Pero si hay unas obras de Cezanne que tienen una relación directa con Aix y su entorno es la serie de cuadros que dedicó a la montaña de Saint Victoire/Santa Victoria. Situada en el término de Le Tholonet, donde residió el artista durante una temporada, su silueta ha pasado a la historia de la pintura como una de las imágenes más reconocibles del arte contemporáneo. Y lo más importante, la manera de afrontar su representación nos acerca a un proceso creativo que, partiendo del impresionismo, va evolucionando hacia lo que, ya a principios del siglo XX, derivó en el cubismo e incluso la abstracción.
En sus inicios Cezanne formó parte del grupo de pintores impresionistas. Ya se sabe: pincelada suelta, gusto por el color, preferencia por trabajar al aire libre... Pero con el tiempo, como hicieron otros artistas postimpresionistas (Van Gogh, Tolouse-Lautrec, Gauguin, los puntillistas y su racionalismo...), fue ampliando ese paradigma para abrir una brecha en la forma de concebir el arte. En su caso, se orientó por imbuir a sus obras de una dimensión clásica, intentando que sus obras adquirieran una dimensión
perenne. De ahí su interés por la forma y su reducción de la realidad
a meros cuerpos geométricos: esferas, cilindros, conos, cubos... A ello unió su énfasis en las líneas oscuras y la ampliación de las
manchas de color. Es lo que podemos ver en obras como "Los
jugadores de cartas", "Los bañistas", sus numerosas naturalezas muertas...
Y en la serie que dedicó a la montaña de Saint Victoire/Santa Victoria -por ejemplo, en las dos apostadas- puede percibirse lo que al principio indiqué: el proceso hacia unas formas en las que, sin perder el sentido de la figuración, va descomponiendo la realidad cada vez más en planos de color. De ahí, al cubismo, un paso. Y luego, el de la abstracción. Algo que Cezanne no llegó a conocer.