Recuerdo muchas cosas de él. Como su cara de sorpresa cuando, de vuelta de su país tras unas breves vacaciones de invierno, me encontró alojado en su habitación, la staia 425. La residencia en Sofía donde vivíamos estudiantes de postgrado estaba formada por habitaciones dobles amplias, pero ante mi presencia debió de ver cierta intromisión en un espacio que durante un tiempo había ocupado con la ventaja de estar solo. Hubieron de pasar varias semanas hasta que, por fin, fuimos logrando entendernos mejor. El idioma era el principal obstáculo. Mi búlgaro, todavía al poco de llegar al país en un gélido enero, era prácticamente nulo, pero Yuri, como le gustaba que le llamaran, no entendía nada ni en francés, idioma con el que comunicaba con otra gente, ni en inglés.
Algunas de las situaciones vividas
las conservo en imágenes fotográficas, otras han quedado reflejadas por escrito en mi diario y no han faltado unas pocas plasmadas en pequeños dibujos y pinturas.
Tuvimos desavenencias, que no voy a mencionar ahora, pero de los buenos momentos destaco
dos. Uno, la subida en dos ocasiones al Cherni Brej (Pico Negro), con caminatas gloriosas sobre un
suelo nevado, donde la espectacularidad se unía a la belleza del paisaje. El otro,
con motivo del 8 de marzo, en una velada con gente de varias
nacionalidades, un momento muy agradable donde no faltaron los cantos que cada
cual entonó de su país de origen.
Precisamente por esto último recibió en 2015 el que puede considerarse como el premio más importante de Hungría, el Attila Jozsef, dedicado a un célebre vate húngaro de principios del siglo XX, conocido como el "gran poeta proletario". Nunca supe cuáles eran las opiniones políticas de Yuri, si bien mostraba interés por la actualidad de Bulgaria. Una actitud diferente, quizás prudente, de la de otro compatriota suyo, Csaba, que no me escondía sus opiniones claramente anticomunistas.
Doce años mayor que yo, algo que se notaba cuando convivimos bajo el mismo techo, no parece que su edad actual, pasados los setenta, sea impedimento para seguir manteniendo una actividad intelectual fructífera.
¡Quién iba a decir que después de tanto tiempo iba a reencontrarme virtualmente con él y que siga conservándose tan fresco como cuando ultimaba su tesis doctoral o subíamos por las nevadas rampas del Cherni Brej!