Era un chico más que inquieto y muy desordenado. Su nombre casi coincidía con ello y maliciosamente se lo decíamos. Un desastre, vamos. Además no era buen estudiante, aunque iba tirando, y le gustaba poco practicar deporte. Al poco de empezar el bachillerato sospeché de él de haberme pintado con acuarela de color rojo el canto de mi pequeño diccionario de la Lengua. Una huella que se sigue conservando.
Dejé de verlo cuando me fui al instituto y a principios de los ochenta volví a verlo cuando representaba un espectáculo de magia en un pueblo de la Sierra de Francia. Me sorprendí por lo que había cambiado físicamente, ya no niño, pero, sobre todo, por su nuevo quehacer, que no lo hacía mal.
Supe después que seguía dedicándose a ello y hoy he descubierto que ha hecho de la magia su profesión. Y le va bastante bien, practicando, teorizando, enseñando y hasta escribiendo. Me alegro por él. Por lo que he leído, ha escrito en su blog que pasó su infancia "permanentemente aburrido", por lo que creo que yerro poco en mi diagnóstico. Eso sí, parece que, mago aparte, sigue siendo un desastre.