Hace tres años leí el libro Mamá y yo y mamá (Tafalla, Txalaparta, 2019), de la escritora afroamericana Maya Angelou. También pude leer algunos de sus poemas, que estos días he vuelto a releer. Su nombre acaba de salir en los medios de comunicación porque su imagen acaba de aparecer en las monedas de cuarto de dólar de EEUU.
El nombre de Maya Angelou, por el que es conocida mundialmente, no es el real: está tomado de la contracción de my sister, como la llamaba su hermano, y una ligera variación de Angelos, el apellido de origen griego del que fue su primer esposo. Pero más allá de esa anécdota, su vida está plagada de una infinidad de vivencias, en buena parte dramáticas y especialmente durante las dos primeras décadas de su existencia. Hija de un matrimonio mal avenido y roto, los primeros años, junto a su hermano, los pasó en un trasiego continuo de hogares entre su Missouri natal y Arkansas, donde vivía su abuela paterna. Con apenas siete años sufrió las agresiones sexuales de su padrastro, lo que acabó provocándole un trauma psíquico y físico, hasta el punto de perder el habla durante varios años.
Con mucho sacrificio logró terminar los estudios secundarios, pero se topó con un embarazo adolescente, lo que la llevó a buscar todo tipo de trabajos, desde conductora de tranvías hasta prostituta. Con el paso del tiempo fue orientándose hacia el mundo del arte, en el que se formó y trabajó como cantante, bailarina, actriz e incluso directora de cine. Y luego, claro está, lo hizo hacia la escritura, donde fue autora de varias autobiografías, obras de teatro, guiones de cine y poemas.
Con el paso de los años fue tomando conciencia de su doble condición: mujer y negra. la misma por la que sufrió tanto la violencia patriarcal como la racial. Y por eso buena parte de su vida la dedicó a combatir ese doble sistema opresor. Fue activista en favor de los derechos civiles para la comunidad afroamericana y los de las mujeres, donde jugó un papel importante y que la llevó a ser represaliada. Cosas de la gran democracia estadounidense.
Mamá y yo y mamá
La última de sus autobiografías fue precisamente Mamá y yo y mamá, publicada en 2013, un año antes de su muerte. Se trata de un relato en el que traza su vida a través de la relación con su madre. De ahí ese juego de palabras en el título: lo primero, su madre y ella; y luego, ella y su madre. Es así como conforma, con sus respectivos títulos, las dos partes del libro.
Estamos ante una especie de ajuste de cuentas con su madre, pero en positivo. Un ejercicio de empatía, hecho con la suficiente delicadeza y generosidad como para saber entender los contextos en los que Maya Angelou vivió determinadas situaciones de gran dureza. Y en medio de todo eso, fue como fue aprendiendo a vivir por sí misma.
En el final de su primera parte puede leerse lo siguiente sobre las palabras que le dirigió su madre cuando, muy joven, decidió irse a vivir con su hijo recién nacido:
Con lo que has aprendido con la abuela Henderson en Arkansas y lo que has aprendido de mí, sabes la diferencia entre lo que está bien y está mal. Haz lo correcto. No dejes que nadie cambie la forma en la que te has criado. (...) Y recuerda esto: siempre podrás volver a casa.
Y, ya en la segunda parte, también en los párrafos finales, nos deja estas otras palabras, esta vez de ella hacia su madre moribunda:
"Has sido una gran trabajadora (...). Muchos hombres y, si la memoria no me falla, varias mujeres se han jugado la vida para quererte. Cuando éramos pequeños fuiste una madre horrible, pero no ha habido mejor madre que tú con tu joven adulta".
Apretó mi mano dos veces.
Le besé los dedos y se los devolví a la mujer que estaba sentada junto a su cama. Luego me fui a casa.
Me desperté al amanecer y corrí escaleras abajo en pijama. Conduje al hospital y aparqué el coche en doble fila. No esperé al ascensor. Corrí escaleras arriba hasta su planta.
-Acaba de irse -dijo la enfermera.
Miré la forma sin vida de mi madre y pensé en su pasión y en su ingenio. Sabía que merecía una hija que la quisiera y que tuviera buena memoria, y la había conseguido".
Su poesía
Autora de una amplia obra poética, voy a dejar para su lectura algunos de sus poemas. Una forma de adentrarnos a ese mundo que vivió y del que quiso dejar constancia de sus sentimientos, anhelos, frustraciones y hasta reflexiones.
A pesar de
todo me levanto
Tú puedes escribirme en la historia
con tus amargas, torcidas mentiras,
puedes arrojarme al fango
y aún así, como el polvo…, yo me levanto.
¿Mi descaro te molesta?
¿Por qué estás ahí quieto, apesadumbrado?
Porque camino
como si fuera dueña de pozos petroleros,
bombeando en la sala de mi casa.
Como lunas y como soles,
con la certeza de las mareas,
como las esperanzas brincando alto.
Así, yo me levanto.
¿Me quieres ver destrozada?
Con la cabeza agachada y los ojos bajos,
los hombros caídos como lágrimas,
debilitados por mi llanto desconsolado.
¿Mi arrogancia te ofende?
No te tomes tan a pecho
que yo ría como si tuviera minas de oro,
excavándose en el mismo patio de mi casa.
Puedes dispararme con tus palabras,
puedes herirme con tus ojos,
puedes matarme con tu odio,
y aún así, como el aire, yo me levanto.
¿Mi sensualidad te molesta?
¿Surge como una sorpresa
que yo baile como si tuviera diamantes
ahí, donde se encuentran mis muslos?
De las barracas de la vergüenza de la historia,
yo me levanto.
Desde el pasado enraizado en dolor,
yo me levanto.
Soy un océano negro, amplio e inquieto,
manando,
me extiendo, sobre la marea.
Dejando atrás noches de temor, de terror,
me levanto
a un amanecer maravillosamente claro,
me levanto,
brindado los regalos, legados por mis ancestros.
Yo soy el sueño y la esperanza del esclavo.
Me levanto.
Me levanto.
Me levanto.
Envejeciendo
Cuando me veas sentada en silencio,
como un saco dejado en el estante,
no creas que necesito tu charla.
Me estoy escuchando a mí misma.
¡Espera! ¡Detente! ¡No te apiades de mí!
¡Espera! ¡Detén tu simpatía!
Entendiendo que usted lo consiguiera,
¡de lo contrario me haré sin él!
Cuando mis huesos estén entumecidos y doloridos,
y mis pies no suban la escalera,
sólo te pediré un favor:
no me traigas una mecedora.
Cuando me veas caminando, tropezándome,
no estudiando y equivocándome.
Porque cansada no significa ser perezosa
y que cada adiós no se haya ido.
Soy la misma persona que fui entonces,
con un poco menos de pelo, un poco menos de
barbilla,
muchos menos pulmones y mucho menos aliento.
Pero con suerte de que todavía pueda respirar.
Familia
humana
Noto las obvias diferencias
en la familia humana.
Algunos de nosotros somos serios,
algunos prosperan con la comedia.
Algunos declaran que sus vidas se viven
como verdadera profundidad,
y otros afirman que realmente viven
la realidad real.
La variedad de nuestros tonos de piel
puede confundir, asombrar, deleitar,
marrón y rosa y beige y violeta,
bronceado y azul y blanco.
He navegado sobre los siete mares
y me detuve en todas las tierras,
he visto las maravillas del mundo,
pero todavía no he visto un hombre común.
Lo sé de diez mil mujeres
llamadas Jane y Mary Jane,
pero no he visto dos
que realmente fueran las mismas.
Los gemelos en espejo son diferentes,
aunque sus facciones concuerden,
y los amantes tienen pensamientos muy diferentes
mientras están acostados uno al lado del otro.
Amamos y perdemos en China,
lloramos en los páramos de Inglaterra,
reímos y gemimos en Guinea,
y prosperamos en las costas españolas.
Buscamos el éxito en Finlandia,
nacen y mueren en Maine.
En formas menores diferimos,
en mayores somos iguales.
Noto las obvias diferencias
entre cada género y tipo,
pero entre amigos somos más parecidos
de lo que somos diferentes.
Somos más parecidos entre amigos
de lo que somos diferentes.
Somos más parecidos entre amigos
de lo que somos diferentes.
Mensaje a
Nelson Mandela
Su día ha concluido.
Ha concluido.
La noticia llegó en las alas de un viento, reacio a
llevar su carga.
Ha concluido el día de Nelson Mandela.
La noticia, esperada pero aún ingrata, llegó a
Estados Unidos, y de repente nuestro mundo se volvió sombrío.
Nuestros cielos se tornaron grises.
Su día ha concluido.
Les vemos a ustedes, el pueblo sudafricano,
enmudecidos
ante el portazos de ese umbral final del cual
ningún viajero regresa.
Nuestro espíritu le tienden a ustedes la mano, a
los Bantu, los Zulú, los Xhosa, los Boer.
Pensamos en ustedes y su hijo de africano, su
padre, su otra maravilla del mundo.
Les enviamos nuestras almas mientras reflexionan
acerca de su David armado con tan sólo una piedra para enfrentarse al poderoso
Goliat.
Su hombre fuerte, Gedeón, emerge triunfador.
Aún habiendo nacido en el brutal seno del apartheid,
marcado por la salvaje atmósfera del racismo, y encarcelado injustamente en las
sangrientas fauces de las mazmorras sudafricanas.
¿Sobreviviría este hombre? ¿Sobreviviría este
hombre?
Su respuesta dio fuerzas a hombres y mujeres de
todo el mundo.
En El Álamo de San Antonio, en Texas, en el puente
de Golden Gate en San Francisco, en el Loop de Chicago, en el Mardi Gras de
Nueva Orleans, o en el Times Squares de Nueva York, todos observamos cuando la
esperanza de África emergió de las puertas de la cárcel.
Su estupendo corazón, intacto, su titánica voluntad
fuerte y sana.
Las bestias no habían podido lisiarle, como tampoco
veintisiete años de cárcel habían podido disminuir su pasión por los derechos
de los seres humanos.
Incluso aquí en Estados Unidos sentimos la serena y
refrescante brisa de la libertad.
Cuando Nelson Mandela tomó posesión de la
Presidencia de su país, donde anteriormente no se le había permitido siquiera
ejercer el voto, nos enaltecimos con lágrimas de orgullo, al ver que los
antiguos celadores de Nelson Mandela habían sido por él invitados a sentarse en
la primera fila durante su ceremonia de investidura.
Le vimos aceptar el premio mundial en Noruega con
la gracia y gratitud de Solón de la antigua Roma*, y con la confianza de los
jefes africanos sentados en sus antiguos bancos reales.
Ningún sol sobrevive su atardecer, pero saldrá de
nuevo y trayendo consigo al alba.
Sí, el día de Mandela ha concluido, pero nosotros,
sus herederos, abriremos aún más las puertas de la reconciliación,
responderemos generosamente al clamor de negros y
blancos, asiáticos, hispanos y pobres que viven en penosas condiciones a ras
del suelo en nuestro planeta.
Él nos ha dado comprensión,
nosotros aplazaremos nuestro perdón incluso para
quienes no nos lo piden.
El día de Nelson Mandela ha concluido, confesamos
en voces llorosas, pero
alzamos las nuestras para dar gracias.
Te damos las gracias, nuestro Gedeón; gracias,
nuestro David, nuestro magnífico y valiente hombre.
No te olvidaremos, no te ultrajaremos. Nos
acordaremos y estaremos contentos de que viviste entre nosotros, de lo que nos
enseñaste, y de que nos quisiste a todos.
* Se trata de un error: debería decir Grecia.
Mujer
fenomenal
Las mujeres hermosas se preguntan
dónde radica mi secreto.
No soy linda o nacida
para vestir una talla de modelo,
mas cuando empiezo a decirlo
todos piensan que miento
y digo:
está en el largo de mis brazos,
en el espacio de mis caderas,
en la cadencia de mi paso,
en la curva de mis labios.
Soy una mujer
fenomenal.
Mujer fenomenal,
ésa soy yo.
Entro en cualquier ambiente
tan calmada como a ti te gusta,
y en cuanto al hombre
los tipos se ponen de pie o
caen de rodillas.
Luego revolotea a mi alrededor
una colmena de abejas melíferas.
Y digo:
es el fuego de mis ojos,
y el brillo de mis dientes,
el movimiento de mi cadera,
y la alegría de mis pies.
Soy una mujer
fenomenal.
Mujer fenomenal,
ésa soy yo.
Los mismos hombres se preguntan
qué ven en mí.
Se esfuerzan mucho
pero no pueden tocar
mi misterio interior.
Cuando intento mostrarlo,
dicen que no logran verlo
Y digo:
está en la curvatura de mi espalda,
el sol de mi sonrisa,
el porte de mis pechos,
la gracia de mi estilo.
Soy una mujer
fenomenal.
Mujer fenomenal,
ésa soy yo.
Ahora comprendes
por qué mi cabeza no se inclina.
No grito ni ando a saltos,
no tengo que hablar muy alto.
Cuando me veas pasar
deberías sentirte orgullosa.
Y digo:
está en el sonido de mis talones,
la onda de mi cabello,
la palma de mi mano,
la necesidad de mi cariño,
porque soy una mujer
fenomenal.
Mujer fenomenal,
ésa soy yo.
Oda negra
Tu belleza es un trueno
que me hace deambular –y deambulo
ensordecida
bajando por un callejón en el crepúsculo
y sonidos húmedos
-“Oh, nena, mira lo que podrías conseguir si tu
nombre
fuera Willie”-,
para remojar tus palabras como tabaco de mascar.
Una risa, negra y que fluye
a mí me convierte en un ser –un ser
redondeado
subiendo al pasillo bautismal, gimiendo
sonidos húmedos
-“Bendícela. Toma tu lecho y camina.
Has cargado un gran peso”-,
para lamer tu amor como lágrimas.
Paz
asombrosa
Retumban los truenos en los desfiladeros
y los aleros de nuestras casas traquetean por los
relámpagos;
el río crecido invade nuestros caminos.
Nieve sobre nieve, cada vez más nieve.
La avalancha amenaza nuestros pueblos indefensos.
Cuelga sobre nuestros cuerpos un cielo gris,
amenazante.
Nos hacemos preguntas.
¿Cómo fue que afrentamos a la Naturaleza?
Qué angustia, mi Dios:
“¿Estás allí?”. “¿De verdad estás?”.
“¿Sigue en pie la alianza que hiciste con tu pueblo?”.
En este clima inundado de miedo y aprehensión,
llega la Navidad.
Con sus raudales de luces, sus campanas de
esperanza,
sus cánticos de perdón, sus notas que ascienden
abrillantadas.
Invade al mundo un aliento que lo aleja del rencor
y lo acerca a la amistad.
Es la Temporada Dichosa.
Va menguando el trueno, va ensanchándose el
silencio,
se arrinconan los relámpagos.
Se repliega la crecida para sumirse en el recuerdo.
La nieve es un almohadón suave que amortigua
nuestro andar afanoso hacia
tierras más altas.
La esperanza renace, se encarna en rostro de niño,
en los hombros de nuestros viejos, que caminan
hacia su propio atardecer.
La esperanza abraza la Tierra, lo ilumina todo,
hasta el odio, se anida acuclillado en oscuros
pasillos.
De la alegría va surgiendo un susurro:
al principio débil, luego se hace escuchar;
avanza cada vez más fuerte,
se convierte en dulzura que penetra por los oídos.
“Paz”, es la palabra: Paz.
Más clara, más potente,
más fuerte que las explosiones.
Y temblamos de emoción al recibirla.
Es el alimento que tanto hemos buscado.
Porque no es sólo ausencia de guerra, sino paz
verdadera:
Armonía del espíritu, consuelo gentil,
seguridad para nuestros amados y para sus seres
amados.
Recibamos con aplausos la paz navideña,
hagámosle gestos y señas para que este buen tiempo
no se vaya todavía.
¡Quédate con nosotros! Baptistas, budistas,
metodistas, musulmanes te decimos
Ven”.
Ven, Paz.
Colma nuestro ser y nuestro mundo con tu majestad.
“Ven”, te pedimos judíos y jainistas, católicos y
confucianos;
te lo imploramos, quédate un tiempo más
para que podamos aprender con tu luz
resplandeciente
cómo mirar a través del color de la piel
y apreciar el espacio común.
Es Navidad, tiempo para detener el odio.
Sobre esta plataforma de paz generemos un idioma
que sirva para traducirnos a nosotros mismos y
entre nosotros.
En este instante sagrado celebramos el nacimiento
de Jesucristo.
A las grandes religiones del mundo,
y exultantes por el advenimiento precioso de la
confianza,
anunciamos en lenguas espléndidas la venida de la
esperanza.
Las tribus del planeta sosiegan sus voces para
acoger la promesa de la Paz.
Ángeles y mortales, creyentes y no creyentes,
miramos hacia el cielo y decimos en voz alta:
Paz.
Miramos el mundo y decimos en voz alta:
Paz.
Miramos a quien tenemos al lado, nos miramos a
nosotros mismos
y decimos sin timidez, sin dudas, sin pedir
disculpas:
Paz para ti, mi hermano
Paz para ti, mi hermana
Paz para ti, alma mía.
Paz.
Recuerdo
El peso lento
de tus manos, alborotando a las abejas
que anidan en mi pelo, tu sonrisa en la
pendiente de mi mejilla. Te aprietas
sobre mí
esta vez, encendido, derramando
urgencia, y el misterio viola
mi razón.
Cuando te retiras,
tú y la magia, cuando
sólo el olor de tu
amor persiste entre
mis pechos, entonces, sólo
entonces, puedo devorar con gula
tu presencia.
Una
presunción
Dame tu mano.
Hazme lugar
para que te lleve
y te siga
más allá de este furor de la poesía.
Deja para los otros
la intimidad
de tocar las palabras
y el amor por la pérdida
del amor.
A mí,
dame tu mano.