martes, 30 de enero de 2024

Lenin, cien años después de su muerte


"Eran exactamente las 8:40 [del 7 de noviembre de 1917] cuando una atronadora ola de aclamaciones y aplausos anunció la entrada de la presidencia y de Lenin –el gran Lenin- con ella. Era un hombre bajito y fornido, de gran calva y cabeza abombada sobre robusto cuello. Ojos pequeños, nariz grande, boca ancha y noble, mentón saliente, afeitado, pero ya asomaba la barbita tan conocida en el pasado y en el futuro. Traje bastante usado, pantalones un poco largos para su talla. Nada que recordase a un ídolo de las multitudes, sencillo, amado y respetado como tal vez lo hayan sido muy pocos dirigentes en la historia. Líder que gozaba de suma popularidad –y líder merced exclusivamente a su intelecto-, ajeno a toda afectación, no se dejaba llevar por la corriente, firme, inflexible, sin apasionamientos efectistas, pero con una poderosa capacidad para explicar las ideas más complicadas con las palabras más sencillas y hacer un profundo análisis de la situación concreta en el que se conjugaban la sagaz flexibilidad y la mayor audacia intelectual" (1).

Se ha cumplido hace unos días el centenario de la muerte de Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin. No pretendo hacer una biografía suya. Sólo referirme sintéticamente a lo que fue escribiendo a lo largo de su vida, a la vez que participaba de una forma activa en la lucha política en lo que por entonces fue el Imperio Ruso y luego, desde 1917, acabó transformándose en un nuevo ente político, que en 1922 se denominó URSS.   

Miembro del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, vivió largos años en el exilio, sobre todo en la localidad suiza de Ginebra. En 1903 acabó promoviendo la formación de otro nuevo con el mismo nombre, pero con el añadido de facción Bolchevique. Se opuso al parlamentarismo y propugnó la necesidad de una revolución socialista con el apoyo del campesinado. Su presencia e influencia fueron en todo momento de primer orden, cuando no decisivas, reflejadas en gran medida mediante sus numerosos escritos en forma  de artículos periodísticos, folletos y libros.

Lenin pretendió adaptar el pensamiento de Marx a las condiciones particulares de un país atrasado, de base agraria y un débil proletariado. Eso le llevó a analizar los rasgos del capitalismo en su país, como hizo en su libro El desarrollo del capitalismo en Rusia (1899). De esa manera convirtió al campesinado en el principal aliado estratégico de la clase obrera dentro del proceso revolucionario, algo que fue reflejando en los escritos posteriores. 

Su preocupación por la formación de un partido eficaz, que se organizara de una manera centralizada y disciplinada, y que estuviera compuesto por personas dedicadas de lleno a las tareas revolucionarias la reflejó en ¿Qué hacer (1902). Buscó dar una explicación de la crisis interna en el seno del POSDR, que había derivado en 1903 en la escisión entre bolcheviques y mencheviques, a través de Un paso adelante, dos pasos atrás (1904). Y tras el fracaso de la revolución de 1905 impulsó la adopción de una acción política revolucionaria, alejada del reformismo, en Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática (1908). 

De nuevo en el exilio, se centró en el mundo de la filosofía en Materialismo y empiriocriticismo (1909), buscando combatir las ideas de Alexander Bogdanov, perteneciente al ala izquierda del POSDR Bolchevique y al que criticó de idealismo. En 1913, como el propio Lenin indicó, escribió la breve semblanza que dedicó al fundador del movimiento comunista moderno, Karl Marx (publicada en 1915), completando de esa forma otra, más breve aún, que en años atrás había dedicado a Friedrich Engels (1895).

Ya con la Gran Guerra en curso surgieron algunas de las obras más relevantes, si no decisivas, sobre el nuevo contexto internacional y las posibilidades que abría a la revolución. En El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916), inspirada en las obras de los socialistas austriacos Hobson y Hilferding, definió el imperialismo como el sistema de dominio de las grandes empresas en el ámbito internacional, que actuaban fuera del marco de sus países. En su nueva teoría sobre el imperialismo dio en la clave para entender la naturaleza de la guerra que se había iniciado en 1914, estaba asolando Europa y alcanzaba a algunos países del Extremo Oriente. 

De vuelta en Rusia, tras el derrocamiento de la monarquía zarista en febrero de 1917, no dudó en apostar por la conquista inmediata del poder, como expresó en sus discursos y escritos, plasmados en sus Tesis de abril (1917). Opuesto a la guerra y al gobierno que la sostenía, rechazó también el modelo político parlamentario, optando por otro nuevo basado en los soviets, es decir, las asambleas populares que fueron aflorando por el país. Las dificultades que fueron apareciendo en el proceso revolucionario, que obligaron a Lenin a pasar a la clandestinidad y refugiarse en Finlandia, le permitieron profundizar en las fases de la construcción del comunismo, una idea ya lanzada por Marx en 1875 en su Crítica del Programa de Gotha. Fue así como surgió El estado y la revolución (1917), donde desarrolló el concepto de dictadura del proletariado, entendida como una forma de estado antagónica a la presente dictadura de la burguesía.

Triunfante la revolución de octubre/noviembre de 1917, y ya al frente del  Consejo de Comisarios del Pueblo, no dejó de escribir. En dos de sus obras remarcó el nuevo rumbo iniciado tanto en Rusia como en el ámbito internacional. De un lado, ante el posicionamiento contrario de la socialdemocracia tanto rusa como de otros países, no dudó en lanzar una dura crítica en La revolución proletaria y el renegado Kautsky (1918). La personalizó en la figura del dirigente alemán, que en otro tiempo había sido en el seno de la II Internacional uno de los líderes de la facción contraria al reformismo. Y de otro lado, ya formada la Internacional Comunista, se dirigió a los grupos políticos de otros países (principalmente alemanes, británicos e e italianos) que ponían en práctica tácticas  a la vez extremas e ineficaces. Es lo que reflejó en su La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo (1920).   

La situación personal de Lenin cambió drásticamente en el verano de 1918, cuando sufrió un atentado que estuvo a punto de acabar con su vida. Con una salud cada vez más deteriorada y en en medio de contexto extremadamente difícil (con la guerra civil, entre 1918 y 1923, y la devastación material que le siguió) no dejó de escribir, pero lo hizo de una forma más intermitente y centrándose en las respuestas a los problemas que iban surgiendo en la gestión gubernamental.

Esa situación de deterioro la describió Nadiezhda Konstantinova Krupskaya, su esposa, de esta manera (2):

"No creo que ni siquiera en estos graves meses últimos Vladimir Ilich se sintiera desdichado. Desde que tuvo la posibilidad de leer, leía con gran interés los periódicos, seleccionaba lo que le parecía más importante. Le agradaba principalmente todo lo fáctico y los artículos de agitación. En el último tiempo empezó a leer bellas letras. Le trajeron un gran paquete de libros y sólo apartó para él obras de Jack London, pidiendo que le leyeran en voz alta. El interés político prevalecía sobre todo lo demás".

Hasta que se produjo el desenlace final, el 21 de enero de 1924. Así fue como lo dejó escrito Evdokia Ivanova Smirnova, la mujer que se dedicó a atenderlo en el día a día durante su enfermedad (3):

"Por la mañana, como de costumbre, le serví el café; me saludó cordialmente, pasó ante la mesa sin probar nada y se retiró a su cuarto para acostarse. Mantuve el café caliente hasta las cuatro con la esperanza de que lo bebería cuando se despertara. Pero ya no debía despertarse. Me fueron a pedir botellas de agua caliente.... Pero, cuando se las llevamos, era demasiado tarde".

En el extenso poema "Vladimir Ilich Lenin", que le dedicó Vladimir Maiakovski tras su fallecimiento, pueden leerse estos versos:

¿Qué ha hecho?
                        ¿Quién es?
                                        ¿Y de dónde viene?


Notas

(1) John Reed (1982). Diez días que estremecieron el mundo. Madrid, Akal, p. 143.
(2) Anatoli Lunacharski (1981)., Así era Lenin I. Moscú, Novosti, p. 123.
(3) Louis Aragon (1965). Historia paralela de los Estados Unidos y la Unión Soviética. 1917-1960, v. I. Buenos Aires, Emecé Editores, p. 235.