sábado, 19 de junio de 2010

Ha muerto José Saramago

Supe de él cuando escribió El evangelio según Jesucristo. Allá por 1991. Me hice con el libro, pero no pude con su estilo. Hubieron de pasar trece años para que empezara con La flor más grande del mundo. Un relato infantil, que aproveché para que lo leyera mi hija y pudiera iniciarme. Al año siguiente acabé Ensayo sobre la lucidez. Quizás me atrajo su contenido, esa rebeldía política contra lo establecido, aunque detecté esa lúcida mirada pesimista que tiene del presente. Lo que vino después fue una sucesión de obras suyas que parecía no acabar. Pude, por fin, familiarizarme con su forma de narrar y construir la sintaxis. Dejó de ser un problema para mí cuando conseguí la inmersión lingüística que necesitaba: El cuento de la isla desaparecida, El evangelio según Jesucristo, Levantado del suelo, Memorial del convento, Ensayo sobre la ceguera, La caverna, Las pequeñas memorias, La balsa de piedra, Todos los nombres, Historia del cerco de Lisboa, Las intermitencias de la muerte y El viaje del elefante. Según repasaba mis anotaciones, El año de la muerte de Ricardo Reis se ha quedado rezagado sin quererlo. No importa, lo leeré, como lo haré, cuando me haga con él, con Caín y lo que haya quedado sin leer.

Ha muerto Saramago, aquel que recibió el Premio Nobel en 1998, que fue militante del partido comunista portugués, que se fue de su país cuando el gobierno se unió a la condena del Vaticano de El evangelio según Jesucristo, que defendió la ibericidad, que alzó la voz permanente contra las injusticias,  que nombró al imperio para condenarlo, que nos recordó que el poder actual emana de las grandes empresas...     

También el mismo que criticó a Cuba cuando las últimas condenas a muerte de 2003 ("hasta aquí he llegado"), aunque después se reconciliara ("amigo de Cuba en cualquier circunstancia"). Y el mismo que apoyó a Zapatero en las elecciones de hace dos años. Si lo primero me pareció un acto de honradez, lo segundo lo fue de pérdida de lucidez. Si en lo primero se mostró rotundo ante la decepción de lo ocurrido (Galeano se quedó con un "Cuba duele"), en lo segundo se abrió hacia el peligroso posibilismo de lo menos malo. Si con Cuba fue implacable, ante Zapatero mostró debilidad. 

Dos pasajes de Memorial del convento pueden resumir su obra y pensamiento. Uno, cuando muere Bartolomeu Lourenço de Gusmao, el cura inventor de una máquina voladora: "Y la máquina, Allí sigue, qué haremos con ella, Cuidadla, cuidadla, puede que vuelva a volar un día". Otro, en las últimas líneas del libro, cuando Baltasar Sietesoles es quemado en la hoguera: "Entonces Blimunda dijo, Ven. Se desprendió la voluntad de Baltasar Sietesoles, pero no subió hacia las estrellas, si a la tierra pertenecía y a Blimunda".