miércoles, 23 de diciembre de 2020

Schubert nunca trabajó en Justicia, de Miren Alcedo Moneo

 
Cuando supe del libro Schubert nunca trabajó en Justicia (Tafalla, Txalaparta, 2020) me imaginé otra cosa. Presentado como una obra de narrativa, lejos de serlo en sentido literario, tan sólo se trata en parte de una obra de ficción. Su autora, Miren Alcedo Moneo, lo aclara con estas palabras al principio del libro: "Cualquier parecido con la realidad es culpa de la realidad". 

Con eso no quiero decir que me haya decepcionado, pues su contenido me ha resultado interesante. Desde las vivencias de cuatro mujeres, que tienen en común la fonética de sus nombres -Carmiña, Maricarmen, Carmentxu y Karmele-, ser funcionarias de la administración de justicia española y, quizás ante todo, ser mujeres, se hace un disección de la realidad del mundo en el que trabajan. Un mundo jerarquizado, clasista y sexista, y, como consecuencia, ajeno a lo democrático. Uno de esos contextos donde está más presente el oscurantismo de buena parte de quienes se sitúan en los niveles altos de esa jerarquía -en este caso, a partir de secretarios y secretarias de juzgados y tribunales, y fiscales, y jueces y juezas-. Un mundo sórdido en cierta o gran medida, pues lo que debería ser el ámbito donde la ciudadanía pudiera sentirse protegida contra los desmanes y abusos, provengan de quienes tienen algún tipo de poder o de sus semejantes, acaba generando muchas veces una gran desconfianza. 

En un pasaje del libro puede leerse: 

"Cuando solo los rateros llegaban ante el juez no había ley de protección de datos que valiera, esta se ha puesto en vigor cuando los exministros y los invitados a bodas de Estado han sido descubiertos arruinando el pueblo soberano. Ahora intentan ocultarnos la identidad de los culpables de los desahucios, de los suicidios de los desesperados, de la única comida al día que hacen muchos niños. El sistema de justicia se convierte en cómplice del bandido al robarnos información".

Y es que su contenido corrobora el sentido que me llevó en su día a crear la etiqueta en la que he incluido la entrada: "Ley y justicia". Las leyes existen y van surgiendo dependiendo del clima social y político en el que se elaboran. Y, sin embargo, quienes deben administrar la justicia, atendiendo al contenido de dichas normas y a la realidad en la que están inscritas, en muchos casos lo hacen partiendo de una visión que está viciada en su origen por su forma de concebir la realidad y la vida. Es lo que explica que las sanciones o penas afecten en mayor medida o bien a quienes menos tienen o bien a quienes se salen del molde preconcebido desde el que se actúa.   

A lo largo del libro, las vivencias de sus protagonistas dejan constancia de una gran variedad de aspectos y situaciones. La llamativa endogamia de quienes se sitúan en la parte alta de la jerarquía. El elevado poder que se ejerce sobre los niveles más bajos, que curiosamente se trata en su mayoría de mujeres. El silencio excesivo de quienes se dedican a la especialidad médica que no tienen por objetivo curar. La gran desprotección de las mujeres que son víctimas de la violencia de género. La mezcla de desidia, impotencia y desprecio que sufren muchas de las personas inmigrantes. La pasividad profesional que se atisba ante la muerte de quienes se califica como escoria social. El más que sospechoso celo por proteger a quienes, teniendo la misión de vigilar, investigar o sentenciar, vulneran la ley... Son sólo unos ejemplos. 

Carmiña, Maricarmen, Carmentxu y Karmele, con todas sus contradicciones, son testigos de un día día en el que concurren sus relaciones con las alturas, con sus iguales y con las personas que se ven obligadas, queriendo o sin quererlo, a atravesar la línea que delimita la transgresión o no de lo que está establecido. Quizás las cuatro sean cuatro de las almas de la autora, que se ha atrevido con valentía a sacar a la luz lo que se esconde detrás de una institución cuya imagen se representa como una mujer con los ojos vendados que sostiene con sus manos una balanza y un espada.

¿Y qué pinta Schubert en esta historia? Pues esto es lo que nos contesta la autora al final: "puede que no exista música alegre, pero existe la música y todas creemos o interpretamos la partitura que nos toca".