Un espacio cerrado, como escenario: el portal de un edificio. Una violación, como expresión suprema de dominio: en grupo. En manada, como se autodenominaban. Una forma de sometimiento sin escapatoria. De indefensión absoluta para la víctima. No faltaron imágenes grabadas por los agresores. Tampoco la publicación de la hazaña a través de las redes sociales entre sus amigotes. La propia policía percibió que las víctima estaba en estado de choque. ¡Y encima se le buscan las cosquillas a la víctima sobre la veracidad de lo ocurrido!
La estrategia de defensa está resultando muy atrevida. Se basa en que hubo consentimiento de la víctima. Incluso, yendo más allá, algunos de los acusados han pagado un detective privado para probar que su vida posterior ha sido normal. El todo o nada. Invirtiendo lo ocurrido. La víctima, criminalizada. Los acusados, víctimas.
¿Y los medios de comunicación? Me refiero a esos que hacen de las noticias una mercancía. Donde aparecen esos tipos que crean una opinión cargada de misoginia y homofobia, la ideología androcéntrica del poder heteropatriarcal. Tipos que dudan, cuando no justifican ("Acoso, agresión sexual y violación: entre la denuncia y la justificación"). Que trivializan. Lo último, que yo sepa, lo de un tal Nacho Abad en un programa de una cadena televisiva conocida preguntando a la gente "¿Creéis que
fue una violación o sexo consentido?".
Una manada que violó a una chica indefensa. Y muchas manadas que siguen actuando de otra manera para que la violencia sexual contra las mujeres y la violencia de género sigan campando por sus anchas. Demasiadas manadas. Un signo más de los tiempos que estamos viviendo.