Esperanza Aguirre ha dimitido como presidenta del PP de Madrid. Ha declarado que asume su responsabilidad ante los casos de corrupción en su partido. El viernes ya había tenido que comparecer ante una comisión de la Asamblea de la Comunidad de Madrid, después que el día anterior la policía registrara la sede de su partido en busca de documentación por la presunta financiación irregular o ilegal. En la rueda de prensa de esta tarde ha focalizado las acusaciones en Francisco Granados por su relación con la trama Púnica y no se ha olvidado de recordar que fue ella la que denunció la trama Gürtel en 2010.
Aguirre, sin embargo, no ha anunciado su retirada de la política. Es lista, porque con su postura busca dos cosas: presentarse como una persona limpia y responsable; y poner en evidencia a Mariano Rajoy. Si la cosa resulta, tendría el terreno abonado para presentarse como la alternativa del PP.
Está por ver si lo consigue, porque en ella hay mucho de puesta en escena. Son demasiadas situaciones cuando menos sospechosas. Su dimisión es demasiado tardía, pues Granados lleva en la cárcel desde octubre de 2014. No es cierto lo que ha dicho de la Gürtel, porque la investigación judicial data de 2007 tras la denuncia de una funcionaria municipal. Ella misma llegó a la presidencia de la Comunidad de Madrid en 2003 tras el escándalo del "tamayazo". En su política de privatizaciones en los servicios públicos existen demasiadas irregularidades e imputaciones judiciales. Muchas, demasiadas cosas y muy graves.
Es cierto que es una mujer atrevida, capaz de defender lo indefendible. Como hizo cuando huyó con su coche mientras le ponían una multa. Con la ayuda de sus medios de comunicación afines consiguió aparecer para mucha gente como una ancianita injustamente perseguida. Ahora pretende que ocurra lo mismo, pero ya no con un episodio de tráfico, sino de una gran envergadura. Se trata de los dineros públicos que a raudales han servido para financiar a su partido, para que mucha gente de su partido se lo haya llevado muy fresco a sus cuentas, por la cara y al margen del fisco, y para que muchas empresas se hayan beneficiado de las concesiones públicas, en muchos casos para obras derrochadoras.
Aguirre debe irse para su casa y dejar de reírse de la gente. Como Rajoy. Y de paso, el PP. Porque ya está bien.