lunes, 26 de junio de 2023

Albí y la huella del combate contra la herejía cátara o albigense


Albi es una bella ciudad del sur de Francia, que pertenece a la región de Occitania y está situada a orillas del río Tarn, afluente del Garona. Tuvo una gran relevancia entre finales del  siglo XI y principios del XIII por su relación con el catarismo, un movimiento religioso considerado herético por la Iglesia Católica por su oposición al papado y a las bases doctrinales del cristianismo. Se extendió principalmente por el Languedoc (las actuales regiones de Occitania y Provenza) y tuvo una irradiación a otras zonas de Francia, el norte de Italia e incluso Flandes. Albi fue uno de los focos principales, de ahí que los términos cátaro y albigense fuesen en ese momento intercambiables. A principios del siglo XIII fue sofocado militarmente por la monarquía francesa, dentro de lo que se denominó como Cruzada Albigense. De inmediato, ya como sede episcopal, se convirtió en el centro religioso encargado de la erradicación de la herejía entre la población, lo que duraría decenios, si no siglos. Y en ello jugaron un papel importante la Inquisición y la orden dominica. 


Pasear por las calles de Albí es hacerlo, en buena medida, por lo que desde principios del siglo XIII se convirtió en el designio político-religioso antes aludido. Y por ello, en su paisaje urbano sobresale su Ciudad Episcopal, y en ella el palacio de los obispos y la catedral, cuya fisonomía es claramente la de una fortaleza. Tampoco debemos dejar de lado  otro hecho, en este caso por ser la ciudad donde nació el pintor Henri Toulouse-Lautrec, en cuyo palacio de los obispos precisamente se alberga una colección que contiene el mayor número de sus obras. 


En el lugar donde acabó construyéndose la catedral hubo con anterioridad varias iglesias, levantadas sucesivamente desde el siglo IV  y teniendo a Santa Cecilia como advocación. De ellas sólo se conocen los restos de una del siglo XII, que son concretamente varios arcos de medio punto, pertenecientes a su claustro y que son visibles hoy en una pequeña plaza de la ciudad. 


La catedral -hoy, colegiata-, como ocurre con buena parte de los edificios de la región, está construida principalmente en ladrillo, lo que explica que sobresalga por su color rojizo. Erigida en honor de Santa Cecilia, empezó a construirse a finales del siglo XIII y se alargó hasta principios del XVI, por lo que fue adquiriendo los rasgos relacionados con las fases más avanzadas del gótico. Si, como antes apuntamos, su exterior se asemeja a la de una fortaleza, que se explica por el papel que jugó en el contexto de una intensa lucha religiosa y política, hay que añadir otros dos rasgos: ser el templo en ladrillo con mayor dimensión del mundo y disponer de una enorme torre del campanario, que se alza hasta casi los 80 metros. 

 

Y sin olvidar la belleza de su pórtico principal, conocido como puerta Dominique Florence, en la que se perciben con claridad los rasgos del gótico flamígero, con la profusión decorativa a base de arcos ojivales, una bóveda estrellada y formas vegetales, como anticipo de lo que a continuación podrá contemplarse una vez dentro del templo.  


Es en el interior donde se da rienda suelta a la nueva forma de concebir el gótico, conocida como fase flamígera. Las bóvedas de crucería de su única nave están decoradas con murales cargados de una policromía llamativa, en la que sobresale el azul pastel o francés. En los laterales, por su parte, se suceden los pilares y los arcos apuntados que se abren a las capillas secundarias, mientras los muros y las paredes del coro se recubren a base de arcos conopiales, filigranas, pinturas murales, esculturas o rejería. 


El altar mayor está situado, sorprendentemente, en los pies del templo, desde  donde arrancan los grandes pilares que sostienen la torre. Sobre la pared de dos de ellos se ha pintado un gran mural donde están representadas escenas muy explícitas del Juicio Final. En medio, elevado entre esos dos pilares y sobre un arco de medio punto, está situado el órgano. Las pinturas fueron realizadas a finales del siglo XV, siendo una muestra más de esa gran preocupación por el más allá que aumentó en el siglo anterior, coincidiendo con la gran mortalidad habida en toda Europa. Un tratamiento iconográfico que recuerda tantas otras pinturas, realizadas por artistas italianos y flamencos, de las que me vienen a la memoria las de la Capilla Scrovegni en Padua, obra de Giotto, o de la Catedral Vieja de Salamanca, de Nicolás Florentino. En Albí fueron destruidas a finales del siglo XVII en su parte central, con el fin de dar mayor realce al altar mayor y situar el órgano, para lo que se abrió el muro y se dispuso un arco de medio punto, a modo de arco de triunfo. Eso supuso que desaparecieran las figuras del Dios Hijo, como Juez Todopoderoso, y el arcángel Miguel. Pese a ello, aún puede verse en el nivel superior la representación del cielo; en el inferior, a la izquierda (la diestra del Dios Hijo), aparecen las personas cuyas almas van a salvarse, mientras a la derecha, lo hacen las condenadas al inferno.


Contiguo a la catedral se encuentra el palacio episcopal, que albergó no sólo la residencia de sus titulares, sino también las sedes del Tribunal Religioso y de la Inquisición. El que sea conocido como Palacio de la Berbie se debe a que se trata de un término propio de la lengua occitana, que se refiere a los obispos. Su construcción, llevada a cabo durante el siglo XIII, se inició tras la derrota del movimiento cátaro. Como ocurre con la catedral, su color rojizo se debe al empleo del ladrillo, mientras que la muralla que lo rodea hace que se perciba como una fortaleza. Desde hace algo más de un siglo se ha convertido en el Museo Toulouse-Lautrec.


El recorrido por las calles y plazas del centro histórico, como la visita de sus monumentos, permite acercarse un poco a otro tiempo, como si se mantuviera anclado en los siglos medievales. El Puente Viejo cruza el río Tarn desde la Ciudad Episcopal hacia el barrio de la Magdalena, en cuyas orillas se conservan todavía sus viejos molinos. Podemos observar sus arcos ojivales como testigos de la reconstrucción del siglo XIII sobre otro existente dos siglos antes, al unísono de los cambios que empezó a conocer buena parte de la ciudad antigua a raíz del combate contra la herejía cátara. O albigense