Es importante comprender cada momento político. Y ahora estamos en uno nuevo, diferente al anterior. En un ámbito más general, digamos que internacional, tenemos el más que acecho de una derecha política cada vez más radicalizada, que en muchos casos se expresa como una forma de nuevo fascismo. Ha aumentado su presencia en muchos parlamentos, ha conquistado gobiernos y en otros casos participa de ellos. Controla aparatos de estado o amplios sectores del mismo, tiene en su poder la mayoría de los medios de comunicación, dispone de una gran influencia en las redes sociales... Y , quizás lo que sea peor, ha ganado mucho peso entre la opinión pública, lo que no sólo supone la obtención de votos en las elecciones, sino también poner en práctica un elevado grado de agresividad ante las situaciones concretas de la vida.
Y esa realidad la tenemos también en España, con unas derechas fuertemente radicalizadas, organizadas en lo político en dos partidos, después que haya desaparecido Ciudadanos. En primer lugar, Vox, que, simpatías con el fascismo patrio incluidas -con lo que eso conlleva-, se expresa sin reservas en forma de nacionalismo español exacerbado, centralismo territorial, racismo, antifeminismo, xenofobia, negacionismo climático, elitismo... Y, en segundo lugar, un PP cada vez más entregado a Vox, del que está dependiendo para poder obtener las mayorías necesarias para gobernar en los distintos ámbitos.
Enfrente se encuentran, de un lado, el PSOE, que está cargado de fuertes contradicciones (internas y desde la herencia de su trayectoria) y que pretende seguir manteniendo en el mapa político una posición de centralidad política. Y de otro, a su izquierda, una amalgama de grupos que actúan con planteamientos y sensibilidades políticas y con referentes territoriales de gran diversidad. A ellos habría que añadir los grupos de la derecha nacionalista periférica, que mantienen una gran influencia en sus territorios, cada uno con prioridades diferentes, pero distantes con la derecha españolista.
La experiencia del gobierno de coalición surgido hace casi tres años ha tenido, desde la perspectiva de izquierda, sus luces y sus sombras. Ha estado asediado desde el primer momento por el conjunto de las derechas radicalizadas, que no han tenido reparos en combatir las medidas tomadas y los pactos conseguidos para aprobarlas, aun cuando partieran de presupuestos falsos. Entre las medidas que ha tomado, en bastantes de ellas se denota su procedencia. Desde el PSOE, dominante en el Gobierno, se ha buscado la centralidad política, respetando su trayectoria como partido del sistema (monarquía, atlantismo...). Y desde Unidas Podemos, minoritaria, se ha hecho hincapié en establecer un nuevo marco de derechos sociales y laborales -rompiendo, así, con la inercia regresiva de las décadas anteriores- o propiciando subidas del salario mínimo y de las pensiones; no han faltado medidas destinadas a mejorar algunos aspectos del colectivo de personas autónomas; se ha profundizado en derechos sociales y civiles (interrupción del embarazo) y se han aprobado otros nuevos (garantía integral de la libertad sexual, igualdad efectiva de las personas trans y garantía de los derechos para LGTBI...); e, incluso, se ha aumentado la protección de las personas en el mundo del consumo o fomentado hábitos más saludables.
Para mucha gente el balance ha sido positivo. Y más, teniendo en cuenta el hostigamiento de las derechas radicalizadas y la crisis sufrida como consecuencia de la pandemia. Y ahora, más todavía, ante el riesgo de perder los avances alcanzados.
Ante el reto de las próximas elecciones generales, y teniendo en cuenta lo ocurrido en las recientes municipales y autonómicas, corresponde desde la izquierda aunar fuerzas y esfuerzos. Si lo primero se ha conseguido a través del movimiento Sumar, que ha aglutinado al mayor número de grupos políticos desde 1977, lo segundo requiere de la generosidad suficiente para aportar cuanto se pueda para que ese proyecto llegue a buen puerto. Se parte de un programa de mínimos, que resulta claro en sus intenciones: mayor redistribución de la riqueza, apuesta más clara por lo público, mayor respeto a la naturaleza, mantenimiento de lo conseguido en los últimos años, reorientación de medidas no acordes con los planteamientos de izquierda, diálogo permanente y acuerdos con otros grupos de izquierda, respeto a la diversidad nacional...
Hay que evitar que las discrepancias afloren en el actual proceso preelectoral y el propio de la campaña electoral. Hay que conseguir que la gente piense y actúe en positivo, con el fin de generar la ilusión que se requiere para alcanzar el objetivo. Y es que nos estamos jugando mucho.