Cordes -oficialmente, desde finales del siglo XX, Cordes-Sur-Ciel- está entre las localidades que mejor ilustran lo ocurrido durante los siglos XII y XIII en el Languedoc, claramente relacionado con la difusión y posterior represión del catarismo. Durante ese tiempo formó parte del condado de Tolosa y, dada sus condiciones orográficas, en 1222 se convirtió en un bastión de la resistencia cátara cuando, por orden de Raimundo VII, se construyó una fortaleza.
Ya me he referido en otras ocasiones al contexto político en que se desarrolló el movimiento del catarismo (ver en este cuaderno las entradas referidas a Albí, Tolosa o Carcasona). El condado de Tolosa, situado en el corazón del Languedoc, gozaba desde siglos atrás de autonomía política, evitando las presiones que ejercía la monarquía francesa por el norte. A su vez, mantenía buenas relaciones con la corona de Aragón, de la cual era vasallo, de manera que recibía protección a cambio a cambio del pago de los correspondientes tributos. Esa situación en parte se veía favorecida por la estructura político-institucional aragonesa, que se basaba en una confederación de territorios formada, en el mismo siglo XII, por Aragón y Cataluña, a la que incorporaron en el XIII Valencia y Mallorca. En el caso de Francia, su modelo centralista resultaba poco atractivo para los condes tolosanos.
Desde el punto de vista religioso, no podemos perder de vista la existencia de diversos movimientos heréticos en el seno del cristianismo, algo que, por otra parte, viene desde sus primeros momentos de existencia, cuando el poder temporal de la Iglesia, que fue incrementándose con el paso del tiempo, entró en contradicción con aquellas concepciones acordes con los principios evangélicos más primitivos, donde se conjugaban aspectos teológicos diferentes del trinitarismo imperante y/o horizontes sociales niveladores. Así es como lo explicó en su día el historiador Jacques Le Goff:
"diversos movimientos de la primera mitad del siglo XII revelan aún más con qué facilidad determinados individuos, sobre todo clérigos y ciertos grupos esencialmente populares, podían pasar del movimiento evangélico de pobreza, que las nuevas órdenes canalizaban en la iglesia, a actitudes propiamente heréticas pero que de alguna forma no son más que denominaciones o exageraciones de las tendencias reformadoras que existían en la misma iglesia" (La baja edad media; 1978, p. 173).
Y el catarismo, como una de esas tendencias, arraigó de una manera especial en Occitania, Aquitania y la Provenza, y en menor medida hacia el norte, llegando incluso hasta Flandes, el norte de la península Itálica y Cataluña. Pero ¿qué caracterizaba al catarismo? Veámoslo.
Partía de una visión del cristianismo, que viniendo de antiguo, contenía dos aspectos: el gnosticismo, que presuponía una visión salvífica misteriosa; y un dualismo, de raíces maniqueas, que diferenciaba el espíritu, como expresión del Bien, y la carne, como representación del mundo terrenal y por ello expresión del Mal. La llegada de esas creencias al occidente del continente europeo a principios del siglo XI tuvo una relación directa con el bogomilismo, un movimiento herético nacido en el siglo X en el norte de los Balcanes, cuya persecución obligó a la dispersión de sus seguidores.
La adscripción al catarismo suponía, en primer lugar, poner en práctica un modo de vida ascético, alejado de todo aquello que podría llevar a la impureza, esto es, el pecado. Rechazaban todos los sacramentos, excepto el del bautismo, pero que aplicaban mediante la imposición de manos. Rechazaban, así mismo, el Antiguo Testamento, por considerarlo contaminado del mal, e incluso aquellas partes del Nuevo no acordes con sus principios. Negaban la naturaleza tanto humana como divina de Jesús, adjudicándole el carácter de espíritu puro, que debería ser el ideal de todo cristiano. Y, por supuesto, no reconocían las autoridades eclesiásticas, desde los obispos hasta los papas.
En su seno se distinguía a los perfectos, llamados así por haber alcanzado el grado de ascetismo deseado, al que denominaban consolamentum. Decían inspirarse en los apóstoles y servían de modelo para el resto de fieles, que debían esforzarse por alcanzar el mayor grado de pureza posible. Sus seguidores provenían en mayor medida de los medios urbanos, teniendo por ello un claro carácter interclasista, que iba desde miembros de los gremios artesanos hasta burgueses e incluso nobles. Alejados, pues, de las tendencias niveladoras de otros movimientos heréticos, concordaron con los intereses políticos de los círculos de poder del condado de Tolosa y de los territorios bajo su jurisdicción, destacando entre estos últimos el vizcondado de Carcassona, en manos de la familia Trencavel. Fue así como se convirtieron en sus protectores, en la medida que su estilo de vida y la autoridad moral de los perfectos ayudaban a disciplinar a esa parte de la población.
El temor por parte de la Iglesia de que el movimiento siguiera expandiéndose hizo que pusiese en práctica campañas de reevangelización, cuyo fracaso llevó a que se organizase lo que se bautizó con el nombre de Cruzada Albigense, que empezó en 1209. Y como para ello se necesitaba de un poder coercitivo, nada mejor que recayera en la monarquía francesa, interesada en absorber el condado de Tolosa. La corona de Aragón, que había sido el garante de la autonomía del condado, no pudo evitarlo, al ser derrotada en 1213 por las tropas al mando de Simon de Montfort. Ese fracaso tuvo como condicionante que coincidiera con un momento clave en su devenir histórico de la corona catalano-aragonesa, pues, dentro de su proceso de expansión territorial, acabó orientándose hacia el sur, a costa de Al Ándalus, lo que supuso la incorporación de los reinos de Valencia y Mallorca.
Y es aquí donde Cordes entra en escena, por ser uno de los baluartes de la defensa del catarismo y también de la soberanía del condado tolosano. En 1222 Raimundo VII, al poco de suceder a su padre Raimundo VI, mandó construir un núcleo de población fortificado, al que se llamó Cordou, donde se aposentó un número importante de familias cátaras, dedicadas en su mayoría a la artesanía. Como en tantos otros lugares, la resistencia no estuvo exenta de conquistas y reconquistas. En 1226 el condado pasó a manos francesas, lo que se selló tres años después en el tratado de Meaux-Paris, pero la acción represiva de la Inquisición generó, también como en otros lugares, más actos de rebeldía, lo que llevó a nuevas acciones militares por parte de las tropas francesas.
Si la Cruzada se dio por finalizada en todo el Languedoc en 1244, más lenta fue la normalización religiosa entre los habitantes que se habían alejado de las autoridades de la Iglesia. Luego, en 1271, vino la desaparición del condado de Tolosa y su incorporación definitiva a Francia. La iglesia de San Miguel empezó a construirse en la segunda mitad del siglo XIII, pero casi desde el primer momento fue conociendo diversos avatares, derrumbe e incendios incluidos, que la han llevado a sucesivas remodelaciones.
El paseo por las calles de Cordes resulta llamativo por la espectacularidad de sus calles empinadas, la belleza que ofrecen sus casas y la presencia de sus murallas, que se fueron ampliando con posterioridad a la Cruzada. Todo ese entramado data en su mayoría de los siglos XIII-XV, por lo que el regusto gótico-medieval es permanente.
Entre sus puertas, destaca la Porte de l'Horloge/Reloj, situada en la parte este y que se abre por la muralla exterior.
Entre las casas pertenecientes a familias ricas, destaca la Maison du Grand Veneur/Gran Cazador, construida a partir del siglo XIV por la familia Cordaise y en la que llaman la atención sus ventanas apuntadas geminadas.
Y en medio de ese marco medieval pueden contemplarse, repartidas en distintos emplazamientos, obras de arte propias de nuestro tiempo.
Entre tantas, me llamaron la atención dos: una, situada en la plaza del Mirador, del artista eslovaco Stanko Kristric, representando un unicornio. Y la otra, que está expuesta temporalmente y puede verse junto a la Torre de la Barbacana, es una obra realizada en aluminio por la artista Corinne Chauvet, nacida en Albí, y que tiene como título "Furidamu", que en japonés significa Libertad. Como ella misma ha expresado: "representa la libertad, pero también el vínculo entre el hombre y la naturaleza". Toda una evocación, en fin, a través de la emoción, la dulzura y la sonrisa.
En algunas ocasiones aparecen en las viviendas formas decorativas, perfectamente insertadas como una de sus partes y aportando un contrapunto novedoso sobre el pasado.
El pueblo ha atraído desde el siglo XIX a gente del mundo del arte y de la literatura. Y en las últimas décadas el trasiego permanente de visitantes se ha adueñado de sus calles. Fue la poeta Jeanne Ramel-Cals quien, a mediados del siglo pasado, aludió a Cordes como un lugar "sur Ciel", porque su situación, encaramada en lo alto de una colina, parece que la une al cielo. Éstos son los versos que escribió y que han hecho que su nombre original se haya ampliado:
Il y a bien
sept cent mille ans,
Cordes,
lassée d’être par terre
avec ses
futurs monuments,
prit son
élan dans l’atmosphère,
arrivée au
bout du voyage.
Parmi la
pluie et le beau temps
qui se font
dans le firmament
elle
s’assit sur un nuage.
Les
archanges et Saint Michel
l’entourèrent
à tire d’ailes.
De cette
heure sensationnelled
date son
nom: Cordes sur Ciel.
[Hace
setecientos mil años / Cordes, cansado de estar en el suelo / con sus futuros
monumentos, / tomó impulso en la atmósfera, / llegando al final del viaje. / Entre
la lluvia y el buen tiempo / que hay en el firmamento / se sentó sobre una nube.
/ Los arcángeles y San Miguel / lo rodearon con sus alas. / De este momento sensacional
/ data su
nombre: Cordes sobre el Cielo].
Bibliografía consultada
A. Kryvelev (1982). Historia atea de las religiones, v. 1. Madrid, Júcar.
Jacques Le Goff (1969). La civilización del Occidente medieval. Barcelona, Juventud.
Jacques Le Goff (1978). La baja edad media. Madrid, Siglo XXI.
José Luis Martín (1985). Conflictos sociales en la Edad Media, n. 158 de Cuadernos de historia 16. Madrid, Historia 16.
Flocel Sabaté (2006). "Cataluña medieval", en Albert Balcells (dir.), Historia de Cataluña. Madrid, La esfera de los libros
Pedro Rodríguez Santidrián (1994). Diccionario de las Religiones. Madrid, Alianza/Ediciones El Prado.