martes, 8 de julio de 2014

Hace cien años: el negocio de la guerra

He estado releyendo El libro negro del Capitalismo (1) y en cierto momento me he detenido en el capítulo "Primera Guerra Mundial: 11.500 muertos y 13.000 heridos diarios durante tres años y medio", cuyo autor es Jean-Pierre Flechard. Y más concretamente me he detenido en un apartado que ya tenía señalado con anterioridad: "Un santuario del capital internacional: la cuenca de Briey-Thionville" (2)

Pues bien, el autor es muy ilustrativo a la hora de mostrar la naturaleza de esa guerra, llamada en su momento Gran Guerra. Nos habla de una familia franco-alemana poderosa, cuyo apellido era Wendel, antecedido por la particularidad de condición noble De o Von, según el país que se tratara. Era dueña de las minas y las factorías de hierro de la comarca de Briey-Thionville (dentro de Francia, pero situada en una encrucijada por la cercanía de Luxemburgo y Alemania), cuyo potencial le situaba casi en el monopolio francés de ese producto (3)


La presencia de esa familia en la vida política no fue casual, teniendo por aquellos años dos primos estaban presentes en los parlamentos de sus respectivos países. Tampoco fue gratuita, pues participaron en la compra de voluntades: léase colegas de la política y periodistas. Es lo mismo que hicieron otros genios de la industria pesada de ambos países, como la familia Krupp alemana o la Schneider francesa, que formaron un verdadero trust internacional de la guerra con el objetivo de incrementar las ganancias a cualquier precio e independientemente del país.


Pero lo más sorprendente de lo que nos cuenta Flechard es lo ocurrido con esas minas durante la guerra. Casi al principio, en agosto de 1914, pasaron a manos alemanas sin que hubiera resistencia por la parte francesa. El general Verraux, encargado de su defensa, fue obligado a hacerlo por órdenes superiores. Tampoco a lo largo del conflicto se procedió a la reconquista de la comarca y ni siquiera  al ataque de las caravanas que transportaban el preciado mineral a Alemania. Incluso cuando empezaron a conocerse evidencias que algo raro había en ello, el propio presidente francés, Raymond Poincaré, frenó cualquier iniciativa para revertir la situación. Todo, muy sorprendente. 


Según Flechard se ha sabido después que en realidad lo que había habido era un acuerdo entre los estados mayores y los fabricantes de armamentos de ambos países. El objetivo era claro: continuar la guerra para acrecentar los beneficios empresariales.


Mientras tanto, miles de jóvenes europeos se debatían por la vida, con la muerte a sus espaldas, entre alambradas, trincheras, carros de combate, cañones, aviones y submarinos, esquivando proyectiles, bombas y gases químicos, y atosigados por las órdenes de sus superiores. Habían estando enarbolando banderas para sentirse orgullosos en la defensa de sus respectivas patrias. Esas banderas en realidad no eran más que unos trapos. Sólo servían para que quienes habían provocado la guerra justificasen las suculentas ganancias que obtuvieron durante tres años y medio a costa de "11.500 muertos y 13.000 heridos diarios".



Notas


(1) Txalaparta, Tafalla, 1998.

(2) Existen varios enlaces del capítulo por la red, como el de es.scribd.
(3) En un repaso por algunas publicaciones se nos informa de los orígenes lejanos de los negocios de esa familia, que datan de principios del siglo XVIII. Hace diez años el El Museo d'Òrsay de París organizó una exposición dedicada a la familia. En un número de Solidaridad Obrera (2 de enero de 1938) se ofrecía una información muy interesante sobre ella y su protagonismo en el negocio de la guerra. En la página annales.org aparecen breves artículos que nos acercan a los avatares en el tiempo de diversos miembros de la familia. Siempre con los negocios de la guerra como trasfondo. 

(La imagen pertenece a una estampa de la guerra hecha por el artista francés François Flameng).