Prefiero utilizar más el término Gran Guerra que el de Primera Guerra Mundial. En primer lugar, porque fue su denominación primigenia. La otra devino cuando tuvo lugar la segunda. Pero también considero que fue el conflicto bélico que mejor marcó una nueva dimensión de la guerra. Las consecuencias fueron una enorme destrucción material y humana, generando una gran conmoción colectiva. El apelativo de Gran Guerra, pues, estuvo en consonancia con lo ocurrido. Es cierto que la Segunda Guerra Mundial supuso una ampliación de los horrores, que se elevaron a unos niveles insospechados, pero el salto cualitativo se dio entre 1914 y 1918.
El escenario creado
La
situación internacional desde finales del siglo XIX había sufrido cambios tan
importantes que del sistema construido por Bismarck poco quedaba. Los primeros
años del siglo XX mostraron elementos que incubaban una situación explosiva:
salida del aislamiento por parte de Francia, bipolarización diplomática y
militar de las potencias, rivalidad colonial, crisis internacionales
(Marruecos, Bosnia, etc.) o conflictos bélicos regionales (Balcanes). La configuración
de nuevos bloques internacionales (alianza de los imperios alemán y
austro-húngaro, basada en los acuerdos de la Triple Alianza , frente a la Triple Entente del imperio
ruso, Francia y Gran Bretaña) fue quizás el reflejo más claro del nuevo estado
de cosas, que sirvió para la formación de dos bloques de países que fueron la
base de los bandos de la futura
contienda militar.
La dimensión que alcanzó el conflicto no tuvo precedentes en
la historia, por el número de países involucrados, los habitantes que tenían o
las características del nuevo armamento, a lo que habría que unir las
repercusiones que tuvo (muertes, destrucción material, cambios territoriales,
etc.). De ahí el nombre con que se
denominó en su tiempo a este conflicto: la Gran Guerra.
Las causas
A la
hora de establecer las causas convendría distinguir los hechos históricos
que se encontraban en el origen de los mismos de aquellos que actuaron como
agravantes y detonantes. Así, por ejemplo, ¿la rivalidad entre las potencias,
expresada en las nuevas alianzas, reivindicaciones territoriales, aumento en
los gastos militares, etc., es causa o efecto?
Posiblemente la clave de la
pregunta esté en indagar sobre el porqué de esa rivalidad. Y fue el componente
económico el que nos ayudará a descifrar dicha clave: la expansión territorial y
las rivalidades entre las potencias coincidieron con un momento en el
desarrollo económico que conllevaba la necesidad de obtener recursos más
baratos o escasos Europa; ampliar los mercados para dar salida a la producción;
y conseguir nuevos lugares para la inversión de capitales. Lo contrario
conllevaría la paralización del propio sistema capitalista, cuya naturaleza le
lleva a sobrevivir a base del aumento constante de la producción y de la
inversión. Era la época del gran capitalismo o capitalismo financiero, es
decir, de la concentración de capitales y el desarrollo de grandes empresas. La internacionalización de
sus actuaciones fue la expresión del grado de desarrollo alcanzado.
La
rivalidad entre las potencias se convirtió en la manifestación de una dura
competencia entre las grandes empresas, que presionaron sobre sus gobiernos
respectivos o apelaron a la opinión pública para conseguir sus propósitos. El nacionalismo
sirvió para justificarlo y atraer de esta manera a la opinión pública, apelando
a la defensa de la nación propia frente a las consideradas naciones enemigas.
Lo
que ocurrió en estos primeros años del siglo XX fue una agudización de las
contradicciones existentes entre empresas, países y clases sociales de tal
envergadura que, dado el alcance de los intereses en juego (recuérdese, por
ejemplo, que la mitad del planeta eran colonias) y las interrelaciones que
tenían, cualquier problema nuevo repercutió enseguida en el conjunto.
El detonante
Los Balcanes,
espacio europeo donde los intereses de las potencias estaban más encontrados y
donde la diversidad étnico-religiosa de su población agravaba aún más la
situación, se convirtieron en el lugar detonante del conflicto. Desde el siglo
pasado se le conocía como el polvorín de
Europa y las guerras balcánicas (1912-13), en las vísperas de la Gran Guerra , hicieron
la situación insostenible. Cuando se produjo el ultimatum del imperio Austro-Húngaro a Serbia (23 de julio de
1914), la maquinaria construida entre las potencias para defenderse del enemigo
ya estaba dispuesta para empezar a funcionar.
El atentado
en Sarajevo contra el heredero de la corona austro-húngara (el archiduque
Francisco Fernando) el 14 de julio de 1914 a manos de un
nacionalista serbio de Bosnia fue la chispa que generó el incendio sobre un
campo preparado. Lo siguiente fue la maquinaria creada en funcionamiento: ultimatum del imperio Austro-Húngaro
contra Serbia; apoyo de Rusia a Serbia en caso de agresión; declaración de
guerra de Austria-Hungría a Serbia (28 de julio); movilización general rusa;
advertencias de Alemania a Rusia, en caso de ataque a Austria-Hungría, y a
Francia, en caso de apoyo a Rusia; y, finalmente, declaraciones de guerra (1 y
3 de agosto). Es decir, la aplicación de los compromisos contraído en las
distintas alianzas internacionales, que se tradujeron en una guerra
generalizada por casi toda Europa y que tuvo ecos en otras partes del mundo
(América, Asia y África).
(Foto: "Destacamento de asalto avanza en el gas", de Otto Dix)