lunes, 15 de enero de 2018

La decapitación de Puigdemont en el Carnaval de Cádiz

Llevaba varios días rumiando una entrada dedicada a una chirigota de Chiclana, concursante en el Teatro Falla, que ha dedicado como base de su actuación la puesta en escena de una especie de versión del "a por ellos" vivido en los días previos del referéndum catalán del pasado 1-O. La polémica se ha desatado porque incluye la petición al público de la "decapitación" de Carles Puigdemont

Mis dudas no derivaban tanto de aunar dos principios en contradicción, esto es, la defensa de la libertad de expresión y el carácter simbólicamente violento del momento final, como de la forma de reflejar mi postura. No debemos perder la idea, compartida por bastante gente, acerca de la naturaleza del carnaval, que supone la transgresión frecuente de la realidad hasta convertirla en una inversión de los valores dominantes. Traducido al román paladino, el carnaval, como ocurre con el gaditano, conlleva en la mayor parte de los casos la puesta en duda simbólica de los poderes dominantes y los valores establecidos, su ridiculización, para reírse de ellos. Se complementan  así temporalmente la tolerancia de quienes mandan y hacen sufrir, y una catarsis colectiva de quienes cotidianamente obedecen y les toca sufrir en la sociedad. Una válvula de escape colectiva, en fin, que ha perdurado por los siglos de los siglos, y que en la provincia de Cádiz, a su manera, ha alcanzado cotas de ingenio inigualables.

Pues bien, acabo de leer un artículo de Isidoro Moreno en Rebelión, "El carnaval de Cádiz y Puigdemont", que refleja magníficamente lo que pienso. Lógico, dada la sabiduría del autor, toda una eminencia en el mundo de la antropología y en otro tiempo experimentado en las lides de la política. Mejor es leer el escrito, pero no está de más referirme a dos aspectos. Parte Moreno, en primer lugar, que las fiestas populares "constituyen un importante escenario de combate simbólico e ideológico que, lamentable mente y salvo excepciones, apenas si ha sido tenido en cuenta en sus potencialidades por los sectores de izquierda, en contraste con la atención que siempre les ha concedido la derecha para imponer su interpretación sobre ellas, controlarlas y ponerlas a su servicio".

Considera también que el ejercicio de libertad de expresión "debiera tener, en este y cualquier otro contexto, una cierta autocontención sobre todo cuando el tema refiera a relaciones de poder y a derechos humanos". Añadiendo algo después que en "el conflicto entre Catalunya (o si se quiere la mitad de la ciudadanía catalana) y el Estado español es evidente cual es la parte fuerte (la que posee los instrumentos de poder) y cuál la débil. ¿O no?".

Ahí lo dejo.


Post data 

Ayer, a última hora de la tarde, cuando comenzaba mi última clase, un alumno me preguntó dos veces: "¿Le cortamos la cabeza a Puigdemont?", a lo que sucesivamente le respondí que nunca hay que cortar al cabeza a nadie. El muchacho es carnavalero  y también se mueve en ambientes conservadores. Y he añadido esta post data porque creo que puede ilustrar, dado el estado de opinión que existe en algunos sectores de la población en Cádiz, lo que puede suponer banalizar un asunto tan grave como es lo de cortar cabezas. Simbólicamente, sí, ¿pero sólo?