He visitado esta mañana la tumba de Manuel Azaña. Se encuentra en el Cementerio Urbano de Montauban, nombre que en la lengua occitana se conoce como Montalban. Fue la ciudad francesa donde el segundo y último presidente de la Segunda República falleció el 3 de noviembre de 1940, cuatro meses después de su llegada.
Es una tumba humilde, en la que pueden verse cuatro placas y un ramo de flores. En una de ellas pueden leerse sus célebres palabras "Paz, Piedad, Perdón", pronunciadas cuando salió hacia el exilio en enero de 1939. Otra, más reciente, data del 24 de febrero de 2019, en la que el Gobierno de España le rinde homenaje como presidente de la II República "con motivo del "80 aniversario del exilio republicano español". La tercera está dedicada por vecinos del pueblo almeriense de Albox. Y la cuarta se trata de unos versos de Chistrian André-Acquier, que pertenecen al poema "La Déchirure" ["El Desgarro"] y que rezan así:
Resulta muy triste que quien fuera presidente de un país siga allí, prácticamente olvidado, mientras tenemos que presenciar los arrebatos de odio del facherío, la derecha radicalizada y sus compañeros de viaje que se dicen progresistas. Transigentes con los honores y los privilegios que siguen gozando quienes fueron genocidas, o quien, sin ninguna vergüenza y luciendo como emérito, se ha refugiado en uno de los paraísos de la corrupción.