Hace un año murió Rita Barberá. También, de repente, por un paro cardíaco. La exacaldesa de Valencia, tras su derrota en las elecciones municipales de 2015, después de 24 en el puesto, y el cerco que se estrechaba sobre ella por la corrupción generalizada de su partido, había caído en desgracia. Forzada a cesar en su militancia, se la veía sola en su escaño del Senado y eran llamativas las espantadas de su gente para no dejarse fotografiar con ella. Fue en su día clave para que Mariano Rajoy siguiera como presidente del PP, cuando más de uno y una se la estaban preparando.
Este verano murió Miguel Blesa. De repente, de suicidio. El amigo de José Mª Aznar que llegó a la presidencia de Bankia. Una de las entidades financieras más corruptas, que hizo de las preferentes una forma de estafa sobre personas mayores y de las tarjetas negras a la cúpula de su entidad un sello propio.
En un año, tres muertes repentinas. De gente importante. Vinculadas de una forma u otra al PP. Dos de las personas fallecidas, ligadas de una forma u otra a las administraciones del estado. Dos, a las tramas de corrupción con el PP de por medio para beneficiarse como tal partido o para hacerlo personalmente. Útiles en algún momento, en distintas facetas, aunque dos de ellas hubieran sido ya desechadas. Gente que sabía mucho. O más que mucho.