martes, 21 de marzo de 2017

Aprovechando que es el Día Mundial de la Poesía



He leído de Víctor Montoya que hoy es el Día Mundial de la Poesía. Curiosa conmemoración, por no decir que bonita, que desconocía. Una propuesta de la UNESCO, no muy lejana en el tiempo, cuya ubicación quizás obedezca al hecho de la aparición de la primavera. La poesía es algo que me acompaña desde niño. Leerla o escucharla al principio era un acto familiar y académico. Luego, en la adolescencia, me fui dotando de mis propios gustos en poetas y en poemas, y empecé a dar mis primeros pasos en escribir versos. Con el paso de tiempo la pléyade de poetas se ha ido incrementando mucho y desde la era de la red electrónica puedo añadir que lo ha hecho exponencialmente. Raro es el día que no echo un vistazo a unos versos para degustarlos, rememorando cualquier situación, dando satisfacción a algún deseo o cumpliendo con la costumbre de ir añadiendo a la lista más poetas y poemas. Bastante atrás se ha quedado la necesidad casi diaria de hilar mis propias palabras para formar versos y convertirlos en poemas. Sólo de vez en cuando sale alguno, sin saber el porqué de tal sequía. Sea lo que sea, la poesía sigue presente en mi vida y hoy, Día Mundial, le dedico esta entrada y dos poemas. El primero, de otro tiempo; el segundo, de hoy mismo.


Yo no sé si el futuro luminoso está cercano.
Seguramente esté lejano.
Pero no importa,
porque para conseguirlo hay que acercarlo.
Es necesario laborar, seguir laborando,
incluso a costa de incomprensiones,
de olvidos,
de burlas
o de sangre.
No me importa lo que digan
ni lo que hagan
quienes se pasean como si nada pasara.
Ya despertarán de su letargo
o ya se verán arrastrados al rincón de los indignos, 
de los cobardes
o de los egoístas.
No me interesan los inactivos,
que inconscientemente empujan la noria hacia atrás,
me quedo con mi gente,
con quienes hombro con hombro miran de frente,
pelean y se ilusionan.
Mi vida está trazada en lo fundamental,
hace tiempo que tomé ese camino,
y, después de muchos avatares, sigo por él.
Darme la vuelta,
aunque sea posible,
me resultaría difícil.
Siento cómo aumentan mis ansias
y quién sabe lo que ocurrirá.
Pero si hay algo a lo que no estoy dispuesto,
es a mantenerme quieto,
inmóvil ante lo que mis ojos ven.
Este mundo que me rodea vale muy poco,
hay que destruirlo
para edificar algo nuevo y más humano.

(Abril de 1985)


Miro hacia atrás y, sin perderme en la lejanía,
aún me sigo reconociendo.
Intento atisbar el futuro, 
pero sólo de ver el presente me entra vértigo.
Un presente que percibo desde distintos prismas.
Ya apenas me doy miedo de mí mismo
y ni siquiera sufro por lo que me pueda ocurrir.
No ocurre, empero, de mucha otra gente.
Esa que, siendo la inmensa mayoría,
sigue recibiendo los azotes
que soportan desde tiempos inmemoriales.

(Marzo de 2017)