La Ilustración parte de un principio: la humanidad ha conseguido su mayoría de edad. No valen, pues, sistemas políticos que cercenan la libertad de las personas para pensar y tomar decisiones. Las insuficiencias para hacer eso efectivo, que se reconocían por sus protagonistas, debían ser subsanadas mediante la educación. La libertad, pues, se erigía en el nuevo estandarte humano que debería simbolizar una nueva época. Si este movimiento cultural y político tuvo en Francia su epicentro, el ámbito donde más arraigó y aportó más pensadores, y por ello donde acabaría germinando la revolución política más influyente del siglo XVIII, marcando incluso los siguientes, no es menos cierto que en otros países surgieron otros pensadores que se pusieron a su altura. Y uno de ellos fue Immanuel Kant, nacido en la ciudad de Koenigsberg (hoy, Kaliningrado, parte de la Federación Rusa), en el extremo más oriental de Prusia, cuando Alemania aún no había conseguido su unificación.
Kant ha salido estos días en la actualidad porque fue utilizado por el moderador de un debate preelectoral en la Universidad Carlos III de Madrid entre Albert Rivera y Pablo Iglesias. Preguntados por si habían leído al filósofo alemán, el primero tuvo que reconocer que le sonaba de sus estudios de Derecho, aun cuando lo calificó a la vez de filósofo y jurista, mientras que el segundo tuvo el lapsus -así lo creo- de citar mal su principal obra, a la que cambió la primera palabra por ética, no así recordando otra obra suya menos conocida: La paz perpetua. Me imagino que la intención del moderador, el periodista de Onda Cero Carlos Alsina, era doble: resaltar la relevancia de la palabra libertad a través de Kant y de paso ver si podía coger en fuera de juego a alguno de los contendientes.
De joven me inicié en la lectura de Kant a través de una edición en dos volúmenes de Crítica de la razón pura que sigue habiendo en mi casa familiar. Un libro que debió de adquirir mi padre en 1934, pues esa el fecha que aparece en su ex libris. Confieso que no lo he leído en su totalidad, pero sí he ido haciendo pequeñas catas salteadas a lo largo de los años, complementando de alguna manera la lectura de algunos manuales, libros o artículos de Filosofía de autores como Antonio Escohotado, Emilio Lledó o Jostein Gaarder. De todo ello, incluidas anotaciones y esquemas que hice en otro tiempo, es en lo que me voy a basar principalmente para desarrollar lo que a continuación expongo.
Kant es el filósofo puente entre el empirismo británico, diferente del racionalismo cartesiano más propio de la tradición francesa, y una visión del racionalismo más en consonancia con la realidad material y política que a finales del siglo XVIII estaba tomando cuerpo. Los títulos de sus dos obras principales -Crítica de la razón pura y Crítica de la razón práctica- señalan los pilares de su pensamiento. Tiene claro Kant que la filosofía para él ya no debe ser especulación, sino un medio para que la humanidad pueda liberarse. El acto del pensar sería en sí mismo un acto racional, pero debería ser sometido a la experiencia para poder ser validado. Sensibilidad y entendimiento se encontrarían, así, como dos secuencias de lo mismo: la razón en estado puro y la razón puesta en práctica. La realidad se convertiría en algo que no sería ajeno a lo que percibimos y practicamos ("no en sí"), sino que se encontraría en cada cual ("en mí").
En su fusión del racionalismo kantiano y del empirismo británico, en medio de la atalaya que estaba levantando el movimiento ilustrado, Kant dijo que el hombre es el legislador de la naturaleza, por lo que desde el conocimiento podía liberarse y, a la vez, crear. La libertad, convertida en el fundamento de la nueva época, debería tener en cuenta lo que hay que saber, como razón pura, y lo que hay que hacer, como razón práctica. Se alejaba, a su vez, de aquellas concepciones que situaban al hombre dentro de una moral ajena a su naturaleza, esto es, una moral heterómana, como podía ser la búsqueda de entes trascendentes que pudieran regir su voluntad. Todo lo contrario: el hombre como ser autónomo y actuando no como un ser abstracto, sino real en toda su dimensión. Aquí Kant, como el empirista Hume y el inmaterialista Berkeley, se estaba manifestando como un agnóstico, en la medida que consideraba que no existía la certeza de las cosas, sino su apariencia.
Kant es considerado como el filósofo de la libertad y guía de los regímenes políticos que hacen de ella el fundamento de las sociedades. Es el filósofo del liberalismo político que está surgiendo en esos momentos en países como EEUU y Francia, que está embriagando a cada vez más sectores de otros países europeos y que a lo largo del siglo XIX se irá expandiendo. Sospecho que la pregunta de Carlos Alsina buscaba dar contenido al debate desde la óptica de la libertad kantiana utilizada profusamente y en exclusiva dentro de la tradición liberal. Esto es, un pensador a la medida de la burguesía. La misma clase social que hacía ascos de otros dos aspectos que sí han tenido en cuenta otras corrientes de pensamiento: la igualdad y la fraternidad.
Y es que Kant acabó yendo más allá y planteó por ello una superación de los antagonismos que acechaban a la humanidad. Y uno de ellos derivaba de la contradicción entre el ser, relacionado con su dimensión física, y el deber ser, relacionada con la moral. En su obra Sobre la paz perpetua, escrita en plena revolución francesa, ofreció el axioma expresado en su título como la fórmula para conseguir la superación de los antagonismos. Defendió por ello la creación de estados de derecho basados sobre fundamentos republicanos y con capacidad para crear, a su vez, un derecho internacional que garantizara la soberanía de cada estado y dirimiera las diferencias en base a la paz y negando las guerras. Toda una utopía, pero, como todas las que se han planteado a lo largo del tiempo, posibles de ser puestas en práctica. Sospecho también que Carlos Alsina no estaba pensando en esto cuando preguntó a Rivera e Iglesias por el filósofo prusiano.