Las
valoraciones que estos tres intelectuales están haciendo de la situación de
Nicaragua tienen un gran interés. No son coincidentes, pero aportan algunos
aspectos que deben tenerse en cuenta. En el caso de Henz Dieterich, además, no
ha surgido en el momento del inicio de la crisis política, sino que se engarza
en análisis previos, distante tanto de quienes defienden, en mayor o menor, al
gobierno nicaragüense como de quienes, por distintas razones, lo demonizan.
James Petras
no se ha prodigado en el análisis de la situación de Nicaragua. Es a través del
canal uruguayo Radio Centenario, en el que interviene como analista
internacional, donde ha hecho algunas menciones a lo que está ocurriendo en ese
país. Pocas y concisas, si bien claras, como, por ejemplo, ésta del pasado 14 de mayo:
“Creo
que la situación en Nicaragua está muy polarizada, lo que la prensa no está
dando información sobre el número de apoyantes de Ortega. Entonces, el país
está polarizado, dividido, no sé en qué cuotas pero está dividido. En segundo
lugar, el Ejército no va a tolerar la violencia ni actos vandálicos. En tercer
lugar, la Iglesia ha tomado también posición de mediador y no de apoyante a los
manifestantes. Cuarto, los manifestantes son muy violentos, han quemado
edificios, hay saqueos de negocios, son una mezcla de personas que tiene
reivindicaciones legítimas y otros que están con la política de los partidos de
la derecha y la ultraderecha. Entonces, hay un panorama muy conflictivo, muy polarizado,
muy dividido, con todo el apoyo de Washington y todos los liberales conocidos
de siempre que hace tiempo buscan derrocar al gobierno. Nosotros tenemos serias
críticas al gobierno de Ortega, pero no con los derechistas que están
encabezando esto ni con los vandálicos que están metidos en este esfuerzo de
tumbar ese gobierno. Me parece muy similar a los golpes que organizaron en
Ucrania, Georgia, en Yugoslavia; es un padrón, donde Estados Unidos financia y
monta estas protestas para tumbar gobiernos y reemplazarlos con títeres de
Washington”.
O
ésta del 21 de mayo:
“Hay
un conflicto obviamente pero no es un conflicto entre socialismo y capitalismo.
Es un conflicto entre dos variantes del capitalismo, los Ortega por un lado y
de otro la oposición que está dividida entre populistas y reaccionarios. Y creo
que en realidad los que están en las fuerzas de choque son los populistas, pero
los que se van a aprovechar son los oligarcas de siempre en Nicaragua. Y los
golpistas están encabezando la oposición, porque cuando hay una propuesta de
diálogo ellos vuelven a lanzar sus fuerzas de choque. Para nosotros, debemos
rechazar a los golpistas que están atacando el proceso político, pero por otro
lado debemos criticar también la política económica de los Ortega que está
vinculada con los maquiladores, los grandes capitales exportadores. No hay
ningún populista en este proceso, hay un conflicto y debemos tener claro cómo
repartir las responsabilidades”.
Por
su parte, Dieterich, sociólogo de origen alemán radicado en México y que llegó
a ser asesor de Hugo Chávez, se expresó así el 11 de junio pasado en su
artículo “El fin de Daniel Ortega”:
“El
29 de septiembre del 2016, publiqué el análisis ‘Washington inicia la 2da
Guerra de Destrucción contra la Nicaragua Sandinista’, donde advertí sobre la
nueva campaña de destrucción económica y contrarrevolución cromática, que
Washington llevaba a cabo para lograr el regime
change (cambio de gobierno) en Nicaragua. Cité a la paladina de la mafia
monroeísta de Miami, la congresista republicana Ros‐Lehtinen, que con motivo de la agresión del Nica-Act (Ley de condicionamiento a la
inversión nicaragüense), declaró desvergonzadamente: ‘hasta que Nicaragua tenga
elecciones libres, justas, transparentes y supervisadas por observadores
electorales nacionales e internacionales creíbles (...) Estados Unidos va a
(...) prevenir el acceso a los fondos internacionales’. Siendo objeto de una
declaración fáctica de guerra por parte de Washington, estaba claro que el
gobierno Ortega-Murillo iba a ser insostenible. ¿Qué estrategia, por lo tanto,
podía salvar al desarrollismo sandinista del retorno de la banana republic somocista?
Aunque
Dieterich se refiere permanentemente, cuando no lo transcribe en parte, al
artículo suyo escrito en 2016 (“Washington inicia la 2da Guerra de Destruccióncontra Nicaragua Sandinista"), leerlo en su totalidad nos ayuda a entender
cuáles son sus planteamientos. Resulta llamativa su propuesta estratégica para
Nicaragua, en la que de paso hace una valoración de Nicolás Maduro y su
gobierno:
“El elemento esencial de una estrategia de
sobrevivencia económica para los próximos 4-5 años de la agresión, consistía en
mantener la dinámica macroeconómica. Ante el previsible colapso de la economía
venezolana -cuyas importaciones agropecuarias y generosos subsidios energéticos
sostenían la coyuntura económica nicaragüense-, bajo el inepto régimen de
Maduro, el único megaproyecto económico-financiero disponible y con el volumen
suficiente para ser autosustentable, era el Canal transoceánico, con China”.
Una
propuesta, entre atrevida y controvertida, que corrobora de la siguiente
manera, para finalmente acabar sentenciando al gobierno de Daniel Ortega:
“Con
todo, era una oportunidad histórica, para consolidar el Sandinismo como fuerza
hegemónica en el país, mediante una operación de audacia napoleónica. Se tenía
que romper relaciones diplomáticas con Taiwan y establecerlas con la República
Popular de China, ofertándole como premio a Beijing los yacimientos energéticos
encontrados en las costas de Nicaragua. Ortega tenía su oportunidad de oro para
consolidarse. Pero, la dejó pasar. Su caída y la de su pareja es el precio que
ahora paga”.
El argentino Atilio Borón difiere de los
anteriores. Sin ahorrarse críticas a los errores cometidos por el gobierno nicaragüense, con especial
mención al que desencadenó la crisis actual, esto es, el relativo a la reformas
del sistema de pensiones, considera que el problema hay que inscribirlo en el
contexto internacional de ofensiva imperialista contra los gobiernos
progresistas latinoamericanos. El reciente artículo “Nicaragua, la revolución yla niña en el bote”, publicado el 17 julio, ya lleva en su título una expresión
que no es otra cosa que una metáfora de lo que está ocurriendo. Esa “niña en el
bote” es lo que sigue:
“En
La Habana (…) divisé, a lo lejos un frágil botecito. Lo manejaba un robusto
marinero y, en el otro extremo se encontraba una joven muchachita. El timonel
parecía confundido y se esforzaba para mantener el rumbo en medio de una amenazante
marejada. Y se me ocurrió pensar que esa imagen podía representar con
elocuencia al proceso revolucionario, y no sólo en Nicaragua sino también en
Venezuela, Bolivia, donde sea. La revolución es como aquella niña, y el timonel
es el gobierno revolucionario. Este se puede equivocar, porque no hay obra
humana a salvo del error; y cometer errores que lo dejen a merced del oleaje y
pongan en peligro la vida de la niña. Para colmo, no muy lejos se dibujaba la
ominosa silueta de una nave de guerra de Estados Unidos, cargada de armas
letales, escuadrones de la muerte y soldados mercenarios. ¿Cómo salvar a la
niña? ¿Botando el timonel al mar y dejando que se hunda el bote, y con él la
niña? ¿Entregándola a la turba de criminales que se agolpan, sedientos de sangre
y prestos para saquear el país, robarle sus recursos y violar y luego matar a
la jovencita? No veo que eso sea la solución”.
Por
lo demás, escribe cosas como éstas:
“Un
notable revolucionario chileno, Manuel Cabieses Donoso, de cuya amistad me honro,
escribió en su flamígera crítica al gobierno sandinista que “la reacción
internacional, el ‘sicario’ general de la OEA, los medios de desinformación, el
empresariado y la Iglesia Católica se han adueñado de la crisis social y
política que gatillaron los errores del gobierno. Los reaccionarios se han
montado en la ola de la protesta popular.” Descripción correcta de Cabieses
Donoso de la cual, sin embargo, se extraen conclusiones equivocadas. Correcta
porque es cierto que el gobierno de Daniel Ortega cometió un gravísimo error al
sellar pactos “tácticos” con enemigos históricos del FSLN y, más recientemente,
tratar de imponer una reforma previsional sin consulta alguna con las bases
sandinistas o actuar con incomprensible desaprensión ante la crisis ecológica
en la Reserva Biológica Indio-Maíz. Correcta también cuando dice que la derecha
vernácula y sus amos extranjeros se adueñaron de la crisis social y política,
dato éste de trascendental importancia que no puede ser soslayado o
subestimado. Pero radicalmente incorrecta es su conclusión, como son las de
Boaventura de Sousa Santos, la del entrañable y enorme poeta Ernesto Cardenal,
y Carlos Mejía Godoy, amén de toda una plétora de luchadores sociales que en
sus numerosas denuncias y escritos exigen –algunos abiertamente, otros de modo
más sutil- la destitución del presidente nicaragüense sin siquiera esbozar una
reflexión o arriesgar una conjetura acerca de lo que vendría después. Conocidos
los baños de sangre que asolaron Honduras (…), Paraguay (… y antes lo que
sucediera en Chile en 1973 y en Guatemala en 1954; o lo que hicieron los
golpistas venezolanos (…) o lo que está ocurriendo ahora en Brasil y (…) en
México, o (…) en la Argentina. ¿Alguien en su sano juicio puede suponer que la
destitución del gobierno de Daniel Ortega instauraría en Nicaragua una
democracia escandinava?”.
O
estas otras:
“Todo
lo anterior no significa obviar los graves errores del gobierno de Daniel
Ortega y el enorme precio pagado por un pragmatismo que si estabilizó la
situación económica del país y mejoró las condiciones de vida de la población
hipotecó la tradición revolucionaria del sandinismo. Pero el pacto con los
enemigos siempre es volátil y transitorio. Y ante la menor muestra de debilidad
del gobierno, y ante un grosero error basado en el desprecio por la opinión de
la base sandinista, aquellos se lanzaron con todo su arsenal a la calle para
voltear a Ortega. Trasladaron buena parte de los mercenarios que protagonizaron
las ‘guarimbas’ en Venezuela a Nicaragua y están aplicando ahora en Nicaragua
la misma receta de violencia y muerte que se enseña en los manuales de la CIA.
Conclusión: la caída del sandinismo debilitaría el entorno geopolítico de la
brutalmente agredida Venezuela, y aumentaría las chances para la generalización
de la violencia en toda la región”.