Así se expresaba en 1901 Joaquín Costa en su conocida obra Oligarquía y caciquismo. Su diagnóstico de la situación en poco difiere de lo que está ocurriendo en nuestros días, En aquel entonces los partidos de los que nos habla Costa eran el Conservador y el Liberal, que estaban entrando en la etapa de la larga crisis en que se sumieron durante años. Hoy esos "partidos" son otros, llámense PP, PSOE, CiU... Uno de ellos, el PP, tiene un poder casi omnívoro. Lo ha construido a lo largo de más de tres décadas, especialmente desde que en 1996 accedió por primera vez al gobierno central. Hoy nos gobierna de nuevo, lo hace también en 11 de las 17 comunidades autónomas y en las ciudades de Ceuta y Melilla. Controla 29 diputaciones provinciales, del total de 42 existentes. Tiene en sus manos 34 capitales de provincia y casi la mitad de las alcaldías de todos los municipios. A ello habría que unir los numerosos cargos que ocupan de todo tipo y en todos los niveles de la administración. E incluso lo que se deriva de su presencia directa e indirecta en las instancias judiciales.
Un poder institucional inmenso que ejerce con arrogancia y con un estilo donde se funden la administración de lo público con los intereses particulares. Donde los recursos públicos son entregados a empresas para que exploten los numerosos nichos de negocios que existen. Una entrega de lo público a lo privado con beneficios mutuos, donde se practica el "yo te concedo" a cambio de donaciones, de comisiones o cualesquiera otros favores. Unas prácticas donde el dinero circula a mansalva y se reparte entre una masa clientelar perfectamente jerarquizada. Es así como se entiende la cantidad de tramas de corrupción repartidas por toda la geografía. La la inmensa cantidad de dinero que llega al partido en forma de donaciones y que sirve para pagar sobresueldos y otras ayudas, desarrollar campañas y hasta engrosar las cuentas corrientes de la gente más avispada. La que sirve para crear la red de regalos para cumpleaños, bodas u oras ocasiones en forma de coches, relojes, joyas, confetis, payasos, bolsos, iluminaciones...
Nos cuentan que trabajan, y hasta se sacrifican, por su país. De esa España a la que tanto nombran, de la que dicen que tanto la aman y no paran de repetir que está en peligro. La quieren tanto, que se desviven por ella para entregarla en manos de las grandes corporaciones privadas, para ser obedientes de los dictados que vienen de fuera o para repartirse en sus cuentas particulares todo lo que pueden llevarse. Y es que no son sino ese cuerpo extraño del que nos habló hace algo más de un siglo Joaquín Costa. Merecen que se les envíe a los infiernos.