viernes, 19 de julio de 2013

Hacia una pesca sostenible

Hace quince años escribí un artículo para la revista Debate Ciudadano, que ha estado editando en Barbate la Asamblea de IU durante 13 años (con más de 70 números, lo que no está mal ¿no?), con el fin de elaborar un monográfico sobre la pesca. No fue posible, sin que venga a cuento ahora la razón, aunque creo que su contenido, pese al tiempo transcurrido, sigue vigente. No habla, por supuesto, de los "piratas somalíes", que entonces no actuaban, sino de un modelo de pesca irracional y la necesidad de buscar nuevas formas de obtención de esos recursos. Para no extenderme más, invito a leerlo.



Introducción

Últimamente se está popularizando el concepto de desarrollo sostenible, surgido en EE.UU. a finales de los setenta, como una propuesta alternativa al concepto dominante de crecimiento económico autosostenido. Las diferencias entre uno y otro son claras, pues hasta hace poco se consideraba que el progreso humano, proyectado en la economía (esto es, en la obtención, distribución y consumo de mercancías) podía permitir un crecimiento continuado, casi sin límites. Esta idea de progreso per se tiene su origen en los economistas liberales del siglo XVIII (Adam Smith, Condorcet) y responde a una visión optimista del mundo en un siglo que sentó las bases de lo que, a finales del mismo en Gran Bretaña y a lo largo del siglo XIX en otros países europeos o de América del Norte, habría de ser la revolución industrial. Idea de progreso que se mantuvo incluso en el ámbito del pensamiento socialista o de la práctica de los fenecidos regímenes socialistas europeo-orientales.

Los límites del crecimiento económico ilimitado

Aunque es cierto que en 1798 Malthus en su obra Ensayo sobre la población ya alertó del peligro que se corría ante el ritmo de crecimiento mayor de la población frente al menor de los recursos, sus intenciones, sin embargo, iban en una dirección distinta a la concepción ecológica del mundo, resaltando únicamente el peligro que corría la orgullosa burguesía ante un proletariado en aumento. Casi un siglo después Stuart Mill propuso un límite en el crecimiento económico de los países más avanzados, que redundaría en un menor crecimiento demográfico, pero con la finalidad de realizar una mejor distribución de los recursos y mantener así un bienestar que de lo contrario se perdería. La conciencia de que los recursos que tenemos son limitados y que existe un peligro real es más reciente en el tiempo. Así lo anunciaron y lo han ido demostrando numerosos especialistas, organismos internacionales (el Club de Roma fue pionero, pero la ONU lo ha acogido en su ideario) o los propios grupos ecologistas. Frente al crecimiento sostenido, es decir, ilimitado, la propuesta de desarrollo sostenible, entendido como posible o soportable, permite armonizar el crecimiento económico y la protección de la naturaleza.

Estamos en un planeta que tiene una creciente población, que ha pasado en las últimas décadas de 2.500 millones de habitantes en 1950 a los casi 6.000 millones de la actualidad [estamos acercándonos a los 7.000], sin contar las previsiones de cara al futuro. Si relacionamos estos datos con la alimentación mundial, está claro que el esfuerzo por obtener este tipo de recursos ha tenido que ser importante, lo cual no ha impedido que asistamos a la terrible realidad de un mundo desarrollado sobrealimentado frente a otro subdesarrollado donde además de la subalimentación se llega en muchos casos al hambre. Y es que la producción de alimentos en los países pobres está orientada a la exportación hacia los países ricos.

La pesca en las últimas décadas

Esto que hemos dicho tiene ver mucho con el ámbito que nos ocupa de la pesca. Quizás lo que resulte más complicado es tener conciencia de lo que puede deparar el futuro y no sólo en lo que respecta a los aspectos laborales (paro, contrataciones precarias, emigración, etc.), sino de la propia actividad pesquera. La obtención de recursos pesqueros como alimento humano ha aumentado también en las últimas décadas, pasando las capturas de 21 millones de tm. en 1950 a 116 en 1996. Este aumento es debido al crecimiento de población, pero también el del consumo de pescado. Tradicionalmente este tipo de consumo era característico de las zonas costeras y eran excepción los países (entre los cuales se ha encontrado España) que incluían en su dieta alimenticia un aporte importante del pescado. En la actualidad son casi 1.000 millones de personas las que dependen del pescado como fuente proteínica básica en su alimentación, en su mayoría de países subdesarrollados y, sobre todo, de Asia. Lo que ha ocurrido es que la población que vive más próxima a la costa (es decir, a menos de 100 km.) no ha parado de aumentar (hoy representa el 60% del total), como tampoco ha dejado de hacerlo la demanda de los países desarrollados, que son hoy los principales importadores de pescado para consumo humano en una cuantía muy elevada (85%). ¿Cómo se ha logrado abastecer a dicha demanda? Fundamentalmente mediante la utilización de sistemas de pesca nuevos que permiten una alta productividad y rentabilidad. Los buques-factoría, capaces de utilizar las técnicas más avanzadas mientras procesan industrialmente los productos obtenidos, son la manifestación más clara, hasta el punto que 30.000 de estos barcos son capaces de capturar lo mismo que 3.500.000 embarcaciones pequeñas.

El resultante de todo esto es un castigo feroz contra los ecosistemas marinos, que no son capaces de soportar la presión que ejercemos para explotarlos, y también contra los ámbitos tradicionales dedicados a la pesca, que ven cómo los recursos ayer suficientes son escasos en nuestros días para poder mantenerse. Así se puede llegar a entender que se hayan agotado antiguas zonas de pesca; que especies antaño abundantes hoy estén en baja (bacalao, atún azul) y se hayan tenido que sustituir por otras antes desechadas (cazón, raya, pez espada); que el tamaño de las especies capturadas tienda a disminuir, aumentando cada vez más los alevines; que el volumen de rechazos sea cada vez mayor... Como también se puede entender que haya poblaciones de tradición pesquera que sufren el paro, la emigración, la precarización laboral, el descenso del nivel de vida, etc. como expresión de lo que se conoce como crisis pesquera.

La sobreexplotación que están sufriendo algunas zonas marinas es una clara consecuencia de la acción humana, donde a las necesidades lógicas de buscar recursos alimenticios en un medio que ofrece importantes posibilidades se ha unido una desidia por hacerlo de cualquier manera sin medir su precio. Y en esto último se encuentra el uso de sistemas de pesca "tan modernos" que no ha hecho más que esquilmar los mares, provocando en ocasiones daños irreparables. El uso de las redes de deriva es una muestra de lo que decimos, un sistema que llega a provocar hasta el 80% de rechazos en las capturas. De otro lado, la contaminación que proviene de las zonas costeras afecta de manera directa a los mares y sus ecosistemas, dando lugar al fenómeno de la entrofización, mediante la cual se provoca un exceso de nutrientes en el agua que afecta a la fauna y plantas marinas.

Hacia un modelo sostenible de pesca

Ante esta situación, nada halagüeña, no estaría de más valorarla con detenimiento y esforzarse por buscar salidas que, lejos de contribuir a aumentar la agresión, permitan un equilibrio entre las necesidades humanas y las posibilidades que ofrecen los mares. Hay que desechar el principio antiecológico y, por ello, falso de que cuanto más se afane, más se pesca. ¿Por qué?. Pues porque existe un máximo rendimiento sostenible que, una vez superado, rompe el equilibrio biológico. Faenar más allá de lo que permiten los ecosistemas marinos supone acabar con sus posibilidades de autorregeneración y, por tanto, dar lugar a que los recursos decrezcan progresivamente hasta hacerlos desaparecer.

Es necesario optar por un modelo de economía pesquera que sea capaz de equilibrar el respeto que se merece la naturaleza y los recursos a obtener. Es necesario combatir usos tan perniciosos como la redes de deriva, disminuir los rechazos en las capturas, proteger los alevines, impulsar métodos menos agresivos que contemplen vedas estacionales o cupos, ampliar las zonas protegidas, limitar o prohibir capturas de especies en peligro de extinción (ballenas, atún, pez espada, tiburón), introducir el principio de "quien contamina, paga", etc. No debe importarnos sacrificar beneficios económicos si con ello obtenemos otros beneficios sociales y, sobre todo, mantenemos unos mínimos de cara al futuro.

El lema "futuro, pesca sostenible" no es un capricho de quienes sólo piensan en las especies marinas, sin importarles la vida de quienes trabajan en la mar. Es un lema que mira más por esas personas al proponer su mantenimiento siempre que se respeten las leyes de la naturaleza. Cualquier marinero del pueblo sabe lo que es agotar un caladero por abusar de sus capturas o siente la necesidad de respetar la parada biológica para la autorregeneración de las especies. Las implicaciones internacionales son otra variable de la realidad que hay que tener en cuenta. Los marineros barbateños saben de las dificultades crecientes de la pesca en caladeros antaño libres, pero hoy sujetos a regulación por otros estados. Tienen conciencia de que lo que fue ayer, hoy es de otra manera. De nada sirven lamentos. Muy al contrario, hay que ver el futuro con optimismo, porque la Tierra, y en ella sus mares, no decepciona a quienes la habitamos. Otra cosa es que le quitemos lo que sirve para que pueda darnos. Y en eso debemos estar.

Los datos ofrecidos provienen, entre otros, de La situación en el mundo. Un informe del Worldwatch Institute sobre el desarrollo y el medio ambiente, 1991; La situación del mundo. Informe del Worldwatch Institute, 1998; "Las redes de deriva", en revista Gaia. Ecología, n. 6, 1994; Centro Nuevo Modelo de Desarrollo, "Carta a un consumidor del norte", 1995; Ramón Tamames, Introducción a la economía internacional, 1983; Paul Harrison y John Rowley, La población y las necesidades humanas, 1984; José Luis Centurión, Diccionario de Ecología, 1996).

Barbate, 1998