El presidente de EEUU, Barak Obama, ha visitado Cuba en días pasados. Casi noventa años después del último presidente que pisó la isla, John Carlin Coolidge, que lo hizo en 1928. Anécdota aparte, se trata de la primera visita tras la revolución de 1959 y, sobre todo, de un acto que culmina el reconocimiento oficial de las instituciones revolucionarias por parte del gobierno de EEUU.
El componente simbólico está fuera de toda duda y ahora, como ocurriera con los kremlinólogos en los años de la Guerra Fría en relación a la URSS, una suerte de gente que se considera experta en asuntos cubanos no para de hacer cábalas acerca de su significado. Y más todavía, también del futuro político de Cuba.
De lo que he percibido a través de los medios de comunicación del sistema, resalto un término entre los más utilizados y quizás el más destacable: los derechos humanos. El propio Obama lo ha hecho, a modo de fetiche y con el fin de lanzarlo contra la dirigencia política cubana y sobre el conjunto de la población. Una forma de establecer la línea divisoria entre dos mundos, al estilo de lo que fue la Guerra Fría: el mundo libre, que tendría a EEUU como su cabeza, y su antítesis, donde se encontraría Cuba.
En los propios discursos de los dos presidentes ha estado presente una especie de peloteo en torno a los derechos humanos. Raúl Castro advirtió desde un principio que el empleo de ese recurso es meterse en un terreno pantanoso. Porque precisamente EEUU no es un paraíso en su cumplimiento, como tampoco existe ningún país que lo haga en su totalidad.
Por otro lado, Obama ha tenido que reconocer la inutilidad del embargo económico que los gobiernos de su propio país llevan organizando contra Cuba desde hace medio siglo. Un embargo que persiste, pero del que, como ha anunciado, tiene la seguridad que acabará. Cuando el Congreso lo decida.
De lo que no hay duda es que el actual presidente, cualquiera que sean sus objetivos, se ha rendido a un hecho: el reconocimiento de las actuales instituciones cubanas y con ellas, de la revolución y de sus logros. Si lo primero lo ha hecho implícitamente, lo segundo lo ha explicitado en palabras. Sus alusiones al sistema de salud, a la presencia en países con graves dificultades sanitarias o a la educación han sido claras.
Las expectativas que ha levantado entre la población cubana la visita de Obama han sido grandes, pero no uniformes. Ha aparecido en Cuba Debate un largo e interesante artículo de Agustín Lage Dávila, destacado científico cubano, que tienen por título "Obama y la economía cubana: entender lo que no se dijo". Hace, por un lado, una lectura de lo que se ha hablado estos días y, sobre todo, como se desprende del título, de lo que aparentemente ha quedado oculto. Por otro, expone cómo se está desarrollando el debate entre la gente, teniendo en cuenta que es en la dimensión económica donde se está dilucidando lo principal de este juego.
Plantea Lage que se está discutiendo en torno a dos hipótesis: una, basada en los intereses perversos que han llevado a Obama a visitar la isla; la otra, basada en concepciones divergentes de la sociedad. De la primera se derivaría la inmediata llegada de capitales y medios de comunicación estadounidenses, para así sentar las bases de una posterior restauración capitalista. La segunda pone en valor la lucha permanente que existe en las sociedades sobre la forma de organizar la economía, bien desde los postulados de dominio de la propiedad privada o bien desde la primacía del sector socialista y el complemento del privado.
Lo que sí resulta evidente es que Cuba está en plena transformación. A punto de fenecer la generación que protagonizó la revolución, el reto está en lo que hagan las siguientes. De lo que no cabe duda es que hasta ahora la revolución se ha mostrado fuerte. Primero, porque ha posibilitado enormes conquistas sociales y ha logrado mantenerlas pese a los constantes obstáculos con que se ha encontrado. Pero no sólo: la revolución ha fortalecido el orgullo colectivo de la independencia nacional.
Como no hay nada eterno, ni en EEUU ni en Cuba, lo que haya de venir, lo iremos viendo. Y tengo la impresión de que el pueblo cubano es un hueso muy duro de roer.