sábado, 18 de enero de 2014

Cien años después del inicio de la Gran Guerra

Este año se cumple el primer centenario del inicio de la Gran Guerra. Los medios de comunicación están calentando motores y en los siguientes meses que vienen irán apareciendo obras de historia, coleccionables, películas y programas de televisión que divulgarán el acontecimiento. Un buen nicho de negocio, aunque no debemos tampoco la dimensión propiamente histórica del acontecimiento. 

Prefiero utilizar más el término Gran Guerra que el de Primera Guerra Mundial. En primer lugar, porque fue su denominación primigenia. La otra devino cuando tuvo lugar la segunda. Pero también considero que fue el conflicto bélico que mejor marcó una nueva dimensión de la guerra. Las consecuencias fueron una enorme destrucción material y humana, generando una gran conmoción colectiva. El apelativo de Gran Guerra, pues, estuvo en consonancia con lo ocurrido. Es cierto que la Segunda Guerra Mundial supuso una ampliación de los horrores, que se elevaron a unos niveles insospechados, pero el salto cualitativo se dio entre 1914 y 1918. 

El escenario creado


La situación internacional desde finales del siglo XIX había sufrido cambios tan importantes que del sistema construido por Bismarck poco quedaba. Los primeros años del siglo XX mostraron elementos que incubaban una situación explosiva: salida del aislamiento por parte de Francia, bipolarización diplomática y militar de las potencias, rivalidad colonial, crisis internacionales (Marruecos, Bosnia, etc.) o conflictos bélicos regionales (Balcanes). La configuración de nuevos bloques internacionales (alianza de los imperios alemán y austro-húngaro, basada en los acuerdos de la Triple Alianza, frente a la Triple Entente del imperio ruso, Francia y Gran Bretaña) fue quizás el reflejo más claro del nuevo estado de cosas, que sirvió para la formación de dos bloques de países que fueron la base de los  bandos de la futura contienda militar. 

La dimensión que alcanzó el conflicto no tuvo precedentes en la historia, por el número de países involucrados, los habitantes que tenían o las características del nuevo armamento, a lo que habría que unir las repercusiones que tuvo (muertes, destrucción material, cambios territoriales, etc.).  De ahí el nombre con que se denominó en su tiempo a este conflicto: la Gran Guerra.

Las causas

A la hora de establecer las causas convendría distinguir los hechos históricos que se encontraban en el origen de los mismos de aquellos que actuaron como agravantes y detonantes. Así, por ejemplo, ¿la rivalidad entre las potencias, expresada en las nuevas alianzas, reivindicaciones territoriales, aumento en los gastos militares, etc., es causa o efecto? 

Posiblemente la clave de la pregunta esté en indagar sobre el porqué de esa rivalidad. Y fue el componente económico el que nos ayudará a descifrar dicha clave: la expansión territorial y las rivalidades entre las potencias coincidieron con un momento en el desarrollo económico que conllevaba la necesidad de obtener recursos más baratos o escasos Europa; ampliar los mercados para dar salida a la producción; y conseguir nuevos lugares para la inversión de capitales. Lo contrario conllevaría la paralización del propio sistema capitalista, cuya naturaleza le lleva a sobrevivir a base del aumento constante de la producción y de la inversión. Era la época del gran capitalismo o capitalismo financiero, es decir, de la concentración de capitales y el desarrollo de  grandes empresas. La internacionalización de sus actuaciones fue la expresión del grado de desarrollo alcanzado. 

La rivalidad entre las potencias se convirtió en la manifestación de una dura competencia entre las grandes empresas, que presionaron sobre sus gobiernos respectivos o apelaron a la opinión pública para conseguir sus propósitos. El nacionalismo sirvió para justificarlo y atraer de esta manera a la opinión pública, apelando a la defensa de la nación propia frente a las consideradas naciones enemigas.

Lo que ocurrió en estos primeros años del siglo XX fue una agudización de las contradicciones existentes entre empresas, países y clases sociales de tal envergadura que, dado el alcance de los intereses en juego (recuérdese, por ejemplo, que la mitad del planeta eran colonias) y las interrelaciones que tenían, cualquier problema nuevo repercutió enseguida en el conjunto. 

El detonante

Los Balcanes, espacio europeo donde los intereses de las potencias estaban más encontrados y donde la diversidad étnico-religiosa de su población agravaba aún más la situación, se convirtieron en el lugar detonante del conflicto. Desde el siglo pasado se le conocía como el polvorín de Europa y las guerras balcánicas (1912-13), en las vísperas de la Gran Guerra, hicieron la situación insostenible. Cuando se produjo el ultimatum del imperio Austro-Húngaro a Serbia (23 de julio de 1914), la maquinaria construida entre las potencias para defenderse del enemigo ya estaba dispuesta para empezar a funcionar.

El atentado en Sarajevo contra el heredero de la corona austro-húngara (el archiduque Francisco Fernando)  el 14 de julio de 1914 a manos de un nacionalista serbio de Bosnia fue la chispa que generó el incendio sobre un campo preparado. Lo siguiente fue la maquinaria creada en funcionamiento: ultimatum del imperio Austro-Húngaro contra Serbia; apoyo de Rusia a Serbia en caso de agresión; declaración de guerra de Austria-Hungría a Serbia (28 de julio); movilización general rusa; advertencias de Alemania a Rusia, en caso de ataque a Austria-Hungría, y a Francia, en caso de apoyo a Rusia; y, finalmente, declaraciones de guerra (1 y 3 de agosto). Es decir, la aplicación de los compromisos contraído en las distintas alianzas internacionales, que se tradujeron en una guerra generalizada por casi toda Europa y que tuvo ecos en otras partes del mundo (América, Asia y África).

(Foto: "Destacamento de asalto avanza en el gas", de Otto Dix)