Esperanza Aguirre quizás sea quien mejor represente lo que es el PP. Decir ser una cosa y ser la contraria. Declarada liberal, por aquello de defender la privatización de lo público, no duda en hacer del estado, en cualquiera de sus niveles administrativos, como la fuente de financiación de las empresas particulares que han de controlar la economía y la gestión de lo público. Y precisamente ella, casada con un empresario que ha hecho de las concesiones públicas y la obtención de subvenciones su modus vivendi. Liberal en la economía, pero conservadora en lo concerniente a los derechos civiles, donde no duda en aliarse con quienes defienden su limitación o simplemente la negación. Pero no sólo esto, como a continuación intentaré demostrar.
Tiene un estilo de actuar que ha ido reforzando a medida que ha pasado el tiempo. Dueña de una fuerte personalidad, capaz de lanzar todo tipo de acusaciones e improperios contra quienes se enfrenten a ella, es capaz de hacerse pasar, cuando la ocasión lo requiere, como víctima, en forma de una mujer demasiado confiada o de una viejecita indefensa.
Pese a su paso mediocre por el primer gobierno de José María Aznar, en el que rozó el ridículo como ministra de Educación (sin contar su clamoroso gazapo acerca de "Sara Mago"), y por la presidencia del Senado durante la segunda legislatura aznarista, ha sido como presidenta de la Comunidad de Madrid como ha cosechado el summum de su personalidad política. Beneficiaria directa del tamayazo, que le aupó a la presidencia, ha batido todas las marcas de cómo actuar con el mayor de los descaros, sin vergüenza ninguna, en cada una de las actuaciones realizadas por ella misma y por su entorno político. Ha sido la protectora de quienes han organizado y/o se han beneficiado de dos de las tramas de corrupción mayores conocidas -la Gürtel y la Púnica- o se encuentran, por distintas razones, bajo proceso judicial. Ha llegado más lejos que nadie en el proceso de privatización de los servicios públicos, en especial el sanitario y el educativo. Ha seguido la senda, propulsada por antecesor en el cargo, Alberto Ruiz Gallardón, del despilfarro en la construcción de obras faraónicas, a costa de las arcas de las públicas, para beneficio de empresas y amiguetes, tales como autopistas con escasez de coches, instalaciones deportivas o, entre tantas otras, la última de la Ciudad de la Justicia. Ha sido protagonista de situaciones entre rocambolescas y descaradas, como referirse a determinados arquitectos con la frase "habría que matarlos"; huir de la policía cuando estaba siendo objeto de unas diligencias por una infracción de tráfico; encararse de forma chulesca con una trabajadora sanitaria; erigirse en ser quien destapó la trama Gürtel; volver efímeramente a su puesto de funcionaria municipal cuando dimitió de la presidencia de su Comunidad para pasar a ser fichada como asesora de una empresa de cazatalentos...
Durante la campaña electoral pasada como candidata a la alcaldía madrileña hizo ostentación de un programa electoral que ocupaba un simple folio. Pese a ello, no ha sido capaz de asimilar su derrota. En las conversaciones previas a la investidura no dejó de enredar y lanzar propuestas, a cuál más peregrina, con tal de evitar que Manuela Carmena alcanzara el sillón de la alcaldía. En los últimos días ha vuelto a las suyas y ha lanzado una especie de nuevo tamayazo. No por ridículo, ha propuesto que la candidata de Ciudadanos asuma la alcaldía con el apoyo del concejal defenestrado del PSOE Antonio Carmona, asumiendo éste y ella misma las vicealcaldías.
Y en medio de todo esto ha salido de nuevo a la luz lo de la Ciudad de la Justicia, con los más de 100 millones de euros derrochados en unas obras apenas iniciadas y paralizadas en 2008; con los 17 puestos directivos, repartidos entre amiguetes, de un total de 20 contrataciones y que han estado cobrando hasta 2012 para luego beneficiarse de indemnizaciones más que generosas; o con los 12.000 euros mensuales que cuesta mantener la seguridad de un edificio en su fachada. Y encima, al más puro estilo Aguirre, no la ha faltado desviar su responsabilidad hacia "todos los estamentos de la Justicia".
Esperanza Aguirre, genuina representante del PP como partido y de la base social sobre la que se sustenta. Decir una cosa y ser otra. No sólo como definición ideológica, sino como actitud ante la vida. Y hacerlo con descaro y sin vergüenza. Señal de que se sigue(n) sintiendo fuerte(s). Como si todo fuera suyo.