En 1991 escribí unas reflexiones sobre Nicolás Maquiavelo después de haber leído su obra más conocida, El Príncipe, y, sobre todo, algunos comentarios de la misma a través de otros autores. Ahora he decidido publicarlas las reflexiones en este cuaderno, con ligeras modificaciones de estilo, haciendo referencia la bibliografía que utilicé entonces y añadiendo alguna obra más leída posteriormente.
Maquiavelo y su obra están inscritos en una época trascendental desde el punto de vista histórico (fines del siglo XV y principios del XVI), donde aparecen importantes novedades económicas, sociales, políticas, ideológicas o artísticas, hasta el punto de que para muchos se sientan las bases de la sociedad de nuestros días.
Sea
esto último cierto o no, al menos desde una consideración categórica, de lo que
no cabe duda es que Europa, y en concreto la occidental, acababa de salir de un
periodo crítico (siglo XIV) tras años de hambrunas, epidemias, guerras,
conflictos sociales, políticos y religiosos, etc. El sistema feudal había
sufrido una crisis de la que no se recuperará, para abrirse un periodo de
transición hacia otras formas sociales; la burguesía proseguía en su desarrollo
y asistía a la ampliación del mundo conocido (América, sobre todo, África,
Asia…); se fortalecía la tendencia a la centralización política en manos de los
monarcas y un desarrollo de los primeros estados nacionales; surgía un nuevo
clima ideológico, basado en una mayor consideración del hombre (el humanismo
renacentista); y proseguían los problemas religiosos, ahora consecuencia de una
visión más individualizada de las creencias, que dieron lugar a una nueva
ruptura de la Iglesia Católica.
La
obra de Maquiavelo está inserta en este mundo en cambio, donde surgió una nueva
perspectiva y valoración de la autonomía del individuo. La península Itálica era,
además, un zona donde esos cambios se daban de una forma más clara, a pesar de
que desde el punto de vista político no se concretara en la creación de un
estado nacional.
En
la obra teórica de Maquiavelo aparece en
un lugar preeminente la figura del príncipe, esto es, el gobernante, que supone
la encarnación de la sociedad en palabras del propio Maquiavelo, que no es otra
cosa que el estado. El príncipe sería la representación de los fines que toda
sociedad persigue, que se corresponden con las cualidades que aquél debe tener.
Sería también el instrumento con el que se dota la sociedad para obtener sus
objetivos. Las cualidades de las que tiene que estar dotado constituirían la virtú, que, de alguna manera, sintetiza
la fuerza creadora del hombre, desde una visión donde el hombre no es solamente
el centro o medida de las cosas (humanismo), sino desde una consideración del
orden natural como conjunto de relaciones sociales e individuales, regido por
unas nuevas leyes determinadas y perennes.
La
idea del príncipe virtuoso y por encima de la ley (“donde no hay un tribunal a
quien reclamar”) fue utilizada posteriormente, en el siglo XVII, por los teóricos del absolutismo político, pero, eso
sí, con contenidos diferentes.
Para
Maquiavelo el concepto de fortuna estaría reflejando los condicionantes
externos que actúan sobre la sociedad y el príncipe. Estos condicionantes son
producto de la acción del hombre, que para Maquiavelo no es bueno por
naturaleza ni tiene por qué serlo. Así, por ejemplo, el poder, la riqueza, la
comodidad, etc. serían fuerzas que mueven al hombre y que pueden actuar como
lastres contra el bien común. El buen príncipe sabría adaptarse a dichas
adversidades (la fortuna) y sabría hacer un uso adecuado de sus cualidades (la virtú), determinando su obra.
Otro
concepto que cobra importancia en Maquiavelo es el de la apariencia, que, de una
forma explícita o implícita, anuncia claramente el concepto de razón de estado.
Ésta, sintetizada en su archiconocida frase “el fin justifica los medios”,
supondría un esfuerzo en la búsqueda de la racionalidad en la práctica del
poder político. Aquí se encuentra, quizás, el punto principal de controversia
en la valoración de su obra. Dado que el príncipe representaría los fines y el
instrumento del que se dota la sociedad para conseguirlos, la manera más
efectiva de conseguirlo sería el darle los instrumentos más eficaces, incluso
si están en contra de lo establecido.
Esta
posición sería más de indiferencia (amoralidad) y supondría la mejor manera de minar
la influencia que la Iglesia Católica tenía en esa época en el seno de la
sociedad. Frente a la omnipresencia de esa institución en todos los ámbitos,
bien fueran individuales o colectivos, Maquiavelo defendía la autonomía de lo
civil, un ámbito que consideraba anterior. Reflejaría, de esta manera, una
visión de la historia que, estando dentro de un orden natural, estaría regida
por leyes eternas. Y la Iglesia, en su historicidad, nacería en un momento de
ese proceso temporal, no siendo, pues, una realidad eterna.
Bibliografía de referencia
Bartolomé, José Carlos. (2001). "Estado moderno y constitucionalidad", en José Luis Colomer (coor.), Introducción a la política. Madrid, Laberinto.
Carreras, Francisco de (1986). "Maquiavelo", en Autoria Varia, El pensamiento filosófico. Barcelona, Salvat.
García Cotarelo, Ramón y Paniagua Soto, Juan Luis (comps.) (1990). Introducción a la Ciencia Política. Madrid, UNED.
Maquiavelo, Nicolás (1973). El príncipe (Comentado por Napoléon Bonaparte). Madrid, Espasa-Calpe.
Maquiavelo, Nicolás (1999). El príncipe. Madrid, Unidad Editorial.
Robinson, Dave (2006). Filosofía Política para principiantes. Buenos Aires, Era Naciente.
Romano, Ruggiero y Tenenti, Alberto (1978). Los fundamentos del mundo moderno. Madrid, Siglo XXI.
(Imagen: detalle de la estatua de Niccoló Macchiavelli en la Galería Uffizi de Florencia)