lunes, 13 de junio de 2016

Juan José y Genoveva, una amistad desde Bretaña






















Hace once años conocí a Juan José y Geneviève. Formábamos parte de un grupo de amigos y amigas que nos dedicamos durante un año a recorrer distintos lugares de la provincia de Cádiz, con algunas escapadas a otras provincias cercanas de Andalucía. Pateábamos caminos, a veces agrestes, y aprovechábamos para degustar la cultura culinaria que nos ofrecía cada lugar. Juan José y Geneviève viven en Francia, en la ciudad de Brest, el extremo más occidental de la península de Bretaña. Pero llevan años yendo y viniendo a Barbate a pasar algunas temporadas en busca de la suavidad de su clima y, como les gusta decir, de la amabilidad de sus gentes.

Brest es la capital occidental de una región bella, de cultura ancestral y en parte misteriosa. Y una ciudad donde se divisa la inmensidad del océano en la plenitud de su bravura, rodeada de espléndidos acantilados graníticos y por cuyas costas, por el norte y por el sur, se diseminan pequeñas ciudades y pueblos que a lo largo del tiempo han hecho del mar su vocación. 

Geneviève es francesa, pero la llamamos Genoveva, castellanizando así su nombre para hacer más fácil su pronunciación. Originaria de Saint-Germain-en-Laye, una pequeña ciudad próxima a París, siendo estudiante acabó recalando en Rennes, la capital oriental de Bretaña, donde estaba estudiando Juan José. Éste nació como tal, aun cuando en Francia se le conozca como Jean. Y es que lo hizo en España, en Santander. Fue en un momento malo, porque muy de niño, en julio de 1937, tuvo que huir del país con destino a Francia junto con su madre Sabina y su abuela también Sabina, cuando las tropas fascistas, después de haber tomado Vizcaya, prosiguieron su camino hacia la provincia cántabra. Su padre, al que llamaban Pepín y era oficial del Ejército Popular republicano, hubo de permanecer un mes más en España, hasta que se vio obligado a huir al país vecino.

Juan José me ha ido contando con detenimiento las vicisitudes que pasaron él y sus progenitores por esos años. Como la salida desde el puerto de Santander en un barco que les llevó a Saint Nazaire junto a centenares de personas, en su mayoría vascas. O su recorrido en ferrocarril por varios departamentos franceses y el reparto en pequeños grupos que se iba haciendo en cada estación. Y en una de ellas, en la pequeña ciudad de Mayenne, del departamento del mismo nombre situado entre Rennes y Le Mans, les correspondió bajar a las dos Sabinas con el pequeño Juan José. Allí permaneció durante su niñez y adolescencia, hasta que a mediados de los cincuenta marchó a la cercana Rennes para iniciarse en sus estudios universitarios.

Su padre, por su parte, hubo de pasar lo suyo desde que llegó a Francia. Fue en París donde se le informó en la embajada española de la situación de su familia. Y cuando parecía que podía reiniciar su vida junto a ella, aunque fuera alejado de su patria, como le ocurrió a tanta gente forzada al exilio, se encontró con que lo que llegó fue aún peor. Enrolado en la Legión Extranjera francesa al inicio de la Segunda Guerra Mundial, allá por 1939, y prisionero del ejército alemán cuando Francia fue ocupada en junio de 1940, evitó ser deportado a los campos de concentración que prepararon para quienes el fascismo alemán consideraba indeseables.

Aunque Juan José no tiene recuerdos de la guerra española más allá de lo que le fueron contando en casa, sí los tiene propios de la contienda bélica mundial. Y entre los horrores sufridos su mente tiene retenido el bombardeo angloamericano que sufrió la población de Mayenne en junio de 1944, en los días previos al comienzo del desembarco de Normandía. Pero lo que vino después, ya acabada la guerra, pertenece a otro momento.

Fue el año pasado cuando Juan José me habló de una de las peripecias por las que pasó, concretamente la relacionada con el barco que les llevó desde el puerto de Santander al de Saint Nazaire. Sabe que su salida de España tuvo lugar el primer domingo de julio, que fue el día 4. Y sabe también que dicho barco era el Sarastone, de bandera británica, cuyo capitán se llamaba John Jones, que a su vez llevó a cabo labores de evacuación de personas refugiadas hacia Francia. El mismo barco  que acabó siendo hundido en plena guerra mundial por un avión alemán frente a las costas de Huelva. En todo caso tiene motivos suficientes para haber mostrado interés por saber algo más de lo ocurrido.  

Juan José cuenta con la ventaja de conocer el diario que el capitán Jones escribió durante ese tiempo. Por él ha sabido muchas cosas, como, por ejemplo, que en cierta ocasión el Sarastone fue retenido por las autoridades francesas en el puerto de Burdeos bajo la sospecha de portar armas y que los trabajadores del puerto presionaron para que pudiera salir y proseguir así con sus actividades al margen de las propiamente comerciales.

Indagando por la red he podido ir conociendo algunas cosas más del Sarastone*. La prensa de Huelva le da dedicado algunos artículos y he localizado un breve escrito de un hijo de John Jones donde da cuenta de algunos párrafos del diario de su padre*. Se trataba de un barco perteneciente a una compañía británica ubicada en el País de Gales que se dedicaba al transporte de minerales desde algunas zonas mineras españolas, como Asturias y Huelva, hacia la isla. El hecho de que en algunos momentos de la guerra española también se dedicara a la evacuación de personas refugiadas, resulta entre curioso y sorprendente, teniendo en cuenta el papel poco amistoso que el gobierno británico mantuvo en relación al republicano. Hay constancia de que esa tarea solidaria no fue fácil, porque el acoso de varios buques de la marina fascista estuvo a punto de impedirlo en más de una ocasión de no ser por la ayuda prestada por otros buques de la marina republicana e incluso de la británica.  

El que el Sarastone se hubiera dedicado a realizar actividades comerciales con el gobierno republicano y hasta labores humanitarias no debió de gustar a las autoridades fascistas españolas, por lo que pasó a formar parte de una especie de lista negra. Y quizás así se explique el destino que sufrió años después, junto con otro carguero británico, el 29 de octubre de 1941, cuando un avión alemán, alertado por los servicios de espionaje español e italiano, los atacó frente a las costas de Mazagón. El Sarastone se llevó la peor parte, porque acabó hundiéndose en el fondo del mar. Con él lo hizo su capitán John Herbert, que había sucedido a John Jones por haberse retirado.

Juan José y Genoveva forman una pareja encantadora. No se han separado desde que tomaron la decisión de compartir sus vidas hace más de medio siglo. En 1966 recalaron en Brest, donde trabajaron como enseñantes hasta su jubilación. Y allí siguen, alternando su vida con algunas estancias en Barbate, después de haber dejado atrás una aventura atrevida que les llevó a recorrer los mares en su modesto velero.

Desde que nos conocemos, rara es la estancia en Barbate en que no encontramos la ocasión para vernos y pasar en compañía de amigos y amigas unos ratos agradables, disfrutando de manjares de la tierra y caldos de cualquier otro lugar, pero, sobre todo, charlando sobre lo divino y lo humano. Hace dos o tres años Felisa y yo tuvimos la suerte de recibir un precioso regalo: una acuarela, pintada por el propio Juan José, de un paisaje marino de su tierra bretona de adopción. Una muestra más de amistad. 

* En 1996 se publicó el libro Espías y neutrales: Huelva en la II Guerra Mundial, donde su autor, Jesús Ramírez Copeiro del Villar, trata sobre lo acontecido en torno al Sarastone. En los últimos años varios diarios de Huelva han informado sobre el hecho, como el huelva24.com en septiembre de 2011 o el huelvabuenasnoticias.com en octubre de 2014, entre otros. También he podido localizar por la red un artículo de  Charles Jones, titulado "Running Franco's blockade: captain John Jones, Aberarth, and the S.S. Sarastone" / "Rompiendo el bloqueo de Franco: capitán John Jones, Aberath y el S.S. Sarastone", en el http://welshjournals.llgc.org.uk, donde cuenta las peripecias protagonizadas por su padre basándose en el diario que escribió.