Ayer se inauguró el AVE Madrid-Castellón. Y al acto acudió, entre otras autoridades locales y autonómicas y centrales, Mariano Rajoy. Amigo de los eventos que prometen votos -faltaría más- y enemigo de contestar preguntas sobre las cosas feas que ocurren en su partido -faltaría menos-, acudió raudo a la cita.
La provincia septentrional valenciana es -o ha sido, quizás-, uno de los paraísos del PP. Fue el primer lugar escogido por José María Aznar para el veraneo cuando inició su andadura de jefe de gobierno. Donde la fiebre del ladrillo alcanzó cotas entre escandalosas y ruinosas. La tierra de Carlos Fabra, que parecía el sempiterno presidente de la Diputación hasta que fue mandado a chirona por tener las manos largas. Sí, el del célebre aeropuerto sin aviones, el mismo que le preguntaba a su nieto eso de "¿te gusta el aeropuerto del abuelo?". También, la tierra de Alberto Fabra, el sustituto de Francisco Camps al frente de la Generalitat valenciana, mencionado el otro día en el juicio del caso Gürtel por su relación con la financiación del PP cuando era alcalde de la capital de la provincia. En fin, sin salirnos de la comunidad autónoma, nada diferente en lo esencial de lo que ocurría en las otras dos provincias hermanas.
Ayer, sin embargo, Castellón saltó a la actualidad no sólo por susodicha inauguración. Como si de fantasmas se tratasen, a la noticia se le unieron tres anécdotas. La primera, que el AVE, prodigio de la rapidez, llegó con 20 minutos de retraso. Y no fue por un pinchazo, aunque el hecho pueda parecerlo. La segunda anécdota consistió en la invitación cursada a Rita Barberá. Si no fuera porque falleció hace casi un año y, además, porque en 2015 dejó de ser alcaldesa de la capital vecina, podría parecer normal que fuera convocada a la cita. Y hubo hasta una tercera, que en este caso tuvo como protagonista al propio Rajoy. Y es que en su discurso, se refirió al número de personas que viajaban en lo recién inaugurado, pero que denominó, a modo de lapsus, como un avión.
¡Vaya tres fantasmas! El de un pasado, en cierta medida lejano y que parecía olvidado, de los crónicos retrasos de los trenes españoles; el de un personaje que lo fue todo en el partido hasta que acabó siendo una apestada entre su gente; y el del célebre aeropuerto, al que Rajoy llenó de pasajeros, quizás en una especie de traición de su subconsciente.
¡Ave, María Purísima!