Avinhon, Avignon o Aviñón (en occitano, francés y castellano) tiene fama por haber sido la sede papal durante un siglo en la Edad Media y, dentro de ese periodo, desde 1378, el convertirse en la cabeza de uno de los cismas más conocidos por la Iglesia Católica. Es una historia entre compleja y curiosa, y también bastante desconocida en sus pormenores. Por eso voy a intentar aportar algo de luz.
El siglo XIV se inició con un hecho, novedoso hasta entonces, que fue el aumento de influencia de la monarquía francesa en el seno de la Iglesia, hasta el punto que a partir de 1309, con Clemente V, se inició una etapa de papas que procedían de los territorios que hoy conforman Francia. A eso se añadió otro hecho, quizás más llamativo: el traslado de la sede pontificia a la ciudad de Aviñón. Para justificarlo se adujo la inseguridad política que estaba viviendo Roma y su posición de centralidad territorial en la parte occidental de Europa. Aun cuando la ciudad no pertenecía a la monarquía francesa, pues formaba parte de los Estados Pontificios, contó desde el primer momento con su protección. En 1378 fue cuando la situación dio un nuevo giro. Si un año antes Gregorio XI tomó la decisión de regresar a Roma, la elección de Urbano VI como su sucesor tras su muerte, en el referido 1378, abrió las puertas a lo que se ha conocido como Cisma de Occidente. Duró apenas cuatro décadas, pero no le faltaron intensidad.
A diferencia de lo ocurrido en el Cisma de Oriente, que en 1054 dio lugar a la Iglesia Ortodoxa, o con la Reforma impulsada por Lutero a principios del siglo XVI, los motivos que lo provocaron no lo fueron por disputas dogmáticas o sobre los ritos eclesiásticos. Se trató de una clara disputa entre facciones de las altas esferas de la Iglesia. Fue un periodo en el que se fueron sucediendo los papas, separados entre las sedes de Roma y Aviñón, y en alguna ocasión hasta con tres papas a la vez. El cisma tuvo también una vertiente violenta, con enfrentamientos militares y asesinatos entre cardenales, en los que participaron, de una forma más o menos directa, los estados occidentales, bien fueran monarquías o bien comunas independientes.
Elegido papa Urbano VI en 1378, algunos meses después un grupo de cardenales se rebeló, acusándolo de anticristo, apóstata, tirano, etc, y eligiendo a Clemente VII, que recuperó para la ciudad del Languedoc el centro del orden papal. Por su parte, los seguidores del depuesto calificaron a sus rivales de antipapas y a sus seguidores de herejes. El último de los papas rebeldes fue Benedicto XIII, más conocido como Papa Luna, que había nacido en la corona de Aragón (concretamente en Illueca, en lo que hoy es la provincia de Zaragoza). Abandonado y depuesto, acabó sus días en Peñíscola.
Cuando en 1417 acabó el cisma, las consecuencias no se hicieron esperar. De un lado, en el interior de la Iglesia triunfó durante un tiempo la tesis de la superioridad de los concilios sobre la autoridad de los papas. No era algo nuevo, pues venia de lejos, pero incidió en el dogma de la infalibilidad papal. Y de otro lado, los estados implicados -y especialmente Francia, Inglaterra, Aragón o Castilla- aprovecharon esas disputas para obtener ventajas económicas, como la apropiación de los beneficios eclesiásticos, de los que se derivaban la recaudación de sustanciosas rentas. Lo hicieron durante los años del enfrentamiento directo, a la vez que se posicionaban en favor de uno u otro pontífice según sus intereses políticos. Y así continuaron cuando desde 1417 Roma volvió a ser la cabeza indiscutida de la Iglesia.
Buena parte de los monumentos de la ciudad son testimonio del poder que tuvo en esos años, predominando en ellos los rasgos góticos. Pueden verse en sus murallas, muy bien conservadas y acordes con las necesidades defensivas, siendo construidas con celeridad en los años centrales del siglo XIV. Un aspecto de fortaleza tiene el Palacio de los Papas (en realidad, dos palacios), que, entre tantas otras cosas, contiene en su interior pinturas de Simone Martini y Matteo Giovanetti. Artistas ligados a la escuela de Siena, sus rasgos formales se inscriben en la línea más al uso de lo que se conoció como gótico internacional, faltos del atrevimiento que mostró otro artista, el florentino Giotto.
La catedral, que lleva el nombre de Nôtre-Dame-des-Doms, se sitúa contigua al Palacio por el norte. Empezó a construirse en el siglo XII, si bien entre el XV y el XVII fue conociendo sucesivas remodelaciones, lo que ha hecho que el románico inicial haya ido dando paso a los estilos de cada momento: gótico, renacentista y barroco.
La fachada conserva en su parte inferior un pórtico románico sencillo, con claras reminiscencias del clasicismo romano. A continuación se levanta la gran torre del campanario, a la que cuatro siglos después, durante el mandato de Napoleón III, se coronó con una estatua dorada de la Virgen realizada en plomo.
Muy cerca se encuentra el Petit Palais, construido a principios del siglo XIV. Primero fue residencia de cardenales y al poco pasó a ser la sede del obispado, una vez adquirido por el papa Juan XXII. Remodelado en varias ocasiones, actualmente acoge uno de los museos de la ciudad.
En las inmediaciones se encuentra el Rocher de Doms, donde está localizado el primer asentamiento humano de la ciudad. Se trata de un peñón desde el que se puede divisar la ciudad y el entorno del Ródano, convertido en el siglo XVIII en un bello parque de recreo, su diseño responde al modelo de los jardines ingleses.
Repartidos por la ciudad existen otros monumentos de interés. En buena parte mantienen su carácter religioso, como las iglesias de Saint Didier (izquierda), Saint Agricol (centro), Saint Martial (derecha) o Saint Pierre, que mantienen de una forma preferente el estilo gótico tardío.
En la iglesia de Saint Pierre sobresalen las puertas talladas en madera, del siglo XVI y obra de Antoine Volard. Además de la maestría con que están hechas, llama la atención el contraste entre sus rasgos manieristas y el del marco gótico de la fachada.
No puedo acabar sin referirme al Pont Saint Benezet, que está atado en el siglo XII y se mantiene envuelto en una leyenda religiosa. Actualmente sólo se conservan 3 de los 21 arcos que tuvo, después que en el siglo XVII una crecida del río Ródano derribara el resto. Más allá de la importancia que tuvo en su momento como parte de las comunicaciones de la ciudad, el puente aporta otra fama, esta vez más prosaica y anecdótica. Guarda relación con una de las canciones populares francesas más conocidas: "Le pont d'Avignon". Originaria del siglo XVI, con el paso del tiempo ha conocido algunas modificaciones en su letra. La cantábamos, a principios de los años setenta, en un campamento de verano en la Sierra de Béjar y aún recuerdo cómo empezaba:
Sur le pont d'Avignon
on y danse, on y dance.
Sur le pont d'Avignon
on y danse tout en rond.
Le beaux messiser font comme ça
et puis encore comme ça.