"Mucho se ha escrito y hablado sobre Antonio Machado, ese poeta mitad maldito por osar sentirse republicano, acercarse al pueblo y morir en el exilio; mitad amputado, porque de él se nos enseñó sólo parte de su obra y un aspecto de su poesía. Pero, a mi modo de ver, al hablar de Machado y su poesía no podemos olvidarnos del marco histórico en el que vivió y del ambiente familiar donde nació y que lo educó.
La España que conoció casi toda su vida, que él la llamó de "charanga y pandereta", era la España de la Restauración, de la oligarquía y el caciquismo, del hambre, del paro y de la ignorancia en el campo o de la miseria y precios altos de la ciudad. Dos Españas: la de los ricos y la de los pobres. Fuerzas que pretendían mantener el monopolio del poder y del dinero, los privilegios ancestrales cambiados, en algunos casos, de forma (la tierra por el capital). Y fuerzas que intentaban renovar la faz de la vergüenza: unas para modernizar lo viejo y otras para derribarlo todo y construir algo distinto.
Machado nació en 1875 en el seno de una familia liberal y avanzada, de los que pretendían renovar la sociedad para hacerla más accesible a todos, pero sin poner en entredicho el mecanismo culpable de todos los males. Su origen pequeñoburgués (su padre fue un famosos folklorista andaluz) lo llevó a la Institución Libre de Enseñanza, donde se formó y, andando el tiempo, después de viajar por Francia en varias ocasiones (donde conoció a Rubén Darío y Oscar Wilde), se convertiría en 1907 en un modesto catedrático de instituto de francés. Esto es lo que lo llevó a conocer profundamente lugares como Soria, Baeza o Segovia.
Y fue ese contacto con la realidad de las gentes de esas ciudades perdidas y hundidas en el silencio y en la miseria lo que provocó una lenta transformación en su vida y en su obra. Todo lo contrario que sus compañeros de generación: mientras éstos en su casi totalidad evolucionarían de una juventud rebelde y radicalizada al conservadurismo (a veces reaccionario), Machado iría alejándose de su poca ruidosa juventud y se acercaría a lo popular.
Su poesía es un fiel reflejo de su vida. El soliloquio o mirar para adentro de Soledades (1899) se torna en un mirar para afuera en Campos de Castilla (1912). Su contemplación de las cosas muestra, pues, una mutación, aunque en ningún momento supusiera ruptura, sino más bien superación. Y esa Castilla, por ejemplo, se diferenciaba de la de Azorín por su temporalidad y presencia de lo humano. En sus versos ya habla de las gentes que laboran o de gañanes y braceros.
Coincidiendo con su estancia en Segovia (1919-1932) y en Madrid (desde 1932) dejó en un segundo plano la poesía y surgió el Machado-Mairena, el que, además de filosofar o reflexionar, colaboró en la fundación de la Universidad Popular de Segovia en 1920 y dio clases gratuitas a los trabajadores; el que participó en 1931 en la proclamación de la IIª República y, ya en 1937, en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas; o el que durante la guerra dedicó poemas a Líster o el Campesino, y dijo que empezaba a creer en el socialismo.
Pero dejemos que sea él mismo el que lo diga: "escribir para el pueblo, es escribir para el pueblo de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas inagotables que no acabamos nunca de conocer (...). Yo no sé si puede decirse lo mismo de otros países (...). Pero me atrevo a asegurar que, en España, el prejuicio aristocrático, el de escribir exclusivamente para los mejores, puede aceptarse y aun convertirse en norma literaria, sólo con esta advertencia: la aristocracia escribe para los mejores. O escribimos sin olvidar al pueblo o sólo escribiremos tonterías".
Cuando cruzó la frontera camino del exilio y se instaló junto a su madre en Collioure, poco tiempo habría de pasar para que se cumpliera la profecía que un día poetizara. A él, en el 42 aniversario de su muerte, le dedicamos nuestro sincero homenaje".
(Salamanca, 6 de marzo de 1981)
(Imagen: busto de Antonio Machado, realizado por Emiliano Barral; se encuentra en el museo dedicado al escritor en Segovia).