domingo, 26 de noviembre de 2017

Alberto Ruiz-Gallardón, otra figura del capitalismo corrupto, derrochador y de amiguetes

Hasta 2011, cuando fue nombrado por Mariano Rajoy ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón había pasado por ser el rostro amable y hasta progre del PP. Sí, no exagero. Llegó por ello a ser odiado por los sectores más ultras de la derecha, hasta el punto de haber sufrido la presión de su principal rival en el partido en Madrid, Esperanza Aguirre (que presumía de liberal), y unas durísimas críticas desde los medios más carcas, con Federico Jiménez Losantos a la cabeza, que llegó a perder un juicio por injurias. 

Gallardón, se decía, era el candidato del grupo PRISA (vamos, de El País, la cadena SER, el Canal Plus...), que siempre ha presumido de ser la expresión del centrismo político. De ahí su apoyo al Felipe González socio-liberal, al José Mª Aznar pactista con los nacionalistas... y en Madrid al Gallardón progre desde la presidencia de la Comunidad, primero, y desde la alcaldía de la capital, después.


Su figura resulta curiosa. Hijo de un opositor monárquico al franquismo (esto es, ligth), José María Ruiz Gallardón (sí, sin guión, que éste ha sido cosa del hijo), que pronto se afilió a la Alianza Popular de Fraga y sus ministros franquistas, se casó con la hija de otro ministro, fiel franquista hasta su muerte: José Utrera Molina. Tanto fue así, que se dice que en cierta ocasión dijo que "el que de verdad es de derechas es mi hijo". 


Como ocurre mucho en los medios conservadores, el hijo se inclinó por el mundo del alto funcionariado del estado, en su caso en la judicatura como fiscal. También se introdujo en la política, siendo elegido concejal en Madrid en 1983. Y cuatro años después fue nombrado por Fraga sorprendentemente secretario general de AP. Fue el momento de la primera crisis del partido, después de la derrota electoral de 1986 y de que Jorge Verstringe, que había lanzado duras diatribas contra su antiguo mentor, acabase dimitiendo del cargo. Joven, como también lo fue Verstringe en su día, Gallardón se erigió ya en una de las figuras 

fuertes del partido, si bien en diferentes funciones, como veremos.

Tras la transmutación de AP en PP allá por 1989, cerrando así la crisis abierta tres años antes, Gallardón se centró en Madrid. En 1995, en plena crisis del felipismo, alcanzó por mayoría absoluta la presidencia de la Comunidad, que revalidó en 1999. Luego pasó al Ayuntamiento, donde hizo lo propio en 2003, 2007 y 2011. Curiosamente en 2003 su partido, que presentaba como candidata a la presidencia de la Comunidad a Esperanza Aguirre, no consiguió la mayoría absoluta, produciéndose el conocido como tamayazo, cuando dos tránsfugas del PSOE decidieron no apoyar la investidura del candidato de su partido, Rafael Simancas, y el consiguiente gobierno de coalición pactado entre PSOE e IU.


Gallardón estaba en la cima de su gloria por su capacidad de ganar por goleada y hacerlo en las elecciones posteriores. Mientras tanto, su compañera y rival Aguirre tuvo que hacerlo inicialmente mediante la maniobra sucia del tamayazo. Si ya entonces todo resultó sospechoso, lo que hoy en día sabemos de la corrupción del PP madrileño, con los Granados, González y cia, lo ha certificado.


El momento de gloria, en efecto, con un grupo de comunicación volcado en su figura, el triunfador, el hombre capaz de gobernar desde un centrismo que hacía posible que el electorado de la derecha y buena parte del de centro-izquierda, anteriormente votante del PSOE, lo apoyaran con el orgullo de hacer de Madrid la primera metrópoli española. Y algo más. El aluvión de construcción de infraestructuras de todo tipo lo demostraba: vías de comunicación, viviendas, instalaciones deportivas... Su proyecto estrella para los habitantes de la ciudad fue el de la M-30 y su soterramiento. Y la apertura internacional, el  lanzamiento hacia la aventura olímpica. Y para todo ello no ahorró nada. Como la burbuja estaba en su apogeo, parecía que el mundo era jauja. Más que nunca, se visibilizaba el triunfo del neoliberalismo. En Madrid, con la figura centrista de Gallardón, y en el gobierno central, con la del feliz José Luis Rodríguez Zapatero, capaz de engatusar por su izquierda a buena parte del electorado que hizo de la "zeja" su emblema.


En 2011 su nombramiento como ministro resultó lógico: fue un premio a su entrega al partido y, quizás, para él la antesala de lo que con el tiempo pudiera acabar siendo su sustituto. Méritos y experiencia no le faltaban. Si embargo, su paso por el ministerio de Justicia fue, una decepción para quienes habían hecho de él el ejemplo del centrismo. Como si volviera sus orígenes juveniles de ser más de derechas que su padre, fue beligerante con la ley de matrimonio igualitario, introdujo las tasas judiciales, buscó acabar con la ley del aborto aprobada unos años antes, defendió al presidente del Consejo del Poder Judicial en un caso de malversación de fondos, concedió indultos más que controvertidos... Eso le llevó a ser uno de los ministros más impopulares, por lo que se vio forzado a dimitir. 


Retirado de la política, parecía estar al margen de los escándalos que han ido saliendo a la luz en los últimos años: los casos Gürtel, Púnica y Lezo, y los personajes Granados, González o la propia Aguirre. En los últimos meses, sin embargo, su nombre empezó a mencionarse, no tanto por su relación directa con los mismos, como por el modelo de gestión que había llevado a cabo. Esto es, despilfarro, pelotazos, concesiones... e ilegalidades. 

Hace un par de días eldiario.es ha publicado un artículo de Fátima Caballero muy esclarecedor: "Así endeudó Gallardón a Madrid con la M30: sobrecostes, pago de trabajos norealizados y modelo de gestión 'ruinoso'". Entre tantas cosas, se vuelve a poner de relieve la la ilegalidad de las obras de la M-30, así como el ocultamiento en su día de información a IU, impulsora de la denuncia. Por medio estaba un tal Manuel Moix, por entonces fiscal jefe de Madrid y tan preferido por los González, Zaplana y demás para su nombramiento como fiscal anticorrupción, que no vio delito en lo que acabó siéndolo.

Así las cosas, parece que otra figura del PP se va derrumbando. Le salva, por ahora, eso de no llevárselo fresco, como ha hecho tanta de gente de su partido. En este país todavía hay quienes se salvan, pese a haber saqueado las arcas públicas en favor de las empresas privadas. Eso no parece delito, porque la ley, hecha por ese tipo de personas, no lo contempla. Quienes defienden el modelo de capitalismo que en nombre de la doctrina neoliberal abomina del estado como ente de redistribución de rentas, pero que alimenta a amiguetes que pululan en empresas de todo tipo. El modelo favorecedor desde las corporaciones de la construcción y las obras públicas, de la sanidad, de la gestión del agua o de las finanzas hasta los amiguetes del partido o los centros religiosos de enseñanza.

Y Gallardón, como uno de sus exponentes.