viernes, 21 de julio de 2023

Tarascón, un pueblo de leyendas


Durante el reciente viaje por el sur de Francia, en las dos primeras semanas de junio, tuvimos la ocasión de visitar el municipio de Tarascón, aprovechando el regreso desde el Pont du Gard, en Remoulins, hacia Arlés. Y entre lo primero que nos topamos fue con una escultura dedicada Tartarín, un famoso personaje de aventuras nacido en Tarascón que creó el escritor Alphonse Daudet. Recuerdo de mis años de Bachillerato Elemental la lectura y traducción de una versión breve de Lettres de mon moulin [Cartas de mi molino], obra de dicho autor, y también de la alusión que en alguna ocasión nos hicieron acerca de otro de sus libros famosos: Tartarin de Tarascon. La escultura, obra de Christiane Chamand-Debenest, recrea a un Tartarín sonriente y orgulloso que posa con su rifle y un pie sobre la piel de un león que había cazado en África. Atrás, eso sí, había dejado un cúmulo de vicisitudes acaecidas durante su viaje y un detalle que ocultó a sus convecinos y convecinas: que el trofeo de caza era un león ciego.


Por lo demás, el paseo por las calles de Tarascón, que resultó agradable, pareció  en ocasiones una breve inmersión en los siglos medievales. Las calles de su casco antiguo, con sus casas, el Castillo del rey René y la Colegiata de Santa Marta, así lo delatan.   


El Castillo del rey René, situado a orillas del río Ródano, sobresale por su monumentalidad. Construido en el siglo XV, con anterioridad había sido una fortaleza cuyas raíces arrancaban del la época romana. René era miembro de la familia Anjou y ocupó la titularidad del condado de la Provenza. Pero, como consecuencia de esas "rarezas" de peleas sucesorias entre las familias reales y/o nobiliarias europeas, en 1435 accedió al trono de Nápoles, pasando a la historia con el nombre de Renato I. Fue un hecho que resultó efímero, como fue lo ocurrido años después, en 1466, cuando, en plena guerra civil catalana, se le ofreció ser el titular de la corona catalano-aragonesa. 


La iglesia de Santa Marta, que tiene el rango de colegiata, data de los siglos XII y XIII, y fue erigida en honor de Marta de Betania. Del periodo románico apenas quedan vestigios, cosa que puede verse en el pórtico lateral abocinado construido con arcos de medio punto. 


Pero la estructura del templo se hizo con arreglo a los cánones góticos, a base de unos pilares robustos con arcos apuntados y unas bóvedas de crucería en sus tres naves.  



En la cripta situada en los pies del templo se conserva un sarcófago paleocristiano, del que se dice que contienen los restos de santa Marta. En las leyendas bíblicas se vincula, por la vía fraternal, a dicha santa con Lázaro (el resucitado) y María Magdalena (la pecadora arrepentida). Y también se cuenta que en el entorno de esa parte del río Ródano vivía un monstruo acuático, conocido como la Tarasque, que acabó siendo derrotado por la propia santa Marta. Una y otra han quedado marcadas en el pueblo: del monstruo deriva el nombre, mientras la santa quedó erigida como patrona/protectora. Por nuestra parte, ese día tuvimos suerte de que la tormenta veraniega que nos estuvo amenazando no lograse alcanzarnos hasta llegar a Arlés.