Estrenada en 2017, la película El joven Karl Marx, del haitiano Raoul Peck, nos lleva a las vidas de Karl Marx y Friedrich Engels entre los años 1843 y 1848. Se cuenta la historia del comienzo de una amistad, donde uno y otro, con trayectorias diferentes hasta ese momento y con preocupaciones similares, empezaron a entrelazarse para ir forjando un patrimonio intelectual y político de gran trascendencia.
Contada desde el rico y extenso epistolario que se conserva de ambos, nos muestra a dos jóvenes que, como tales, quieren "comerse el mundo", para transformarlo desde las enormes contradicciones que el capitalismo y la industrialización emergente estaban provocando.
Aparece un Marx, de una familia judía recién convertida al cristianismo, y una Jenny von Westphalen, de una rancia familia aristocrática, para quienes la persecución política y la miseria se convirtieron en la sombra permanente de sus vidas, sobreviviendo a base de los escasos recursos que fue obteniendo él, las herencias familiares de ella y las ayudas de Engels. Un Marx pasional, entre reflexivo e intransigente, pero riguroso, coherente y rotundo en sus formulaciones, que le fueron llevando desde sus planteamientos filosóficos neohegelianos hasta el comunismo.
Está Engels, hijo rebelde de un burgués que desde su trabajo en el negocio familiar empezó a conocer, para analizarla magistralmente, la situación de la clase obrera inglesa. El burgués de día y revolucionario de noche que estuvo en contacto con los dos mundos, pero con la intención de acabar con el primero.
Están también las mujeres, como sí mismas en los roles de género asignados y en su contradicción con los de los varones. Una Jenny relegada en lo fundamental al hogar, pero que, lejos de ser una compañera pasiva, coincidió con "su Karl" en sus aspiraciones, lo estimuló a no desistir y le ayudó en las tareas de corrección y transcripción de sus escritos. No falta tampoco Helene Demuth, la asistenta que acompañó a la familia en sus fatigas, a la que correspondió el permanente papel sombrío de los cuidados. Y, por supuesto, Mary Burns, la compañera de Engels, una activa y decidida mujer irlandesa, militante revolucionaria y adelantada en su tiempo en tantas cosas.
Todo un conjunto de peripecias, en fin, que nos permiten ver que uno y otro no dejaban de ser otra cosa que seres humanos, que disfrutaban, sufrían, se enamoraban, se emborrachaban...
En medio de todo van apareciendo en la película escenarios diferentes, propios de los países por los que voluntaria o forzosamente hubieron de pasar: Prusia, Francia, Bélgica, Inglaterra.... Van desfilando personajes con los que coincidieron, tuvieron algunos puntos en común e incluso en muchos casos acabaron rompiendo: los Bauer, Ruge, Proudhom, Bakunin, Weitling...
Y como colofón está la pertenencia a la Liga de los Justos, una organización de ámbito internacional, con espíritu internacionalista y en pos de la fraternidad universal. Un grupo cuya dirección acabó encargando a Marx y Engels la elaboración de un manifiesto que diera contenido a sus aspiraciones. El resultado, preparado apresuradamente y publicado un mes antes del inicio de las grandes movilizaciones del año 1848, fue El manifiesto del Partido Comunista. Titulado así porque de ellos salió la propuesta para el cambio de nombre a la Liga de los Comunistas, así como también salió de ellos que se entronizara el lema "Proletarios de todos los países, uníos". Era el inicio del "espectro que se cierne sobre Europa".
La película acaba con una concesión al mundo más cercano en el tiempo, desde los años 60 hasta la actualidad. Porque el mundo, en el fondo, ha cambiado poco, o nada, en lo fundamental. Y porque lo que el joven Marx y el joven Engels pergeñaron y propusieron sigue teniendo vigencia.
Y ya que estamos en el centenario del natalicio de Karl Marx, ver una película dedicada a él no está nada mal, sino todo lo contrario.