La investidura de Mariano Rajoy como jefe de gobierno, con el apoyo directo de Ciudadanos y el indirecto del PSOE, fue justificada hace un año en base a dos motivos: para dar estabilidad política; y para poder controlar desde el Congreso al gobierno. Lo primero sí se ha dado en cierta medida, pero lo segundo ha resultado un chasco. Es el gobierno el que lleva la iniciativa, ayudado en gran medida por Ciudadanos, que en ocasiones, como está ocurriendo con la situación de Catalunya, lo supera por la derecha. El PSOE, por su parte, con frecuencia ha acabado apoyando al gobierno, siempre, eso sí, apuntando algún matiz que lo diferencie. Es verdad que el Congreso ha tomado iniciativas para derogar algunas medidas tomadas por el gobierno en la anterior legislatura o para formar algunas comisiones sobre temas de mayor o menor relevancia, pero al final las primeras las acaba dejando en suspenso y las segundas se quedan empantanadas.
El caso es que el gobierno sigue fuerte. Aun cuando disponga de una minoría parlamentaria en el Congreso, siempre encuentra un salvavidas en Ciudadanos o el PSOE. Y en el caso del Senado, donde dispone de mayoría absoluta, hasta encuentra el apoyo de sus socios de hecho en asuntos tan importantes como la aprobación del artículo 155 o el CETA, esto es, el acuerdo de libre comercio de la UE con Canadá.
El que los presupuestos no se aprueben, no importa, porque se prorrogan los anteriores, que tienen el sello del PP. Con ello se acompañan los recortes en educación, sanidad o dependencia. El que se siga incrementando la deuda externa no parece importar mucho, pues, en todo caso, hay garantía de seguir pagándola tras la reforma en su día del artículo 135. Que el dinero prestado a las entidades bancarias se haya perdido, tampoco importa. Como tampoco lo parece que se siga vaciando la caja de la Seguridad Social. La mayoría de quienes reciben las pensiones, aun cuando vayan mermando, se siente más segura votando al partido del gobierno o al PSOE, uno de los que le apoyan en lo fundamental. Y hasta la reforma la laboral, creadora de empleos precarios en duración, salarios y condiciones laborales, ha acabado consolidándose, cada vez más aceptada como un mal menor.
Y junto a todo esto, la corrupción del PP. La habida y la existente. La que se está dilucidando en los tribunales y la oculta. De la que sabemos cada vez más, pero que sigue pasando desapercibida o se minimiza por mucha gente.
Este es el país en el que vivimos. Ése del que se canta tanto eso del "¡Que viva España!". El país de pandereta, como apuntó hace algo más de un siglo Antonio Machado.
(Imagen: viñeta de Kalvellido)