda ser del todo un niño.
La infancia se va. El agujero permanece.
No conozco a ningún palestino
al que no le duela un país entero dentro.
 
Huir, plantar tus doloridas raíces en otra tierra
-como si eso fuera posible-
era la única puerta a la esperanza,
una vida sin señales de retorno. 
Es difícil vivir cuando siempre se está a 15 minutos del estruendo,
tan al borde de otra nueva humillación.
 
Y de luto las palabras, de luto los hermanos,
de luto las escuelas y el refugio, de luto bicicletas,
de luto el aire la risa los olivos los pañuelos de luto.
 
Y luego el silencio.
A la historia de Palestina la acompaña el silencio.
Mi padre es un hijo del desastre
e hijo del silencio.
Todos los palestinos que abandonaron
un día sus casas para no volver,
aquellos que buscaron esquivar el daño en otra tierra,
son hijos del silencio.
Son los escritores de novelas sin páginas
que cuentan esas historias
en las que la obligación de emigrar
convierte a los hombres en familia de la nada,
con sus padres lejos, sus hermanos lejos,
con su patria ausente
y sus sueños desbaratados en alguna parte.
 
Debería acabar ya este poema.
Darle al botón de apagado del renglón.
Necesito un final.
Os contaré algo: lo que me produce saber que mi padre tuvo que soportar 
     / la brutalidad del hombre siendo niño.       
Pienso en él con 5 años, temblando, en tierra hostil
con su cuerpo diminuto,
con su pequeña alma de refugiado y solo quisiera acudir en su busca
cogerlo en brazos, salvarlo de aquello,
cogerlo y acariciarlo,
poder acunar al niño que fue mi padre y protegerlo,
llevarle de la mano a algún parque
a comer helado, jugar con él, sentir su risa,
hacerle cosquillas, hacer lo que sea
para abrir las puertas que se le cerraron dentro
y que olvide todo lo que tuvo que pasar siendo tan frágil.
 
Y al abrazarlo, ser el hombre
que salva a todos los niños indefensos,
a todos los que pagan en su niñez
la brutalidad del mundo adulto,
ser el guardián entre el centeno,
salvar a quien se asome el precipicio.
 
Eso me gustaría.
 
Desde que tengo consciencia de esto,
jamás he dejado de preguntarme
-y ahora te hablo a ti, Padre-,
cómo lo lograste,
cómo lo hiciste para,
después de todo,
no traer nada de eso a nuestras vidas,
cómo pudiste con aquello,
cómo diablos lograste
después de todo,
seguir teniendo tanta luz en la mirada.

(Marwán Abu-Tahoun Recio)


Las tonalidades de la ira

Permítanme hablar en mi lengua árabe
antes de que también ocupen mi lenguaje.
Permítanme hablar en mi lengua materna
antes de que también colonicen su memoria.
Soy una mujer árabe de color
y nosotras venimos en todas los tonalidades de la ira.
Todo lo que mi abuelo siempre quiso hacer
fue levantarse al amanecer y observar a mi
abuela postrarse y rezar
en una aldea escondida entre Jaffa y Haifa.

Mi madre nació bajo un árbol de olivo
en un suelo que, dicen, ya no es mío;
pero yo cruzaré sus barreras, sus checkpoints,
sus locos muros de apartheid y volveré a mi hogar.

Soy una mujer árabe de color
y nosotras venimos en todas las tonalidades de la ira.
¿Escucharon gritar a mi hermana ayer,
mientras paría en un checkpoint
con soldados israelíes buscando entre sus piernas
la próxima amenaza demográfica?
llamó a su hija nacida, Jenin.
¿Y escucharon gritar a alguien
"¡estamos retornando a Palestina!"
detrás de las rejas de la prisión,
mientras le tiraban gas lacrimógeno en la celda?
Soy una mujer árabe de color
y nosotras venimos en todas las tonalidades de la ira.

Pero me dices que esta mujer que hay dentro de mí
sólo te traerá tu próximo terrorista:
barbudo, armado, pañuelo en la cabeza, negrata.
¿tú me dices que yo mando mis hijos a morir?
pero esos son tus helicópteros,
tus F-16 en nuestro cielo.

Y hablemos un segundo de este asunto del terrorismo…
¿No fue la CIA la que mató a Allende y a Lumumba?
¿Y quién entrenó a Osama primero?
Mis abuelos no corrían en círculos, como payasos,
con capas y capuchas blancas en la cabeza
linchando negros.

Soy una mujer árabe de color
y nosotras venimos en todas las tonalidades de la ira.
“¿Quién es esa mujer morena gritando en la manifestación?”.
Perdón. ¿Debería no gritar?
¿olvidé de ser todos tus sueños orientalistas?
el genio de la botella,
bailarina de la danza del vientre,
chica de un harén,
voz suave,
mujer árabe,
Sí, amo.
No, amo.
Gracias por los sándwich de manteca de maní
que nos tiras desde tus F-16, amo.

Sí, mis libertadores están aquí para matar a mis hijos
y llamarlos “daño colateral”.

Soy una mujer árabe de color
y nosotras venimos en todas las tonalidades de la ira.
Así que déjame decirte que esta mujer que hay dentro de mí
sólo te traerá tu próxima rebelde.
Ella tendrá una piedra en una mano y una bandera palestina en la otra.
Soy una mujer árabe de color…
ten cuidado, ten cuidado,
De mi ira.

(Rafeef Ziadah)