martes, 15 de julio de 2014

La revolución francesa, una revolución ante todo popular

El 14 de julio es la fiesta nacional francesa. Fue el día, allá por 1789, en que el pueblo de París inició su protagonismo activo en el proceso revolucionario que un mes antes se había iniciado por las élites políticas que habían roto con el antiguo régimen. Fue una revolución trascendente. Ha dado para escribir miles y miles de libros, así como diversas interpretaciones históricas.

Cuando tuvo lugar el segundo centenario se abrió en Francia un nuevo debate, donde pareció que se impuso la tendencia liderada por François Furet, quien llegó a proclamar “La Revolución Francesa ha terminado”. Desde esta visión se demonizó la vertiente popular de la revolución, a la que achacaron los excesos habidos (el terror) y señalaron como origen de los regímenes autoritarios y/totalitarios del siglo XX. Se ensalzaba, así, a quienes dirigieron los primeros momentos de la revolución, que, desde esa perspectiva, representaron la tendencia liberal y, por ende, democrática que se fue desarrollando a lo largo de los siglos XIX y XX.

Furet llevaba tiempo intentando abrir ese camino interpretativo, en especial cuando en 1978 publicó Pensar la revolución francesa. Frente a él se había levantado una historiografía de enorme envergadura intelectual, muy bien documentada, que se había desarrollado al abrigo del marxismo y que entroncaba con una tradición historiográfica que hundía sus raíces en el siglo XIX y que resaltaba ante todo el carácter social de la revolución y con ello, de sus protagonistas. Georges Lefebvre, primero, y Albert Soboul, después, fueron sus principales exponentes. Este último no tuvo reparos en resaltar uno de los principales defectos de los libros de Furet, que era su escasa apoyatura documental. También supo denunciar las “tentativas revisionistas” que previamente a Furet se habían hecho a través de Cobban, Palmer, Godechot, etc., en cuyas obras no faltaba la interrelación entre su contenido y la coyuntura política en que se escribieron.

Lo que aquí voy a desarrollar tiene como base un capítulo del texto que utilizo en mis clases de 1º de Bachillerato en la asignatura Mundo Contemporáneo, aunque con algunas modificaciones y añadidos. Tiene, en todo caso, una enorme deuda con las obras de Lefebvre y Soboul, aunque también la tiene con otras personas que han trabajado en el conocimiento de un episodio histórico tan primordial. Al fin y al cabo estoy con la manera de hacer historia desde la objetividad, lo que obliga al rigor, pero consciente de que la neutralidad no existe.         

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De la revolución francesa Albert Soboul dijo que fue la más explosiva de las revoluciones burguesas debido a la terquedad de la aristocracia, que se negó a hacer concesiones y al compromiso con la burguesía. Constituyó la vía revolucionaria que destruyó el absolutismo y el feudalismo, liberando al campesinado de los derechos señoriales y del diezmo eclesiástico, acabando con los estamentos, aboliendo los monopolios comerciales y corporativos, unificando el mercado nacional y liberando la mano de obra.

Antes de 1789 Francia estaba inmersa en una sociedad feudal, con la nobleza, tanto laica como eclesiástica, se erigía en la clase dominante. La nobleza era propietaria de un 60% de las tierras, de las cuales el 20% estaba en manos de la laica; el 10%, de la Iglesia; y el 30%, del rey. Nobleza laica e Iglesia eran propietarias jurídicas de esas tierras, que constituían los llamados señoríos territoriales, pero también disponían de otras donde, sin tener la titularidad como propietarias, ejercían la jurisdicción y con ella el privilegio de dictar justicia y recibir diversas rentas. Rentas muy diversas que debía pagar el campesinado, como las derivadas del arrendamiento de sus propiedades; los conocidos como derechos señoriales en forma de tasas y prestaciones de trabajo; o el diezmo, exclusivo de la Iglesia. La nobleza disponía también de diversos privilegios: fiscales, no pagando impuestos; políticos, con el acceso casi restringido a los puestos políticos, la administración y el ejército; y jurídicos, al disponer de tribunales de justicia propios.

La otra cara de la moneda la representaba la mayoría de la población, que en su mayor parte vivía en una situación desastrosa. El campesinado era mayoritario, tenía unos ingresos insuficientes y estaba sometido al pago de rentas, derechos señoriales, diezmos o impuestos. Los grupos populares que vivían en las ciudades estaban a expensas de las subidas de precios en artículos esenciales, como el  pan. Sólo la burguesía  se enriquecía, pero estaba marginada del poder político.

En el periodo precedente al inicio de la revolución en Francia se estaba pasando una coyuntura crítica que agravó la situación antes descrita. El estado estaba en la bancarrota, consecuencia de un exceso de burocracia, el aumento de los gastos de guerra (la última fue la Guerra de los Siete Años, contra Inglaterra) o la acumulación creciente de la deuda pública. En los años 85, 88 y 89 la sequía afectó a la producción, reduciendo los ingresos campesinos y aumentando los precios del pan en las ciudades. Mientras el monarca concentraba todo el poder en sus manos, las ideas de libertad, razón, antiautoritarismo, derechos, etc. que habían divulgado los ilustrados fueron ganando adeptos entre la minoría que tenía una cierta formación académica.

El rey Luis XVI había intentado tomar medidas que mejoraran la situación, para lo que buscó el apoyo de economistas, como Turgot y Necker, que eran partidarios de introducir algunas reformas, como fue el caso del pago de impuestos por la nobleza. Entre 1787-89 este estamento luchó por evitarlo, pero la presión creciente de la población, cada vez más descontenta, hizo que en 1789 la situación estallara a raíz de la convocatoria de los estados generales en junio.

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Es en este contexto donde alcanzó un gran eco el opúsculo de Emmanuel Sièyes ¿Qué es el Tercer Estado?, donde se justificaba la legitimidad del tercer estado para luchar contra la monarquía absoluta y los privilegios nobiliarios. La nobleza no cedió en sus privilegios, por lo que el tercer estado, apoyado por algunos miembros de la nobleza y el clero, crearon la Asamblea Nacional, que se erigió en la representación de la nación. Se marcó como principal objetivo la elaboración de una constitución, que se aprobaría dos años más tarde, en 1791.

Pero fue el 14 de julio de 1789 el momento más decisivo. Fue el inicio de la movilización popular con el asalto a la fortaleza de la Bastilla, que funcionaba como una prisión real y simbolizaba la ignominia del antiguo régimen. Desde ese día la revolución popular se extendió por el resto del país y el protagonismo de los grupos sociales populares  se hizo más visible, que actuaron a través de las asambleas comunales que se fueron formando en las distintas localidades y especialmente en la capital. Precisamente en esas asambleas jugaron un papel muy activo las mujeres, pese a que los diferentes textos constitucionales nunca reconocieron su derecho al voto.  

La Asamblea Constituyente, mientras tanto, fue aprobando numerosas e importantes medidas. En agosto proclamó una Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, inspirada en la que el estado de Virginia había aprobada trece años antes en el fragor de la guerra de independencia de las colonias norteamericanas contra Gran Bretaña.  (1789). También abolió el régimen señorial y aprobó una reforma agraria que repartió las propiedades de la nobleza contraria a la revolución y de la Iglesia.

La Constitución de 1791 reflejó los principios liberales de soberanía nacional y separación de poderes, y recogió en su Preámbulo la Declaración de derechos de 1789. Los poderes del rey fueron limitados, conservando el poder ejecutivo y con la prerrogativa del derecho de veto sobre las leyes aprobadas por la Asamblea Nacional. El sufragio, sin embargo, se concedió a una minoría de varones sobre la base de la tenencia de un nivel mínimo de renta, dentro de lo que se denomina como sufragio censitario.

Fue en este año cuando Olympe de Gouges redactó su Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana, que fue motivo de burla y rechazada. Buscaba el reconocimiento de la mujer como sujeto político, pero dentro de los cánones de la monarquía liberal restringida que se instituyó con la Constitución. 

Los problemas que se fueron planteando a la naciente revolución a lo largo de los primeros años derivaron, en primer lugar, de la negativa de la nobleza y la mayoría del clero a acatar al nuevo régimen, protagonizando conspiraciones o huyendo del país. Encontraron el apoyo de Gran Bretaña, el Imperio Austriaco y Prusia, que llegaron a organizar varias coaliciones para acabar militarmente con la revolución. La práctica contrarrevolucionaria del rey se basó en el veto a las medidas aprobadas por la Asamblea, lo que gozaba de la protección constitucional. Finalmente intentó huir del país para unirse a las tropas de la coalición, aunque fue detenido en la localidad de Varennes, cerca de la frontera prusiana, el junio del 91.

Los peligros que corría la revolución fueron advertidos por algunos sectores políticos y sociales, que pidieron más contundencia frente a la contrarrevolución, la destitución del rey y la ampliación de los derechos al conjunto de la población. Esta posición fue defendida por los grupos que formaban la llamada Montaña, donde estaban fundamentalmente los jacobinos, un grupo político que tenía como base social la pequeña burguesía, y los famosos sans culottes, constituidos por las masas populares parisinas. Se hicieron muy conocidos líderes jacobinos como Marat, Robespierre, Danton o Saint Just, y sans culottes como Hebert o Roux.

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La declaración de guerra por la coalición en abril del 1792 generó una fervorosa reacción popular en defensa de la revolución. Fue el momento en que surgió un nuevo ejército, que se basó en el reclutamiento obligatorio y donde los jacobinos y sans culottes jugaron un papel activo. Estos grupos radicalizaron sus posiciones y la situación culminó en agosto del 1792 con el asalto al Palacio de las Tullerías, residencia del monarca y sede de su acción de gobierno. Con ello se formó una nueva asamblea, que se denominó Convención y proclamó de inmediato la república. Inicialmente estuvo controlada por los girondinos, una tendencia política revolucionaria partidaria de la república, pero con planteamientos  moderados. En gran medida era el grupo que mejor se acomodaba a los intereses de la alta burguesía.

Mientras tanto, Luis XVI fue encarcelado, sometido a juicio y finalmente ejecutado. En los primeros momentos fue el grupo girondino quien controló las instituciones revolucionarias. Esto se tradujo, con el apoyo jacobino y los sans culottes, en la represión de los elementos contrarrevolucionarios con la formación del Tribunal Revolucionario y hasta una parte de la gironda votó incluso la ejecución del rey. Pero el nuevo gobierno también se orientó hacia el freno de las reivindicaciones populares, que pedían una mayor democratización, la profundización en la reforma agraria y medidas sociales para la gente de las ciudades, entre ellas el control de los acaparamientos de productos básicos.

Junto a esta efervescencia interna se encontraba la presión que los ejércitos de la coalición ejercieron contra la revolución. También aquí el gobierno girondino mostró una tibieza que fue exasperando cada vez más a los sectores de la sociedad más activos. Y fue en medio de todo esto cuando en junio de 1793 los jacobinos se hicieron con el control del gobierno y las principales instituciones revolucionarias. Su prioridad fue la defensa militar, que además se saldó con éxito. También mantuvieron la persecución de los elementos contrarrevolucionarios, y fueron implacables con quienes llevaban a cabo el acaparamiento de productos básicos para su especulación, llegando a fijar un precio máximo para el pan.  

Ese mismo año, en junio, se aprobó una nueva Constitución, que era bastante más avanzada que la de 1791. Reconoció el sufragio universal para los varones, así como nuevos derechos, de carácter social, como el de educación o la beneficencia pública. El gobierno jacobino, a su vez, respetó la acción de las asambleas populares, si bien pronto

Las persecuciones políticas acabaron afectando, por distintas razones, a otros grupos de la revolución: girondinos, como fue el caso de Olympe de Gouges; jacobinos moderados, como Danton; o sans culottes, como Herbert, privando al régimen de uno de sus apoyos más importantes.

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En marzo de 1794 un golpe de estado acabó con el gobierno jacobino y llevó a sus dirigentes más significativos, Robespierre y Saint Just, a la guillotina. Su gobierno fue conocido como Termidor, por ser ése el nombre del mes en el nuevo calendario revolucionario.

Desde ese año se inició una nueva etapa en el curso de la revolución, de un signo diferente, moderado y bajo el control de la burguesía. En 1795 se aprobó la tercera Constitución, que dio lugar al Directorio, un gobierno de 5 miembros. Fueron años de gran inestabilidad política y económica, pero, a la vez, del inicio de la intervención militar francesa en el exterior.

Este periodo concluyó en 1799 con la llegada al poder del general Napoleón Bonaparte. Este personaje abrió una nueva etapa, marcada por su fuerte personalidad, y cuya actuación tuvo dos rasgos básicos. El primero fue el de consolidar los logros de la revolución y, si se quiere, culminarla, aunque desde una vertiente moderada. Buscó la reconciliación con los antiguos sectores contrarrevolucionarios, permitiendo la vuelta de la nobleza exiliada y firmando un concordato con la Iglesia. A Napoleón se le deben los códigos civil y penal, la reorganización de la administración y de la educación, la formación del banco nacional, etc., que sirvieron de modelo para otros países en la vía de construcción de los nuevos estados liberales, persistiendo bastantes de ellas en nuestros días.

El segundo rasgo de la obra de Napoleón deriva de su intervención en el exterior, para lo acabó creando un vasto imperio que le llevó a controlar la mayor parte de los países europeos y propagar paralelamente los principios liberales. A un periodo de brillantes éxitos militares, que tuvo su momento de apogeo en 1812, le sucedió el agotamiento de la población y el fracaso de la campaña de Rusia, que hicieron que en 1815  fuera definitivamente  derrotado en Waterloo por una nueva coalición de las potencias enemigas, esto es, Gran Bretaña el Imperio Austriaco y Prusia.

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Después de un periodo de intensa actividad revolucionaria en Francia que abarcó un cuarto de siglo, el balance que se puede hacer resulta controvertido. Lo más significativo fue el eco que alcanzó en su tiempo y que continuó en las décadas posteriores. Fue la más violenta de las revoluciones burguesas, pero de alguna manera fue inevitable ante la resistencia de las fuerzas del antiguo régimen a ceder en sus privilegios.

El ala más activa de la revolución fue la pequeña burguesía, formada por pequeños propietarios agrarios y urbanos, profesiones liberales, etc., que con el apoyo de las masas populares del campo y de la ciudad creó durante el periodo jacobino (1793-94) un régimen cuyo ideal fue la democracia de pequeños productores independientes, basada en el trabajo y el comercio libre.

La alta burguesía tendió siempre al compromiso con la monarquía y la nobleza. Controló el primer periodo de la revolución, el de una monarquía liberal restringida (1789-93), y acabó imponiéndose en 1794, durante los periodos termidoriano, del Directorio y napoleónico.

La trascendencia de esta revolución radica en la influencia que tuvo hacia el exterior, dada la vocación universal que desde el principio manifestó: en sus fundamentos teóricos apeló a la idea de libertad y recogió los  ejemplos de Inglaterra durante el siglo XVII y los nacientes EEUU a finales del XVIII, y los principios ilustrados. Pero la revolución francesa les dio una dimensión más amplia, en teoría para todas las personas, como fijó en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, y todos los pueblos, mediante la exportación de la revolución a otros países. Amplió incluso los contenidos liberales, introduciendo derechos sociales como el de educación o la beneficencia pública, y aboliendo la esclavitud. En la práctica, sin embargo, fueron frecuentes ciertas limitaciones de derechos y libertades, como fue el caso del sufragio censitario o la marginación y discriminación de la mujer, que fue apartada del sufragio, estuvo supeditada en el matrimonio, etc.


Bibliografía

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