jueves, 31 de diciembre de 2020

En la llegada del 2021 (con una pandemia de fondo)

 

El año que en pocas horas va a acabar ha sido inesperado. Cuando empezó, no nos imaginábamos que un coronavirus mortífero, extendido como una pandemia, iba a poner patas arriba a la humanidad. Y no creo que esté exagerando con estas palabras. Ha desbaratado muchos planes, desde los más insignificantes hasta los más grandes, y como especie del planeta nos ha puesto, sobre lo que llevamos haciendo, ante un dilema: seguir o no seguir. 

Sí, porque si optamos por lo primero, seguiremos tropezando sobre la misma piedra y lo que venga, en nuestra vida o en la de quienes nos sucedan, hará la situación irreparable. Y si optamos por lo segundo, será el momento de replantearnos todas esas cosas que habíamos naturalizado como normales, pero que resultan más que nocivas. 

En los momentos más difíciles de la pandemia, cuando estábamos confinados hasta la médula, se demostraron varias cosas: la primera ha sido, quizás la más importante, que la sobrevivencia sólo se puede hacer desde la cooperación; también, que si queremos evitar situaciones como las que estamos pasando, se necesita de una mayor inversión pública/social en todos los ámbitos de la vida, donde el interés particular quede desterrado en favor del colectivo; y, cómo no, que lo más saludable es que podemos vivir con menos cosas superfluas.

Cuando esta mañana preparaba el mensaje de bienvenida del nuevo año para enviar a quienes, en mayor o menor, se sitúan en mi cercanía de afectos y complicidades, encontré en un poema de Jesús Munárriz el sentido de lo que pretendía. Se corresponde con lo que deseo para todo el mundo, porque concuerda con lo que antes he apuntado. Titulado "Manifiesto", pertenece al libro Esos tus ojos, publicado en un ya lejano año 1981. He aquí los versos del poema: 

En defensa del cardo y de la ortiga,
en defensa del burro y su rebuzno
y de su condición intrascendente,
 
a favor de los bosques y su antiguo
modo de ser, a favor de la piedra
que el invierno cubrió de oscuro musgo,
 
para que vivan peces en las aguas,
pájaros en el aire, rododendros
en los jardines, luces en la noche,
 
y los hombres se olviden de la prisa
con que van a la nada y no se enteran,
víctimas de un progreso establecido,
 
para que todo cobre otro sentido
una vez asumido el sinsentido
que es todo, y concentrados en su paso
 
veamos sin dolor pasar el tiempo
y vivamos minutos, horas, días,
bocanadas de ser, riqueza única,
 
para que todo vuelva a ser sí mismo,
lo que pasó, lo que es, lo que perdura,
lo que no deja huella de su paso,
 
para que no dé miedo tener hijos
ni dejar de tenerlos, y el amor
vuelva a ser verdadero, a ser inmenso,
 
para poder tomar el sol y el aire
y sentarse en la hierba con la gente
y ponerse a charlar largo y tendido,
 
a favor del cansancio y del descanso,
a favor de los ciclos naturales
y de la rebeldía ante los ciclos,
 
por los colores y por los sonidos,
por los gustos, los tactos, los olores,
por el juego y el sueño, y los amigos,
 
en defensa de lo que se ha perdido,
de la paz verdadera, del sosiego,
de la palabra limpia y del silencio.