martes, 22 de julio de 2014

Dos médicos, dos trayectorias

























Éramos muy jóvenes. En su mayoría, menores de edad, pues por entonces los 21 años marcaban la frontera. Veíamos a la organización del partido en Valladolid como un referente político fuerte, consolidado. Tenían gente mayor (¡de veintitantos!), con sus trabajos... Currantes de a pie y también, en algunos casos, profesionales. Había varios médicos: Miguel Ángel, Fernando, Francisco, Julio... 


Los dos primeros nos visitaron varias veces. En el primer caso, como responsable de propaganda del comité regional. Con unas cejas pobladas y una mirada profunda, daba una imagen de duro, pese a su escasa estatura. Como hasta 1977 vivíamos en la clandestinidad, esa imagen se resaltaba aún más en las reuniones secretas que concertábamos cada vez en un lugar distinto y, encima, en su mayoría, de noche y en los largos inviernos meseteños. Sabíamos que era cirujano y hacíamos cábalas sobre por qué llevaba dos anillos en una de sus manos, que además le gustaba tocarlos. Luego, tras la legalización, dejó de visitarnos, aunque supimos que en 1979 alcanzó la alcaldía de un pequeño, pero archifamoso, pueblo cercano a la capital regional. 

El otro caso era distinto. No ocupaba un puesto jerárquico elevado, pero de vez en cuando lo veíamos. En cierta ocasión, a principios del curso 77-78, participó en un acto celebrado en el pabellón municipal y organizado por el estudiantado de Medicina. Lo recuerdo con su verbo directo y apasionado, arrancando los aplausos de la gente. Ese día sentimos una gran satisfacción de tener personas tan valiosas en nuestro partido. 

Del primero ya sabía yo que se había convertido en un cirujano afamado. Del segundo, no había vuelto a saber nada. Y el otro día di con uno y con otro. Di con el exitoso, pluriempleado en lo público y en lo privado, muy reconocido y conocido internacionalmente, y me imagino que rebosante de oropeles. Y di, por fin, con el otro. Ya ha fallecido. En vida también ha sido muy reconocido. Y tanto, que han llegado poner su hombre en una calle del humilde barrio valenciano donde recaló a principios de los ochenta. El barrio marinero de la ciudad, el mismo que la Barberá  pretende destrozarlo para travestirlo a base de especulación. He descubierto un artículo suyo en El País de esos años donde defendía lo público, por supuesto, pero también una visión de su profesión radicalmente distinta a la de buena parte de quienes la practican. Hablaba de gente humilde y criticaba -repito, a mediados de los ochenta- que hubiera tanto profesional médico pluriempleado, que como tal impedía que hubiera quienes pudieran empezar a trabajar o no pudieran encontrar un trabajo estable. 

Estamos ya en el siglo XXI, en plena vorágine neoliberal de privatizaciones, precarizaciones y paro. El primero, tras una larga carrera rebosante de fama, debe de sentirse a sus anchas, lejano de lo que pensaba y nos contaba, allá a mediados de los setenta, en las reuniones clandestinas en las que tramábamos una cosa que llamábamos revolución. El otro no olvidó nunca, mientras estuvo en vida, que para curar a la gente, y con ello darle satisfacciones, no es necesario llenarse los bolsillos.