Están saliendo a la luz casos de acosos sufridos por mujeres del mundo del cine. Denuncias directas que provienen sobre todo de EEUU. Menos, por ahora, en otros países. Tímidas, en el nuestro. Casos que ponen de manifiesto una especie de tributo de la carne a pagar, sí o sí, a quienes hacen valer su poder sobre las mujeres. Productores, directores o actores de primera fila que consideran lícito obtener algún tipo de servicio gratis a cambio de permitir una vía libre para que puedan proseguir la carrera profesional. Gente como Harvey Wenstein, un depredador sexual que ha hecho a su antojo lo que ha querido. Origen
de la campaña #MeToo (“Yo, también”).
El acoso, la agresión sexual y la violación, como formas. Nada nuevo, perfectamente comparable con lo existente en otros ámbitos de la sociedad. Una manifestación más del poder heteropatriarcal. Una más, porque existen otras muchas, y entre ellas, el maltrato y hasta el asesinato. Llevamos cuatro en lo que va de mes y a lo largo del año, que se sepa, medio centenar.
Un poder, el heteropatriarcal, que tiene voz directa en los medios de comunicación de este país en el que vivimos, especialmente en determinados programas de televisión y radio. Para negar la veracidad de buena parte de las denuncias de violencia de género, para justificar casos de violencia directa, para jalear el acoso como un acto de libertad, para denominar las denuncias como fascistas, para insultar a las feministas como nazis... Son los Salvador Sostres, Alfonso Ussía, Javier Cárdenas, Bertín Osborne, Federico Jiménez Losantos, Carlos Herrera, Alfonso Rojo... Voceros de la misoginia, el sexismo y la homofobia. Expresión del machismo hispano. Y también, de la reacción política.