Publicado en www.rebelion.org el 15 de junio de 2005, con el subtítulo "Algunas
consideraciones sobre los resultados de los referendos del Tratado de la Constitución Europea".
La ciudadanía francesa ha dicho no al Tratado de la Constitución Europea ,
con una diferencia de 10 puntos en relación al sí. Lo ha hecho, además, con una
alta participación, de casi el 70%. En España hace tres meses, sin embargo, la
abstención fue la nota dominante (cerca del 60%), por mucho que se quisiera
resaltar entonces el triunfo del sí.
Leer y escuchar estos días en los medios de comunicación
españoles a comentaristas y líderes de los dos partidos políticos mayoritarios
resulta, cuando menos, decepcionante. Lo primero que reflejan es el
posicionamiento bipartidista que desde hace años se ha instalado en dichos
medios, haciendo un sobreesfuezo por dar a entender que la sociedad española es
así de simple y uniforme. En segundo lugar, cada medio y cada partido quiere
aprovechar la ocasión para fustigar a la otra parte, en ocasiones diciendo lo
contrario de lo que defendían antes. Y en tercer lugar, ocultando, con
frecuencia, información. Pero vayamos por partes.
El papel de los medios de comunicación en la conformación
de una opinión pública uniforme y acrítica
¿Qué nos están ofreciendo los medios de comunicación en
España? Pues que sólo existe el sí del PSOE y el sí del PP, pero que no existe
el no. Los medios que están vinculados al PSOE distorsionan la realidad del no
en Francia, vinculándola a una alianza "perversa" de la extrema
izquierda y la extrema derecha, y advirtiendo, como si de una catástrofe se
tratara, sobre las consecuencias del no francés en el futuro de la construcción
europea. Ocultan, sin embargo, la realidad del sí y de la alta abstención que
hubo en España en el mes de febrero. Los medios que están vinculados al PP se
olvidan que este partido defendió el sí y que la derecha en Francia lo ha hecho
sin rodeos. Los más cerriles, que defendieron el no en febrero como medio de
castigo al gobierno, se sienten contentos por lo que puede ayudar a su
principal objetivo. Airean los encajes de bolillos que los dirigentes del PP
están lanzando sobre las relaciones del gobierno con tal o cual eje, apostando
por un acercamiento al gobierno del Reino Unido, el principal aliado de
EEUU en Europa.
Los medios de comunicación españoles siguen ocultando a
los grupos del no. Lo hicieron hace unos meses, distorsionando la diversidad y
complejidad de la sociedad, y ahogando las opiniones de una parte, muy ricas y
muy numerosas en argumentos. Y lo siguen haciendo tras el referéndum francés.
Es cierto que existen medios alternativos (internet, folletos, revistas, etc.),
pero minoritarios, inaccesibles para la mayoría de la población e indefensos
ante el abrumador peso de las televisiones, las cadenas de radio y los
principales periódicos. Quien defienda que estamos en un sistema político donde
las ideas concurren en igualdad de condiciones, falta a la verdad. La
pluralidad existente es puramente formal. Los principales medios de comunicación
están en manos de grandes grupos de empresas, en su mayoría con lazos en mayor
o menor grado con grupos de otros países, que tienen como objetivo crear una
opinión entre la ciudadanía dentro de los valores del mercado
hiperdesarrollado. Las diferencias de opinión tienden a ser mínimas en los
asuntos principales, que no son otros que los del dinero. Por eso las políticas
económicas de los gobiernos, estén quienes estén ocupándolos, son las mismas.
Las diferencias se dan sólo en los acentos, en los matices. ¿Y en el caso de la
construcción europea? En todos los países los partidos principales, en el
gobierno o en la oposición, defienden categóricamente el Tratado
constitucional. La oposición ha provenido de algunos sectores de esos partidos,
de los partidos más pequeños, de la gran diversidad de colectivos sociales
existentes y de determinados sectores socio-profesionales que, por distintas
razones, ven agredidos o en peligro sus derechos o modo de vida. Toda una
amalgama de grupos y sectores que reflejan tanto la diversidad como la
complejidad de las sociedades, por contradictorio que a veces sea lo que
defienden.
Similitudes y diferencias en los sistemas políticos de
España y Francia
Las diferencias en los resultados de España y Francia
pueden ser, en cierta medida, explicables. Sus sociedades, con su composición y
vertebración, son similares. Pero quizás una diferencia esté en la maduración
política de la ciudadanía. Para explicar esto, a lo mejor habría que remontarse
a los momentos y orígenes de la conformación de sus actuales sistemas
políticos. Detengámonos un poco.
El sistema político francés, con sus remodelaciones, data
de hace 60 años y fue producto del desenlace de una guerra que acabó con la
derrota de las fuerzas políticas antidemocráticas y más o menos filofascistas.
El valor de la democracia conquistada, heredera, aunque sea en forma de mito,
de la revolución de 1789,
ha estado presente tanto en la derecha como en la
izquierda. Cada tendencia ha defendido su papel y cada cual ha actuado sin
miedo desde sus planteamientos cuando ha afrontado retos importantes (crisis de
Argelia, del 68...). Es cierto que los cambios sociales operados desde los años
80 han roto el mapa político y ha modificado la estructura social, haciéndola
más flexible y más precaria a la vez, aunque lo segundo en algunos sectores de
la población. Pero se ha mantenido viva una amalgama de grupos sociales y
políticos, muy diversos, desde los sindicatos más tradicionales a los
colectivos más modernos de diversa índole (ecologistas, antiglobalización,
antirracistas, etc.), desde grupos políticos como el PCF (antes,
prosoviético) hasta grupos trotskistas, que aportan a la sociedad una
diversidad y dinamismo muy grandes. A ello hay que unir la conciencia que
existe entre determinados sectores socio-profesionales (funcionariado,
profesorado, estudiantado, mundo rural...), que han seguido manteniendo unos
niveles de movilización por encima de la media de otros países de su entorno.
El sistema político español es más reciente. Va a hacer 30
años que murió el dictador y hubieron de pasar tres años para que se aprobara
la actual Constitución, que, por cierto, teniendo resultados globales altamente
favorables en el referéndum, tuvo un nivel de aceptación bastante menor en el
País Vasco. Lo que se ha venido a denominar como Transición no fue más que un
pacto entre los sectores más reformistas del franquismo y los más moderados de
la oposición, lo que se plasmó en el reconocimiento de los elementos propios
del modelo político liberal-democrático y de una organización territorial
descentralizada, basada en las comunidades autónomas. El encaje de las piezas
del modelo territorial ha seguido un proceso diverso: plano, en la mayoría de
las comunidades (casi todas eran del "artículo 143", excepto
Andalucía, que sólo se movilizó al principio para conseguir su estatuto) y
arduo en Cataluña y el País Vasco. El nuevo sistema político se dotó de un
instrumento, la ley electoral, y nuevos agentes, los partidos. La ley
electoral, que propicia el bipartidismo y favorece a las provincias menos
pobladas (las tradicionalmente más conservadoras), hizo desaparecer a las
formaciones más pequeñas, sobre todo de la izquierda más activa en la lucha
contra la dictadura, forzando a sus miembros a integrarse en los partidos
grandes, a refugiarse en los colectivos sociales de nuevo tipo o a irse
simplemente a sus casas. Los partidos principales, por otra parte, se
instalaron en el centro del sistema para gobernar bien en el conjunto del
estado o bien en las comunidades autónomas creadas. Allá donde había
reivindicaciones políticas nacionalistas (País Vasco, Cataluña y, en menor
medida, Galicia), el mapa político se hizo más diverso y complejo, mientras que
donde no las había, el mapa político se simplificó en un bipartidismo
descarado.
Los años de gobierno del PSOE, que coincidieron con los
cambios sociales habidos en el mundo occidental en la vía de la flexibilización
y precarización, acabaron desorganizando y desnaturalizando a los grupos que
habían surgido y combatido a la dictadura, desmovilizando al conjunto de la
sociedad. IU fue un intento, en cierta medida frágil, por atraer a aquellos
sectores de la sociedad descontentos desde presupuestos progresistas, bien los
restos que quedaban del combate contra la dictadura o bien los más jóvenes, que
crecieron con las movilizaciones de la
OTAN , la corrupción o el terrorismo del estado. Pero IU acabó
siendo víctima del sistema electoral, la presión creciente de los medios de
comunicación y sus propios errores. Las cúpulas de los propios sindicatos
mayoritarios acabaron integrándose en el sistema que les alimenta en gran
medida, por lo que no resulta extraño que hayan pedido el apoyo al Tratado.
Este panorama se rompe, en cierta medida, en Cataluña y el País Vasco, donde la diversidad política y social es mayor, y,
por tanto, donde, los niveles de movilización social son más frecuentes, tienen
más amplitud y gozan de un mayor influencia.
Las diferencias entre España y Francia en el
posicionamiento ante el Tratado de la Constitución Europea
Empezando por España, y siguiendo diversas encuestas
postelectorales , el electorado tendió a condicionar su opción durante el
referéndum en relación a su orientación política, incluida la partidista. El
electorado PSOE cerró filas en torno al sí para defender a su gobierno o, a lo
sumo, se abstuvo para no dañarlo demasiado. El comportamiento del electorado
del PP fue más complejo, porque se dividió entre el sí, como defendía su
partido, el no, como le pedía el cuerpo para castigar al "gobierno
enemigo", o, en una postura intermedia para conjugar su conciencia
europeísta con su sentimiento antisocialista, se abstuvo. Donde el mapa
político es diferente al del resto del estado, es decir, Cataluña y País Vasco,
los resultados fueron distintos (como lo fueron también en el referéndum de la OTAN de 1986), al reflejar
tanto su mayor diversidad y complejidad política (el factor nacionalista) como,
y no dudo en decirlo, una mayor madurez también política. Por último está el
caso de IU, donde hubo también un reparto también en el
comportamiento de su electorado: quizás el más moderado optara por el sí; el
más ideologizado por la izquierda lo hiciera por el no; y el más distante y que
no quiso hacer daño al gobierno frente a la derecha se abstuviera. ¿Qué papel
jugaron los colectivos sociales o los sectores socio-profesionales? Pese a su
papel activo, apenas tuvieron margen de maniobra, porque la ciudadanía quedó
condicionada por su lealtad política o por una apatía cómoda que le permitía no
castigar su conciencia y, de paso, hacer gala (algo muy hispánico) de su
apolicitismo.
En el caso de Francia los resultados se ajustan más a lo
que son las sociedades europeo-occidentales actuales y sus comportamientos
colectivos diversos y complejos. El electorado ha tendido a reflejar en sus
opciones las distintas concepciones socio-políticas que existen, incluyendo en
ellas los intereses socio-profesionales inmediatos. Así se entiende que el
electorado de los grupos mayoritarios de la derecha haya votado abrumadoramente
sí, mientras que los sectores más extremos (los vinculados al Frente Nacional),
claramente antieuropeístas, han votado no. La derecha francesa ha sido una de
las protagonistas de actual modelo de construcción europea, el principal
artífice de la elaboración del tratado constitucional ha sido un prohombre de
ella, Giscard D’Estaing, y su principal base social de apoyo se ha encontrado
en el conjunto del empresariado y buena parte de las clases medias,
especialmente los de mayor capacitación profesional. Ha habido dos excepciones,
el mundo de la agricultura y, en menor medida, el del pequeño
comercio. Es decir, unos sectores con intereses socio-profesionales muy
específicos que se verían perjudicados dentro de los parámetros marcados por el
Tratado. En su conjunto, el electorado de derechas que ha optado por el no ha
sido de un 45%.
El PSF se ha visto en una encrucijada. Su opción oficial
por el sí partió en medio de una fuerte división interna en dos partes casi
iguales, que reflejaba dos sentimientos en la izquierda más moderada: el más
decididamente integrado en el sistema dominante, también protagonista del
modelo actual de construcción europea, y el que plantea, al menos, dudas sobre
el alcance del Tratado, poniendo el acento en el carácter poco social de su
contenido. Es cierto que un antiguo líder moderado, Fabius, quizás por
oportunismo, se ha erigido en uno de los principales portavoces del no, pero
eso ahora no importa. En Francia todos los sindicatos, incluidos los
mayoritarios (CGT o CFDT), al contrario que en España, han dicho no, lo que ha
condicionado mucho el pronunciamiento del electorado. La amalgama
socio-política de izquierda que ha defendido el no representa el 55% de esos
votos y ha abarcado a sectores del PSF, al PCF, a los más a la izquierda grupos
trotskistas, a sectores de los grupos verdes y a los numerosos colectivos sociales de
diversa índole. Socialmente esta amalgama la han compuesto los sectores
asalariados, tanto los tradicionales, sobre todo de mayor edad, como los más
modernos y de menor edad, acosados por la precariedad e inseguridad laboral
crecientes. Todos ellos han visto, desde de su prisma diverso y singular, que
el Tratado de la
Constitución Europea lo que hace es consagrar un modelo de
Europa, por un lado, hecho a la medida de las empresas, de las grandes, que
además disponen de un aparato político-institucional difícilmente controlable
por la ciudadanía; y por otro, insensible a los derechos sociales. Un Tratado
que habla más de mercado que de solidaridad o que no garantiza derechos
sociales iguales en todos sus países integrantes, tiene que generar grandes
dudas, cuando no grandes rechazos.
Para concluir
Sacar conclusiones rotundas de lo ocurrido en España y
Francia resultaría peligroso y, sobre todo, falto de rigor. Haberse opuesto al
Tratado, como se ha hecho mayoritariamente en Francia, no significa decir no a
Europa ni siquiera al proceso que hasta ahora se ha seguido. Se ha cuantificado
que en ese país casi las tres cuartas partes de la población quieren profundizar
en esa construcción. Han dicho no al Tratado y sus consecuencias. Las razones
de esa oposición, además, son diversas y hasta contradictorias, aunque
predominen las vinculadas a los planteamientos de la izquierda.
El sí en España, dentro de una abstención mayoritaria, no significa que la población en su mayoría haya apoyado al Tratado. Es algo que está por ver, porque las opciones elegidas en febrero (el sí, el no o la abstención) estuvieron, en gran parte, distorsionadas por otras motivaciones políticas (apoyar o castigar al gobierno). El grado de europeísmo de la población española tiene niveles elevados, pero no sabemos, por ahora, de qué formas es percibido y cuánto representan. Sin embargo, desde la izquierda resulta preocupante el bajo grado de articulación que ha existido entre los diversos grupos políticos y colectivos sociales, o la escasa capacidad crítica que han tenido los sindicatos mayoritarios. Y que cada cual sea responsable de lo dicho y hecho.
El sí en España, dentro de una abstención mayoritaria, no significa que la población en su mayoría haya apoyado al Tratado. Es algo que está por ver, porque las opciones elegidas en febrero (el sí, el no o la abstención) estuvieron, en gran parte, distorsionadas por otras motivaciones políticas (apoyar o castigar al gobierno). El grado de europeísmo de la población española tiene niveles elevados, pero no sabemos, por ahora, de qué formas es percibido y cuánto representan. Sin embargo, desde la izquierda resulta preocupante el bajo grado de articulación que ha existido entre los diversos grupos políticos y colectivos sociales, o la escasa capacidad crítica que han tenido los sindicatos mayoritarios. Y que cada cual sea responsable de lo dicho y hecho.