Hace
once años conocí a Juan José y Geneviève. Formábamos parte de un grupo de
amigos y amigas que nos dedicamos durante un año a recorrer distintos lugares
de la provincia de Cádiz, con algunas escapadas a otras provincias cercanas de
Andalucía. Pateábamos caminos, a veces agrestes, y aprovechábamos para degustar la cultura culinaria que nos ofrecía cada lugar. Juan José y Geneviève viven en Francia,
en la ciudad de Brest, el extremo más occidental de la península de Bretaña. Pero
llevan años yendo y viniendo a Barbate a pasar algunas temporadas en busca de
la suavidad de su clima y, como les gusta decir, de la amabilidad de sus
gentes.
Brest
es la capital occidental de una región bella, de cultura ancestral y
en parte misteriosa. Y una ciudad donde se divisa la inmensidad del océano en
la plenitud de su bravura, rodeada de espléndidos acantilados graníticos y por
cuyas costas, por el norte y por el sur, se diseminan pequeñas ciudades y
pueblos que a lo largo del tiempo han hecho del mar su vocación.
Geneviève
es francesa, pero la llamamos Genoveva, castellanizando así su nombre para hacer
más fácil su pronunciación. Originaria de Saint-Germain-en-Laye, una pequeña ciudad próxima a
París, siendo estudiante acabó recalando en Rennes, la capital oriental de Bretaña, donde estaba estudiando Juan José. Éste nació como tal, aun cuando en Francia se le conozca como Jean. Y es que lo
hizo en España, en Santander. Fue en un momento malo, porque muy de niño, en
julio de 1937, tuvo que huir del país con destino a Francia junto con su madre Sabina
y su abuela también Sabina, cuando las tropas fascistas, después de haber
tomado Vizcaya, prosiguieron su camino hacia la provincia cántabra. Su padre, al
que llamaban Pepín y era oficial del Ejército Popular republicano, hubo de
permanecer un mes más en España, hasta que se vio obligado a huir al país vecino.
Juan
José me ha ido contando con detenimiento las vicisitudes que pasaron él y sus
progenitores por esos años. Como la salida desde el puerto de Santander en un
barco que les llevó a Saint Nazaire junto a centenares de personas, en su
mayoría vascas. O su recorrido en ferrocarril por varios departamentos
franceses y el reparto en pequeños grupos que se iba haciendo en cada estación. Y en una de ellas, en la pequeña ciudad de Mayenne, del departamento del mismo nombre
situado entre Rennes y Le Mans, les correspondió bajar a las dos
Sabinas con el pequeño Juan José. Allí permaneció durante su niñez y adolescencia, hasta que a mediados de los cincuenta marchó a
la cercana Rennes para iniciarse en sus estudios universitarios.
Su
padre, por su parte, hubo de pasar lo suyo desde que llegó a Francia. Fue en
París donde se le informó en la embajada española de la situación de su
familia. Y cuando parecía que podía reiniciar su vida junto a ella, aunque fuera alejado de
su patria, como le ocurrió a tanta gente forzada al exilio, se encontró con que
lo que llegó fue aún peor. Enrolado en la Legión Extranjera francesa al inicio de la
Segunda Guerra Mundial, allá por 1939, y prisionero del ejército alemán cuando Francia
fue ocupada en junio de 1940, evitó ser deportado a los campos de concentración
que prepararon para quienes el fascismo alemán consideraba indeseables.
Aunque
Juan José no tiene recuerdos de la guerra española más allá de lo que le fueron contando en casa,
sí los tiene propios de la contienda bélica mundial. Y entre los horrores sufridos su mente
tiene retenido el bombardeo angloamericano que sufrió la población
de Mayenne en junio de 1944, en los días previos al comienzo del desembarco de Normandía. Pero lo que vino después, ya acabada la guerra, pertenece a otro momento.
Fue
el año pasado cuando Juan José me habló de una de las peripecias por las que pasó, concretamente la relacionada con el barco que les llevó desde el puerto de Santander
al de Saint Nazaire. Sabe que su salida de España tuvo lugar el primer domingo de julio, que fue el día 4. Y sabe también que dicho barco era el Sarastone, de bandera británica, cuyo capitán se llamaba John Jones, que a su vez llevó a cabo labores de evacuación de personas refugiadas hacia Francia. El mismo barco que acabó siendo hundido en plena guerra
mundial por un avión alemán frente a las costas de Huelva. En todo caso tiene motivos
suficientes para haber mostrado interés por saber algo más de lo ocurrido.
Juan José
cuenta con la ventaja de conocer el diario que el capitán Jones escribió durante
ese tiempo. Por él ha sabido muchas cosas, como, por ejemplo, que en cierta ocasión el Sarastone fue retenido por las
autoridades francesas en el puerto de Burdeos bajo la sospecha de portar armas y que los trabajadores del
puerto presionaron para que pudiera salir y proseguir así con sus actividades
al margen de las propiamente comerciales.
Indagando
por la red he podido ir conociendo algunas cosas más del Sarastone*. La prensa de Huelva le da dedicado algunos artículos y he localizado un breve escrito de un hijo de John Jones donde da cuenta de algunos párrafos del diario de su padre*. Se trataba
de un barco perteneciente a una compañía británica ubicada en el País de Gales que se dedicaba
al transporte de minerales desde algunas zonas mineras españolas, como Asturias
y Huelva, hacia la isla. El hecho de que en algunos momentos de la guerra
española también se dedicara a la evacuación de personas refugiadas, resulta entre
curioso y sorprendente, teniendo en cuenta el papel poco amistoso que el gobierno
británico mantuvo en relación al republicano. Hay constancia de que esa tarea
solidaria no fue fácil, porque el acoso de varios buques de la marina fascista
estuvo a punto de impedirlo en más de una ocasión de no ser por la ayuda prestada por otros buques de
la marina republicana e incluso de la británica.
El que
el Sarastone se hubiera dedicado a realizar actividades comerciales con el
gobierno republicano y hasta labores humanitarias no debió de gustar a las
autoridades fascistas españolas, por lo que pasó a formar parte de una especie
de lista negra. Y quizás así se explique el destino que sufrió años después,
junto con otro carguero británico, el 29 de octubre de 1941, cuando un avión
alemán, alertado por los servicios de espionaje español e italiano, los atacó
frente a las costas de Mazagón. El Sarastone se llevó la peor parte, porque acabó hundiéndose en el fondo del mar. Con él lo hizo su capitán John Herbert, que había sucedido a John Jones por haberse retirado.
Juan José
y Genoveva forman una pareja encantadora. No se han separado desde que tomaron
la decisión de compartir sus vidas hace más de medio siglo. En 1966 recalaron en Brest, donde
trabajaron como enseñantes hasta su jubilación. Y allí siguen, alternando su
vida con algunas estancias en Barbate, después de haber dejado atrás una aventura
atrevida que les llevó a recorrer los mares en su modesto velero.
Desde
que nos conocemos, rara es la estancia en Barbate en que no encontramos la ocasión
para vernos y pasar en compañía de amigos y amigas unos ratos agradables, disfrutando de manjares de la tierra
y caldos de cualquier otro lugar, pero, sobre todo, charlando sobre lo divino y lo humano. Hace
dos o tres años Felisa y yo tuvimos la suerte de recibir un precioso regalo: una
acuarela, pintada por el propio Juan José, de un paisaje marino de su tierra bretona de adopción. Una muestra más de amistad.
* En 1996 se publicó el libro Espías y neutrales: Huelva en la II Guerra Mundial, donde su autor, Jesús Ramírez Copeiro del Villar, trata sobre lo acontecido en torno al Sarastone. En los últimos años varios diarios de Huelva han informado sobre el hecho, como el huelva24.com en septiembre de 2011 o el huelvabuenasnoticias.com en octubre de 2014, entre otros. También he podido localizar por la red un artículo de Charles Jones, titulado "Running Franco's blockade: captain John Jones, Aberarth, and the S.S. Sarastone" / "Rompiendo el bloqueo de Franco: capitán John Jones, Aberath y el S.S. Sarastone", en el http://welshjournals.llgc.org.uk, donde cuenta las peripecias protagonizadas por su padre basándose en el diario que escribió.