domingo, 20 de marzo de 2022

José Díaz Ramos, en el 80 aniversario de su fallecimiento


En enero de 2020, en los prolegómenos de la pandemia, me encontré paseando por el barrio de la Macarena de Sevilla con una placa conmemorativa dedicada a José Díaz Ramos, en las cercanías de la iglesia de San Luis. Secretario general del Partido Comunista de España entre 1932 y 1942, se convirtió en una figura importante en la historia de ese partido y también en la de España. Referirse a ese personaje es hacerlo de un defensor entusiasta de la unidad de los grupos populares y de una manera especial, del Frente Popular. Sus orígenes sociales estaban en una familia obrera, siendo él mismo desde los once años panadero de profesión. Afiliado a la CNT, desde una edad temprana fue un activo militante sindical, hasta el punto que se convirtió  en uno de los dirigentes locales. Durante la dictadura de Primo de Rivera se vio obligado a pasar a la clandestinidad, lo que no impidió que en 1925 fuera detenido en Madrid. Puesto en libertad, regresó a Sevilla, formando parte del numeroso grupo de miembros de la CNT que decidió afiliarse al PCE. Un hecho que ayudó a que ese partido, con vida inestable y lleno de tropiezos desde su nacimiento, empezara a sentar las bases para que en pocos años despuntara con solidez. Su acceso a la secretaría general en 1932 supuso inicialmente tan sólo una renovación en los nombres de la cúpula, si bien en poco tiempo fue adquiriendo una nueva dimensión, basada, primero, en la  búsqueda de alianzas con otros grupos obreros  (PSOE, UGT, CNT...) y desde principios de 1936, en la formalización de una alianza antifascista, que fue denominada Frente Popular. El PCE fue el grupo que defendió más ardientemente su mantenimiento a lo largo de los meses siguientes y, sobre todo, los años de guerra. El desarrollo de una política popular unitaria y antifascista fue la prioridad de ese PCE, lo que, unido a la heroica entrega que hicieron sus militantes, le valió para aumentar su afiliación e influencia de una manera vertiginosa. Afectado por un cáncer de estómago, a finales de 1938 viajó a Leningrado para su tratamiento, no volviendo más a España. Su exilio en la URSS coincidió con un progresivo y cruel empeoramiento de su estado de salud, que le imposibilitó llevar una vida normal y prestar atención en su papel político. Tras la invasión alemana de la URSS en junio de 1941, fue desplazado a la capital georgiana, Tiflis, donde meses después, el 20 de marzo, acabó muriendo.